El largo camino hacia Europa

La mía ha sido una generación que comparada con los que han venido detrás se me antoja más dura, intolerante, insolidaria, sacrificada y sobria


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CLEMENTE FLORES

La mía ha sido una generación que comparada con los que han venido detrás se me antoja más dura, intolerante, insolidaria, sacrificada y sobria.

España fue un gran imperio durante los siglos XVI y XVII en cuyos dominios, que incluían algunos países europeos, no se ponía nunca el sol. El Rey era el centro del estado y su poder no compartido con nadie se sostenía apoyado por la Iglesia que dogmáticamente defendía el origen divino del poder heredado por los reyes.

Los protestantes, apoyándose en la Reforma, consiguieron separar los poderes de la iglesia y el estado y lograron debilitar el poder de la iglesia para imponer doctrina. Conforme declinaba el poderío español, comenzaron a crecer los países europeos gracias a las ideas enciclopedistas y revolucionarias que surgieron como fruto del culto a la razón y de la fe en el progreso y el abandono del dogma. Liberados del dogma, de imposiciones ideológicas religiosas y sacudiéndose el poder absoluto de los reyes, los países europeos realizaron la revolución industrial que trajo consigo, aparte del progreso material, el auge de las clases burguesas que reclamaron el control del poder de forma incluso violenta o revolucionaria.

Este proceso concluyó en la creación del Estado-Nación, la promulgación y aceptación de los derechos humanos, la imposición del parlamentarismo como origen de las leyes y la imposición de los regímenes democráticos modernos. La Constitución, democráticamente aceptada, es la norma suprema que hoy recoge la organización de estos estados.

Carlos V no sólo se enfrentó a la Reforma, sino que abanderó la Contrarreforma, haciendo que España siguiera durante los siguientes siglos una trayectoria sociopolítica muy distinta al resto de los principales países europeos. A consecuencia de ello, la Iglesia y el catolicismo dogmático han tenido un enorme poder en España apoyando y defendiendo en todo momento los poderes absolutistas de la corona. Una prueba de esto es que la tan celebrada y liberal Constitución de Cádiz de 1812, en su artículo 12, recogía: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».

Al contrario que en Europa, en España no se llevó a cabo la revolución industrial y sólo muy tardíamente se creó una pequeña burguesía industrial, primero en Cataluña y luego en el País Vasco.

Sin la aparición de una burguesía industrial numerosa, tampoco tuvo lugar ningún proceso revolucionario que cuestionase los poderes absolutistas de los monarcas que gobernaban con el apoyo de la iglesia y la aquiescencia de las oligarquías aristocráticas latifundistas. De esta forma, el rey y las clases hegemónicas marginaron a las clases populares del poder y, cuando en algún momento lo vieron peligrar, hicieron aparecer las dictaduras. Aunque los teóricos del constitucionalismo recogen en España hasta nueve procesos constituyentes desde 1812 hasta hoy, se puede decir que ninguna constitución o ley que haya recogido la separación de poderes ha estado vigente en estos últimos siglos más de cuatro años en nuestro país.


EL ESTADO DURANTE MIS PRIMEROS TREINTA AÑOS DE VIDA. 1942-1972

Cuando yo nací, Franco era Jefe del Estado, del Gobierno, del Partido Único y generalísimo de las Fuerzas Armadas de acuerdo con las Leyes promulgadas y por la Gracia de Dios, según rezaba en todas las monedas que circulaban. Todos esos poderes le fueron atribuidos en sucesivos nombramientos como consecuencia y fruto de la guerra civil y, por tanto, nadie pudo cuestionarlos.

A partir de la II guerra mundial y con la caída de los regímenes totalitarios de Italia y Alemania, se fueron dictando una serie de leyes fundamentales Fuero de los Españoles y Ley de Referéndum Nacional (1945), Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado (1947), Ley de Principios del Movimiento Nacional y Ley Orgánica del Estado (1967), con el objetivo aparente de despersonalizar e institucionalizar el Régimen. Vano intento porque si alguna idea mantuvo el “Caudillo” mientras vivió fue que no perdería nunca el poder, como así fue, mientras lo tuviese controlado.
Por tanto, crecí en un país con un régimen político totalitario, con libertades de opinión totalmente controladas, sin partidos políticos (sólo podía alguien encuadrarse en Falange, sin ser perseguido) y dentro de un Estado confesional que, a los ojos del resto de los países europeos, que cortaron las relaciones diplomáticas con nosotros, era una reliquia del pasado a extinguir más pronto que tarde.

No se puede añorar lo que no se conoce y a la mayoría de los que nacieron o nacimos después de la guerra no se nos ocurría echarle la culpa a Franco, pues eran tan dogmáticos y fascistas como él. El maestro que pegaba cuanto quería, el padre que no dejaba opinar a los hijos o a la esposa, el cura que opinaba e imponía desde el púlpito sobre costumbres o pensamientos y los familiares más cercanos que podían obligarte a llamarles de Usted.

De acuerdo con el ambiente que nos criamos, la mía ha sido una generación que comparada con los que han venido detrás se me antoja más dura, intolerante, insolidaria, sacrificada y sobria, que ha tenido que ir adaptándose, sobre la marcha, a las mayores transformaciones socioeconómicas que ninguna generación española había hecho.

Cuando a algunos de estos «viejos» de hoy se les ha tildado de franquistas, los que así lo hacen deberían de saber que pocos de estos viejos pueden racionalmente mirar hacia atrás con añoranza, pero que seguramente tengan muchas dudas razonables, con independencia de su edad, para desconfiar del futuro que estos «jóvenes» que se «ríen» de ellos les prometen.

Si las consecuencias de la guerra civil parecían pocas, durante los años cuarenta España estuvo condenada a vivir aislada en los conciertos internacionales como consecuencia de las simpatías y afinidades del gobierno con los regímenes fascistas de Italia y Alemania. Dicho aislamiento nos impidió cualquier beneficio derivado del Plan Marshall que sirvió para la reconstrucción de algunos países europeos. Aunque España se reincorporó a la ONU plenamente en el año 1955, el espaldarazo internacional al reconocimiento del Régimen no llegó hasta finales del 59.

En septiembre de ese año se presentó al Fondo Monetario Internacional el Plan de Estabilización, y el 21 de diciembre le calló a Franco y al país la lotería con un día de anticipación, con el abrazo de Eisenhower a Franco en su visita a nuestro país que fue, al día siguiente, la portada de todos los periódicos del mundo. Fue el momento en el que Franco alcanzó su mejor nivel en el concierto internacional y a partir del cual el capital extranjero apostó por invertir en España. En la década de los sesenta la economía española creció a un ritmo del siete por ciento. Con el desbloqueo se consiguieron créditos del Fondo Monetario Internacional y de otros organismos. A ese dinero se sumaron las remesas enviadas por los emigrantes desde países europeos como Alemania, Bélgica, Francia y Suiza, donde acudían a miles con contratos temporales.

La emigración campo-ciudad que ya había comenzado en los cincuenta se incrementó considerablemente concentrándose alrededor de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, mientras se trastocaba la estructura del empleo desde la agricultura hacia la industria y el incipiente sector de los servicios.

El turismo europeo promocionado, publicitando el sol y la playa desde el gobierno, por el incansable Manuel Fraga, fue una fuente de divisas que fue creciendo durante toda la década de los sesenta. Con todas estas divisas y capitales, de distintas procedencias, pudieron adquirirse bienes de equipo en el exterior que ayudaron a remover los cimientos de un país atrasado y secularmente aislado. Con la Ley de Universidades Laborales y su Reglamento del año 60 se potenció la política de Universidades Laborales concebidas para las capas sociales más desfavorecidas y que ayudaron e hicieron posible que estudiasen más de medio millón de alumnos.

Conforme el crecimiento económico se producía, la sociedad fue cambiando modos, usos y costumbres de vivir, pasando de rural a urbana y elevando el nivel cultural hasta erradicar prácticamente el analfabetismo secular.

El Régimen fue sensible a los enormes cambios sociales y un equipo de tecnócratas vino a sustituir, en el Gobierno, a los ideólogos más duros del Régimen, consiguiendo que se sometiera a referéndum la Ley Orgánica del Estado de 1967. La ley de Prensa e Imprenta de 1966 eliminó la censura previa, aunque se reservaba la potestad de sancionar o secuestrar las publicaciones que no eran del gusto del Ministerio.

Sólo eran indicios de apertura, porque el Régimen seguía siendo autoritario, las libertades estaban restringidas y los partidos políticos prohibidos por ley. Personalmente, nunca me había interesado la política. Disfruté de mi juventud creciendo en una España que crecía y confiando en un futuro que todos intuíamos mejor.

Crecí sano, haciendo deporte, aunque se nos educaba con la cantinela de que la práctica del deporte era una pérdida de tiempo y porque también era difícil encontrar instalaciones deportivas asequibles. Como me había ocurrido con los estudios, hice del deporte una costumbre-obligación.

Acabé mis estudios de Obras Públicas en junio del 66 en la única Escuela existente en España en aquel momento. Saqué uno de los primeros números de mi promoción, pero a efectos de conseguir trabajo, me hubiera dado igual sacar el último. Bastó con presentar un certificado haciendo constar que había acabado para hacerme una oferta de trabajo que me “convenció” de que debía renunciar a la beca que me permitiría seguir ampliando estudios. Siempre he creído que lo mejor no es amigo de lo bueno y que la vida es suficientemente larga para que dé tiempo a todo.

Siendo niño había ido sin ninguna compañía a pedir una beca y ahora, once años después, accedía al mercado de trabajo en inmejorables condiciones. Desde el primer momento tuve presente que todo estaba por hacer y que sólo había recorrido una parte del camino. Eran unos momentos apasionantes en el sector de la construcción donde se empezaron a introducir, como en el resto de los sectores productivos, nuevos materiales, nuevas herramientas y nuevos métodos de organización.

En nuestra comarca se abandonó definitivamente el yeso como conglomerante resistente y fue sustituido por el cemento. Igual que cada persona anda a su aire por este mundo y sin embargo todos giramos al unísono alrededor del sol, cada individuo que sigue una trayectoria vital distinta y personal recorre y comparte una trayectoria global coincidente con la de sus compatriotas.

Cuando abocamos los setenta, presentí que mi país y yo entrábamos en un periodo de transición. Eran muchos pequeños cambios personales y todos juntos significaban un gran cambio social. Pronto tuve ocasión de comprobar que el presentimiento se hacía realidad. Lo intentaremos contar en el próximo número.