Retirarse a tiempo, no al general De Gaulle

El héroe griego solo tenía garantizada la divinidad cuando sus hazañas culminaban con una súbita desaparición del campo de batalla que fuera testigo de sus proezas. Los héroes envejecen mal, y llegado a cierto punto todo lo que no sea convertirse en dios, desmerece bastante


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Ese era el título del editorial del diario 'Madrid', que provocó su cierre primero, y su voladura inmisericorde después: «Retirarse a tiempo: no al general De Gaulle». Obviamente en aquel tiempo sinuoso de lecturas entre líneas no era una defensa del general De Gaulle precisamente lo que era ofensivo en la España de los setenta.

Saber retirarse a tiempo es un triunfo que los dioses no conceden siempre a sus elegidos. Un bello morir toda una vida honra, pero pocos adelantan lo irremediable, el coro de admiradores incondicionales, o su propio espejito mágico, mantienen a la vieja diva engañada sobre el ineluctable paso del tiempo.

El héroe griego solo tenía garantizada la divinidad cuando sus hazañas culminaban con una súbita desaparición del campo de batalla que fuera testigo de sus proezas. Los héroes envejecen mal, y llegado a cierto punto todo lo que no sea convertirse en dios, desmerece bastante.

Hay algo patético en no saber hacer mutis por el foro, en deshacer con la incómoda presencia la obra hecha, el logro alcanzado. Los deportistas de élite y los expresidentes del gobierno, que no mueren en la plaza, suelen incurrir en esa especie de castigo a la soberbia que conlleva la conversión fantasmal en figuras del ayer que se obstinan en seguir filtrándose por los muros del presente, aunque ya no se reflejan en los espejos. Felipe González los describió bien: esos jarrones chinos tan bonitos que uno no sabe donde poner ni a que enemigo regalárselos. Esa lucidez conceptual no le ha impedido convertirse en uno de ellos. De Aznar puede decirse lo mismo, incluso con más motivos: atormenta y acongoja a los que fueron sus fieles y delfines con súbitas apariciones y aterradores declaraciones en los momentos menos oportunos.

Hay que reconocerle, sin embargo y en este ámbito a Zapatero su discreción virginal en España, y agradecerle que propine casi exclusivamente sus consejos a los sufridos venezolanos, que seguro que con ellos salen de la crisis y vuelven a comer caliente.

Esta meditación melancólica me la provoca en realidad más bien Cristiano Ronaldo que de héroe legendario del madridismo lleva camino de convertirse en villano: ha puesto precio a su leyenda al descubrir, cual madrastra de Blancanieves, que siendo la más guapa no es la mejor retribuida: sus veinte millones de euros anuales libres de impuestos, palidecen ante lo que Messi, con sus torpes balbuceos, ha conseguido negociar a su equipo. No es por el dinero,¿eh? No soporta no tener ese último record de las retribuciones estratosféricas.

A mi me dio mucha pena la derrota de Usaín Bolt en los campeonatos de su despedida del atletismo, perdió allí precisamente la gloria de no haber sido derrotado jamás. Esa que si conserva Rocky Marciano, que nunca perdió una pelea. Eso es un héroe.

Por cierto, hablando de Usain Bolt, Mariano Rajoy también camina muy deprisa. Con un destino incierto.