El paso alegre a la paz

Los seres humanos, y especialmente los catalanes, somos sociables por naturaleza, y nos gusta apiñarnos en concentraciones densas como los pingüinos o las sardinas, y aprovechamos gustosos cualquier ocasión propicia para ello: el fin de año, la romería del Rocío o el Día Nacional de Cataluña


Juan Luis Pérez Tornell.

JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

En francés hay una palabra, «flâneur», que define el callejeo urbano sin propósito deliberado, ocioso y despreocupado. Baudelaire lo definió con toda la precisión que permite lo impreciso:

«La multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua para los peces. Su pasión y su profesión le llevan a hacerse una sola carne con la multitud. Para el perfecto flâneur, para el observador apasionado, es una alegría inmensa establecer su morada en el corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo fugitivo y lo infinito».

La reciente y extraña disposición del Ayuntamiento de Madrid, que obliga a los transeúntes a caminar en sentido único por determinadas calles peatonales se ha visto oscurecida, en su glosa y comentario, por el monotema catalán que nos exige prestar atención una y otra vez a los mismos delirantes argumentos.

En cualquier sociedad no enferma esta pretensión de conducir los pasos del «flâneur» en una concreta y inequívoca dirección, privándole de su identidad, de su singularidad específica, integrándole, como ganado lanar, en una multitud dócil y maleable, habría constituido una pretensión escandalosa. Aquí parece que no. A mi me escandaliza y, sobre todo, me preocupa, que no haya de inmediato un motín de Esquilache frente a las ridiculeces absurdas que el poder pretende imponer a las formas de vivir de la buena gente.

Ya me pareció raro que los fumadores no diesen batalla alguna para seguir fumando en determinados reductos. Sumisamente abandonaron el vicio que tantas regalías proporciona, por cierto, a los mismos que lo persiguen con saña. Sublime paradoja. Pero como yo no era fumador no me importó...
La prohibición y destierro de los espectáculos taurinos, tampoco me importó…porque yo no he sido taurino nunca. Tampoco me molestaría que se erradicase el flamenco, el fútbol, la caza, «Operación Triunfo» o las peleas de gallos.

Los seres humanos, y especialmente los catalanes, somos sociables por naturaleza, y nos gusta apiñarnos en concentraciones densas como los pingüinos o las sardinas, y aprovechamos gustosos cualquier ocasión propicia para ello: el fin de año, la romería del Rocío o el Día Nacional de Cataluña.

Como yo no soy catalán, ni rociero, tampoco me importaría que se prohibiesen estas aglomeraciones que, al parecer, revisten a los que concurren asiduamente a ellas de una superioridad moral colectiva que supera con mucho a la que individualmente pudieran expresar por separado cada uno de sus integrantes.

Pero, ay, eso de pasear en una dirección única vigilados por la severa mirada de los municipales, me suena a globo sonda de futuros y más terribles proyectos de ingeniería social.