Doble condena

Tengo una teoría: el tal Jordi no es tan pesado. De hecho, seguro que es un tipo de lo más callado. Lo que pasa es que, de alguna manera, tiene que vengar ultrajes tan infames como que le griten «¡Viva España!» —razón por la que solicitó que lo cambiaran de módulo— o que algún que otro reo le enseñe su miembro viril por aquello de la longaniza española


Jordi Sánchez (Europa Press).

PABLO REQUENA

Si todo este esperpento del proceso catalán —el de Kafka, una broma a su lado— ha dejado ya titulares propios de una película de Berlanga (y lo que te rondaré, morena), esta semana nos despertamos con la noticia de que el preso de confianza que comparte celda con uno de los Jordis encarcelados ha suplicado que le trasladen, ya que convivir con el salvapatrias independentista le supone, según sus propias palabras, una «doble condena».

Dice el sufrido presidiario, de quien muchos apuntan que tiene plaza asegurada en el cielo después de tan traumática experiencia, que unos pocos días padeciendo la «matraca» del líder de la ANC se le ha hecho del todo «insoportable». Es decir; ha soportado su condena, su falta de libertad, estar separado de los suyos, la comida de la cárcel, a los funcionarios de prisiones... Pero aguantar 'al Jordi' es «demasié pal body».

Ciertamente, no me caben dudas de que la inmensa mayoría de españoles —incluido más de un independentista— están hasta las narices de tanta estulticia. Llevamos aguantando un lustro este desafío nacionalista, pero lo vivido sólo en el mes de octubre se nos ha hecho a más de uno más largo que el parto de una burra, y las cabezas empiezan a estar más que saturadas de tanta exaltación de la patria.

Tengo una teoría: el tal Jordi no es tan pesado. De hecho, seguro que es un tipo de lo más callado. Lo que pasa es que, de alguna manera, tiene que vengar ultrajes tan infames como que le griten «¡Viva España!» —razón por la que solicitó que lo cambiaran de módulo— o que algún que otro reo le enseñe su miembro viril por aquello de la longaniza española. Pero oiga, así se forjan los mitos; el día en que Jordi Sánchez abandone Soto del Real y regrese a su amada Catalonia, podrá contar mil y una batallas a los suyos, por ejemplo, cómo sobrevivió a las «torturas» del Estado opresor español —lo de cómo sobrevivió a sus 'chapas' su compañero de celda es otro cantar—, donde hubo de aguantar vivas a un trozo de tierra determinado —él sólo tolera los vivas a su cacho catalán—. Debe ser esto lo que se denomina 'posverdad'.