«No era eso, no era eso»

RAMIRO TÉLLEZ

12·06·2015

Anoche, mientras mi mujer veía no sé qué concurso de cante por la televisión, yo trataba de solazarme con algo que no requiriese grandes dosis de concentración porque a ciertas horas mi cabeza conoce sus limitaciones. Me dediqué a picar noticias de aquí y de allá de una de mis aficiones, la fotografía, topándome con una que enseguida me atrajo la atención: habían encontrado una mosca dentro de un objetivo teóricamente hermético a las inclemencias el tiempo. ¿Por qué les cuento esto?

Tras las pasadas elecciones autonómicas y municipales nadie podrá negar que la situación política española se haya convertido en un puzle de siglas. El descalabro de las dos fuerzas que durante los últimos treinta y tres años se han venido repartiendo el poder ha propiciado la irrupción de nuevos partidos de izquierda en las instituciones, desde la socialdemocracia disfrazada de Ciudadanos al ferviente chavismo de Podemos. La situación en muchas poblaciones es tan compleja que ha provocado que todavía hoy, a sólo cuarenta y ocho horas para la constitución de los ayuntamientos, no sé sepa quién va a pactar con quién ni qué cosas, y suerte parecida tienen algunos parlamentos autonómicos. Se corre el riesgo de no tener gobierno a tiempo con los consiguientes perjuicios para la sociedad. Para algunos esto será muy grave, pero, para una minoría entre la que me encuentro, es una oportunidad única. ¿Se necesita alguno? Según el ejemplo belga, parece que no. Permítanme un inciso. Hace aproximadamente un lustro los resultados electorales en Bélgica llevaron al país a una situación inesperada: año y medio sin gobierno. Los resultados del involuntario experimento no pueden darnos más la razón a los liberales que abogamos por un Estado reducido al mínimo, porque tras 500 días en dicha situación bajó el paro del 8,2% al 6,7%, se redujo el déficit público del 5,8% a algo menos del 4% (el objetivo fijado era el 4,1%) y subió el salario mínimo de 1.309 a 1.415 €, entre otras bondades. Todo ello, repito, en tan solo año y medio sin gobierno. Desgraciadamente para el pueblo belga sus políticos acabaron por alcanzar un acuerdo y volvieron los problemas económicos.

Aquella situación belga no es extrapolable a España porque en nuestro caso no sé qué será mayor, si el ansia del político electo por mamar de la teta del Estado o el temor de la mayoría de la gente a la desprotección de un papá gobierno ausente, que combinados permiten que el primero encuentre fácil justificación en lo segundo para sus actos. Por eso, conforme se vaya acercando el sábado, vamos a ir viendo cada vez más Diegos donde se dijo digos. El caso más evidente, en mi opinión, es el de Ciudadanos. Concurrieron a las elecciones con un discurso regeneracionista, prometiendo por activa y por pasiva que no pactarían con partidos que tuviesen imputados o corruptos. Al margen de si el concepto de regeneración consiste en eso o no, para ellos así es y eso garantizaron. Incluso a las doce horas de haberse cerrado las urnas seguían insistiendo en lo mismo. Desgraciadamente, a la hora de la verdad la cabra siempre tira al monte y un candidato como Juan Marín, cuyo pasado político ya avisaba, no ha podido dejar escapar la oportunidad que llevaba tanto tiempo esperando por esa minucia de cumplir con lo prometido al votante. Ciudadanos le va a entregar el Palacio de San Telmo a quien lleva más de un tercio de siglo arruinando y robando desde él sin importar que las vacas sagradas del PSOE andaluz todavía no se hayan marchado o hayan sido expulsados por sus fechorías, o que muchos de sus dirigentes actuales estén implicados en los casos de los ERE fraudulentos o de los cursos de formación que nunca llegaron a los parados, que juntos constituyen los casos de corrupción y latrocinio más cuantiosos de todo el mundo occidental. Todo ello bajo el pretexto de terminar con la corrupción. Más probable sería apagar un fuego con gasolina.

Lamentablemente la traición de Ciudadanos no ha sido sólo a su prometida regeneración. Otro asunto que repetían como un mantra era el de acabar con gastos superfluos porque tenían tendencias liberales, según decían, y ahora resulta que el pacto con el PSOE incluye un banco público (los políticos quebraron todas las cajas de ahorro en Andalucía; ¿se imaginan los días de gloria periodística que nos esperan con un banco público dirigido por los parlamentarios andaluces?), la apertura de nueva embajadas en el extranjero o la creación de una multitud de observatorios de lo más curioso —porque en algún lugar habrá que recolocar a los cargos no reelegidos del PSOE—. Todas ellas, como ven, no tienen precio como medidas para rebajarle la presión fiscal a la ciudadanía y racionalizar el gasto.

Mal ha empezado Ciudadanos. No es difícil imaginarse a parte de sus votantes en este momento repitiendo el orteguiano “no era eso, no era eso”, o a otros muchos sintiendo los efectos de la mosca en los objetivos de Ciudadanos. Cuatro horas tardaron los técnicos del objetivo del comienzo en eliminar la suya, necesitando para ello desmontar la lente por completo para luego reconstruirla. Me parece a mí que la regeneración democrática que necesita España no es lavado de cara que pretendía Ciudadanos sino una reforma en profundidad, de verdadero calado, como la que llevaron a cabo esos técnicos. ¿Por qué no empezamos por modificar el sistema de elección de regidores locales votando directamente al alcalde o presidente, segunda vuelta incluida? Decidiría el votante y se evitaría de paso el bochorno de asistir impotente a la traición a su voto para investir a quién él nunca hubiese elegido.



Ramiro Téllez es doctor en Químicas y profesor de la Universidad de Almería, así como vicepresidente provincial de VOX.