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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Me habían contado que un amigo había tenía un tenderete de quesos en el Mercado Central, y allí me encaminé a darle un abrazo. No estaba abierto. Volví al segundo día, cerrado. Después me enteré que el cierre era definitivo. Mientras paseaba por el Mercado, una figura política vino hacia mí. La de un hombre con el que he compartido momentos de todos los colores. La vida entre los políticos y los que les criticamos no es halagüeña, pero debo decir que en este caso la amistad la hemos defendido durante estos años, y van unos cuantos.De pronto me encontré frente a Esteban Rodríguez. Los tiempos son duros, y ante estas situaciones no hay palabras. Ya lo viví con Antonio Torres Tripiana, con mi compadre José Ángel Pérez, y con otros padres cuando besaban la fría y pálida mejilla de un hijo. No estamos acostumbrados a que sean ellos, nuestros hijos, los que nos dejan. Y nos faltarán días para echarlos de menos, y cuando llegan estas fechas, siempre habrá una silla vacía en esta noche del 24, un cubierto que no se usará, una servilleta que no tendrá que ir a la lavadora. Y una lágrima se perderá en estos padres que un día, ese que no olvidarán por muchos años que pasen, dijeron adiós a un hijo.
Qué se le dice a un padre en una situación así. No fui capaz de decirle nada a Esteban, solo un abrazo, un silencio y una lágrima que se iba formando en nuestro ojos. Nos despedimos con prisa, la que no hemos tenido nunca, prisa ante la posibilidad de rompernos, de dejar que hablara esa humanidad que todos llevamos dentro, miedo a que somos seres frágiles ante las tragedias que nos golpean, desgracias contra las que no podemos luchar, cuando de ellos, nuestros hijos, se trata. Y te escondes en ti mismo, y lloras por que no supiste defenderla, porque tú te quedas aquí, y a ella le diste un beso, el último, sobre una piel fría y pálida.
Y te acuestas cada noche esperando el nuevo día, y este es el mismo que el de ayer, y así será el de mañana, y el de la semana que viene, y pasarán los meses, los años, y ese día volverá cada mañana, cada amanecer, con el sol de invierno o de verano, será la misma mañana cada día de los que te quedan por estas tierras. Y las lunas irán y vendrán, y en cada una de ellas verás la imagen soñada, la deseada y perdida cara de quien llevas clavada en el corazón, como una espina que seguirá dañando durante el resto de tu existencia.
Hay dolores que siempre están presentes, y el producido por la muerte de un hijo no acaba nunca, y se acentúan en noches como la que vamos a vivir hoy. ¿Cómo se le dice hoy feliz nochebuena a quien ha perdido lo más preciado de su vida?