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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
Ambos, por distintos motivos, me caen mal. Por eso los voy a
defender.
Como ya hemos perdido el derecho a la presunción de inocencia, por el que tantos hemos muerto, solo nos queda el análisis, el cotilleo, la conjetura y la especulación. Como cínicamente se ha dicho siempre en el periodismo: “que ninguna verdad te estropee un buen titular”.
Tanto Rubiales como Errejón han recibido la mejor de las justicias, la que merecían, y en el fondo la sola justicia que nos suscita una sonrisa burlona: la justicia poética. Es la que llevó a la cárcel a Al Capone únicamente por no pagar sus impuestos.
Rubiales fue privado del millón de euros que percibía como factótum de la Federación Española de Fútbol, por un beso público, llevado por la emoción del momento, por su testosterona y porque demostró a la nación su condición de gañán asilvestrado con sus manifestaciones posteriores. El beso más caro del mundo, del que se arrepentirá toda su vida.
Hombre, Rubiales tenías que haber pedido perdón inmediatamente, no ya solo a la interesada, sino especialmente al tribunal popular de la opinión pública, en lugar de haberte dejado llevar por tu chulería de regional preferente. Mira como el actual seleccionador nacional, bajó los ojos y pidió perdón al comprobar que el viento había cambiado y que había aplaudido a un pato cojo. Y fue perdonado de la depuración pendiente aún de toda la cúpula federativa.
El no hacerlo convirtió a Rubiales en apestado perpetuo, en chivo expiatorio del machismo de la sociedad española, condición que llevará hasta su muerte, aunque no recaiga condena alguna, salvo que los jueces españoles se conviertan todos ellos en “jueces de la horca”.
El caso de Errejón me recuerda mucho más a los procesos de Moscú del año 37. En estos procesos se exigía del ya condenado previamente, una confesión por escrito de toda clase de pecados y culpas, para lo que se le torturaba debida y previamente. Siendo absuelto acto seguido, una vez confesados, mediante un tiro en la cabeza en las estancias de la Lubianka.
Es sabido que, históricamente, los comunistas aman a la Humanidad con el mismo fervor con el que odian a sus compañeros de partido. Creo que de las escisiones de Podemos y Sumar, no resultó un vencedor claro. Como en el liderazgo paralelo de Stalin y Trosky, uno sobraba.
Errejón, el adalid de la lucha contra los machirulos, no necesita ya juicio. El piolet de la opinión pública acaba de ejecutarlo. Da igual que sea o no verdad su condición heteropatriarcal. Acaba de confesar su culpa, cosa que Sánchez no hará jamás, y esa es, desde ese momento, la verdad oficial.
Como buen comunista virtuoso atribuye el origen de sus pecados al “neoliberalismo”, que no a su hipocresía, y a las exigencias del extremado trabajo político que ha desarrollado y que le ha pasado factura a su psique.
Guarden sus ropas los que queden en Sumar. No hay cama para tanta gente en la extrema izquierda española.
Como ya hemos perdido el derecho a la presunción de inocencia, por el que tantos hemos muerto, solo nos queda el análisis, el cotilleo, la conjetura y la especulación. Como cínicamente se ha dicho siempre en el periodismo: “que ninguna verdad te estropee un buen titular”.
Tanto Rubiales como Errejón han recibido la mejor de las justicias, la que merecían, y en el fondo la sola justicia que nos suscita una sonrisa burlona: la justicia poética. Es la que llevó a la cárcel a Al Capone únicamente por no pagar sus impuestos.
Rubiales fue privado del millón de euros que percibía como factótum de la Federación Española de Fútbol, por un beso público, llevado por la emoción del momento, por su testosterona y porque demostró a la nación su condición de gañán asilvestrado con sus manifestaciones posteriores. El beso más caro del mundo, del que se arrepentirá toda su vida.
Hombre, Rubiales tenías que haber pedido perdón inmediatamente, no ya solo a la interesada, sino especialmente al tribunal popular de la opinión pública, en lugar de haberte dejado llevar por tu chulería de regional preferente. Mira como el actual seleccionador nacional, bajó los ojos y pidió perdón al comprobar que el viento había cambiado y que había aplaudido a un pato cojo. Y fue perdonado de la depuración pendiente aún de toda la cúpula federativa.
El no hacerlo convirtió a Rubiales en apestado perpetuo, en chivo expiatorio del machismo de la sociedad española, condición que llevará hasta su muerte, aunque no recaiga condena alguna, salvo que los jueces españoles se conviertan todos ellos en “jueces de la horca”.
El caso de Errejón me recuerda mucho más a los procesos de Moscú del año 37. En estos procesos se exigía del ya condenado previamente, una confesión por escrito de toda clase de pecados y culpas, para lo que se le torturaba debida y previamente. Siendo absuelto acto seguido, una vez confesados, mediante un tiro en la cabeza en las estancias de la Lubianka.
Es sabido que, históricamente, los comunistas aman a la Humanidad con el mismo fervor con el que odian a sus compañeros de partido. Creo que de las escisiones de Podemos y Sumar, no resultó un vencedor claro. Como en el liderazgo paralelo de Stalin y Trosky, uno sobraba.
Errejón, el adalid de la lucha contra los machirulos, no necesita ya juicio. El piolet de la opinión pública acaba de ejecutarlo. Da igual que sea o no verdad su condición heteropatriarcal. Acaba de confesar su culpa, cosa que Sánchez no hará jamás, y esa es, desde ese momento, la verdad oficial.
Como buen comunista virtuoso atribuye el origen de sus pecados al “neoliberalismo”, que no a su hipocresía, y a las exigencias del extremado trabajo político que ha desarrollado y que le ha pasado factura a su psique.
Guarden sus ropas los que queden en Sumar. No hay cama para tanta gente en la extrema izquierda española.