Fortuna no sonríe a los que la desprecian


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MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ

LA ASAMBLEA EXTRAORDINARIA que celebró del Partido Popular de Carboneras el 18 de marzo, tres días después del pleno de la moción de censura, constató que la nave en la que había viajado y alcanzado la Alcaldía estaba hundida sin posibilidad de reflotamiento.

El roto no era tanto por los daños del barco como por el lógico desorden y revuelta a bordo de una tripulación convencida de haber estado mal dirigida. Ya era tarde para lamentarse.

El día de la Asamblea, Felipe Cayuela llegó a la sede del PP casi solo, aún creyéndose capitán, y hasta sintiéndose almirante, pero salió sin galones. Los populares habían conseguido por primera vez en el periodo democrático un sólido grupo municipal que optó al gobierno y pudo gobernar, aunque se requería cierta pericia para sortear las revoltosas aguas políticas de Carboneras para no irse “a tomar viento”.

Felipe no parecía consciente en aquella reunión de que las relaciones con la tropa estaban destrozadas. Después de escuchar a un concejal y luego a otro y luego a otro expresar amargura y desaliento (“estamos hundidos y a ti, Felipe, parece que no te afecta”); después de oírlos preguntar en voz alta: “¿Por qué echaste a Salvador? ¿Por qué le pegaste fuego al pacto de Gobierno con Salvador?”, trató de borrar y hacer una cuenta nueva. Fue en vano porque lo suyo no es la aritmética. Cuando llegó su turno no enjuagó los ojos de esas pobres criaturas sin respuestas, sin mando y sin sueldo; no extendió los brazos de líder para consolar almas descorazonadas que mascaban a un tiempo pesadumbre y cólera. Felipe se sintió director de orquesta y quiso dirigir. A buenas horas…

Como si el duelo no fuera con él, dijo a los concurrentes: “Esta reunión me parece lo más absurdo del mundo, tendría que haber servido para decir que el Partido Popular está en la oposición y pensar en las próximas elecciones. Esto de hablar ahora [de lo que nos ha llevado hasta aquí] no tiene ningún sentido”. La sala escuchaba incrédula.

De allí salió entero, pero sin galones, destronado, destituido como líder, rebajado a portavoz suplente en grado cuarto. Y porque no había quinto. Afeado, criticado, abucheado, ninguneado. Pero aquello no sumergió a Felipe en el cieno del desaliento. Su esquema mental no encajó el camino del adiós muy buenas y el portazo. El particular universo en que se mueve este hombre le dictó quedarse y remar contracorriente. Y lo hizo. Esa misma tarde decidió amotinarse sin dejar la nave y lo escenificó con un primer acto en Whatsapp: “Felipe Cayuela salió del grupo”.

Lo que ocurre en su torrente mental sólo Dios y él lo saben. Romper las relaciones con Salvador Hernández cuando éste se encontraba en situación de inhabilitado, teniendo que dejar la Alcaldía en manos de su amigo, allá por 2018, fue su gran jugada para desquitarse de ser tanto tiempo segundo, segundón, y pasar a ser primero. Adujo, ¡oh sorpresa!, que el Salvador alcalde contrataba sin límites legales a gentes y empresas. Sorpresa porque el propio Felipe era el concejal de Hacienda y tenía las competencias y la llave en la Junta de Gobierno para decir esto no se aprueba. Fue el inicial derrapaje. El caso es que, por lo general, en las pocas entrevistas que ha concedido desde la posición de apoltronado, se le escucha hablar sensato, sin embargo, a renglón seguido lo estropea con un acto.

Ciertamente desmemoriado, aborda los acontecimientos de junio de 2023, previos a conseguir el vital apoyo de Salvador para ser nombrado alcalde, como si ese apoyo hubiera llegado del cielo y sin cesiones; como si Salvador Hernández, tras darle el voto en la sesión de investidura, no hubiera sido compensado por el propio Felipe nombrándolo, conforme al acuerdo verbal cerrado por ambos, su primer teniente; como si en octubre de 2023, el decreto cesando a Salvador no fuese obra y milagro de un Felipe irreflexivo y temerario, desconocedor de la elemental aritmética que se aprende en el primer curso de colegio. Siete menos uno son seis, ¡minoría en el Pleno! Horrorizado también, quizá, de que sus propios compañeros en el PP le encarguen explicaciones y responsabilidades por tirar por la borda la gran cima que aspira conquistar todo político municipal: ser alcalde y controlar el gobierno. Y, a ser posible, envejecer en el sillón.

Verdaderamente nos enfrentamos a un ejemplo de libro sobre la extravagancia política. Rarezas las ha habido siempre y siempre persiguiendo no apearse del machito, pero llega un caso –no siempre escandaloso, como éste- que supera todo lo anterior. Es la parte inescrutable de la naturaleza humana.

El Felipe concejal raso camina hoy emancipado, no conoce amigos ni bandera. Ha bloqueado a los suyos en Facebook. Debe resultarle enriquecedor ir por libre, no tener Señor; si acaso Dama, una Aldonza Lorenzo, como Alonso Quijano. Un Felipe aquijotado que apunta a todo y no atina a nada. Un aspirante al Almirantazgo de la Mar Océana que ha acabado grumete en la bañera de su casa. Tomen nota: Fortuna no sonríe a los que la desprecian.