En busca del agua perdida


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SAVONAROLA

Sabed, hermanos, que cuando Dios creó el mundo, en principio sólo era agua y, luego, separó della el cielo. Por eso el agua es el orto y la razón de todo. El origen de la vida y, también, queridos míos, de las disputas entre los hombres.

Y el día sexto, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y lo hizo señor de la tierra y de los mares. Desde entonces ha dominado las aguas y ha vivido junto a ellas.

Veis, hermanos, que la historia del agua es la de los seres humanos. Es el elemento imprescindible para la vida y el origen de las grandes civilizaciones, siempre ha estado vinculado a su existencia. Así, todas surgieron al amparo de ríos: Mesopotamia entre el Tigris y el Éufrates; Egipto junto al Nilo; China alrededor del Amarillo y El Argar en la ribera del Antas, hoy carril de arena y guijarros, empero navegable hace 4.000 años.

Porque el paisaje que alcanzan a ver vuestros ojos, mis más dilectos hijos del Padre, no es el mismo que hubo siempre. Como os dice este anciano fraile, en vuestro entorno, los ríos Aguas, Almanzora y Antas eran ejes de amenas y feraces vegas. Alimentaban la vida y la economía de los hombres a su diestra y siniestra. Eran fuentes de riqueza constante.

Mas, del mismo modo que su existencia es razón de la vida, caros míos, su ausencia es motivo de destrucción y muerte. Recordad que el sexto ángel derramó su copa sobre el Éufrates y se secó, y entonces salieron tres espíritus inmundos de la boca de la bestia para librar batalla contra el Todopoderoso.

Reputados arqueólogos sostienen que una gran sequía agostó el río Antas y los habitantes de El Argar abandonaron la ciudad para instalarse en la desembocadura del Guadalquivir, en el antiguo reino de Tartesos, allá por el 1.600 antes de Nuestro Señor.

Grandes conocedores de la Historia, Roma procuró agua a sus ciudadanos allí do se asentaran. Desplegó una red de acueductos, cual tela de araña, para trasvasarla desde donde la hubiera hasta los lugares en que fuera menester, y sus ciudades prosperaron.

Cundió el ejemplo, hermanos, e lo mismo fizieron después los moros. Otro momento glorioso para las obras hidráulicas se vivió en el siglo XIX y, durante la II República en España, próceres tal que Indalecio Prieto urdieron espantar la miseria de algunos rincones de la Nación, como las provincias del sureste, redimiéndolas con agua de otras regiones.

Incluso Gadafi no dudó en sembrar más de 1.300 pozos con los réditos del oro negro para calmar la sed del Sáhara de los libios, a donde enviaba seis hectómetros y medio diarios de agua dulce.

Y aquí en esta comarca, hermanos, como los romanos, los árabes o nuestros recientes antepasados, seguimos buscando el agua perdida que un día inundó estos valles, antes de tornarse ahítos y yermos. La razón, al igual que la de Dios, siempre fue generar vida.

Exploraron otros mundos, como Jasón en pos del vellocino de oro o Ulises de regreso a Ítaca. Y fueron hallando recursos con los que regar sus campos. Primero, en el Tajo; después, el Negratín; luego en excedentes del Júcar; por último, en las sobras de los comuneros del Jabalcón.

Mas héteme aquí, amados míos, que como a Jasón los colcos o a Ulises los lestrigones, a los héroes de hogaño también les sale al paso algún que otro cíclope que todo lo ve por un solo ojo.

La última ha tenido lugar en tierras granadinas. Hubo fácil entendimiento con hermanos agricultores, no en vano hablan el mismo idioma y padecen idénticos males. A los de allí les sobraban 4 Hm3, y la pusieron en venta a través de la Confederación que agrupa a todos los regantes del gran río andaluz. La oferta no interesó a nadie. Bueno, a nadie, no. A Aguas del Almanzora, sí. La operación lícita y legal obtuvo las autorizaciones. Beneficiaba a ambas partes: unos obtenían preciada agua y otros un millón para mejorar sus sistemas de riego y ahorrar recursos.

Y los cíclopes aparecieron vestidos con la roja camiseta de su selección. Ninguno osó cuestionar la licitud y legitimidad del acuerdo, pero lo pusieron en tela de juicio y hablaron de que el agua no debía salir. A este viejo monje le resulta difícil entender que se llegara a invocar la necesidad de enviar esos 4 Hm3 a comunidades que ni siquiera los habían pedido. A otro cíclope le resultó chocante trasvasar agua al Levante almeriense antes de satisfacer unas carencias que únicamente observan políticos de una cuerda, no los supuestos necesitados ni tampoco lo concesionarios de esas aguas, que votaron en proporción más de 9 a 1 compartirlas con los nuestros.

Y éste predicador, que tantas corridas ha visto y fue quemado por no bailar el agua a nadie, pregunta: ¿entienden más de agua los que la observan desde la barrera a través del humo de un farias, que quienes se enfrentan a diario dentro del ruedo bien a ella o a su falta? Recordar que en este coso comarcal hubo agua antaño, y la que hogaño discurre en otros lugares, en parte es escorrentía della. Dad al César lo que es del César y dejad el agua a los hombres del agua. Vale.