La poesía y la injuria


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin (…)


“Epigrama contra Stalin”.
Ossip Mandelstam


El ministro de Transportes, de la especie de lo que en las Cortes republicanas se denominaban “diputados jabalíes”, dicho sea sin animo de injuriar señor ministro, usted me corregirá si me equivoco y me disculpará si lo merezco, aburrido de esos trenes que no caben por los túneles, ha decidido encomendar a algunos de los efectivos de su ministerio el inventario de adjetivos descalificativos que dedican a su persona los plumillas y demás fauna periodística para vejarlo, motejarlo y atentar contra su buen nombre.

Supongo que la confección de ese Memorial de Agravios será más para explicar los motivos por los que él mismo, en primera persona, usa las redes sociales para contraatacar y decir de un medio de comunicación, “The Objective”, que es el “El Ojete”, o para justificar los motivos por los que en reuniones de compañeros habla del presidente de Argentina como de individuo que “toma sustancias”.

Donde las dan las toman, malditos sicofantes, dirá para sí.

Espero que esa novísima recopilación no sea utilizada para tomar represalias una vez confeccionada la lista de insultadores profesionales.

El emperador Augusto, mojigato y religioso como era, harto del desvergonzado Ovidio, poeta urbano donde los hubiera, por algún poema u otro acto inconfesable y no muy bien aclarado , decretó su exilio forzoso a las arenosas playas del Ponto Euxino, desprovisto, en aquellos tiempos, de chiringuitos y mujeres casadas, y poblado por bárbaros sumamente desagradables. El que fuera célebre poeta Ossip Mandelstam, un buen día le recitó a su amigo Boris Pasternak un poema que acababa de componer: “Epigrama contra Stalin”. Corría el año 1934, año complejo para poetas, como se vería después.

Pasternak, y la docena escasa de personas que tuvieron conocimiento del poema, palidecieron al oírlo. Pasternak incluso le dijo que eso no era un poema sino “un acto suicida”.

La propia historia del poema, de sus consecuencias, y de ese ambiente en aquella sociedad, la cuenta, en su maravilloso libro de memorias, “Contra toda esperanza”, su viuda, Nadiezhda Mandelstam.

El poema está, como todo, en Internet.

En el tiempo de zozobra que siguió a la filtración del poema a la policía y la muerte, caminito de Kolimá, del poeta, el propio Ossip Mandelstam, según refiere su viuda, éste se tomaba con ironía el tema y decía que Rusia era el pueblo que más amaba la poesía puesto que le deba mayor importancia que ningún otro.

Realmente para un poeta, para un escritor en general, no hay mayor gloria que morir por un verso, por un epigrama o por un libelo. El que se toma así la letra escrita le da un valor a la víctima y a lo escrito que a veces sobrepuja su estricto valor literario.

Para restañar el honor y reivindicar el buen nombre del emperador Augusto hay que mencionar al grandísimo poeta Quinto Horacio Flaco. Horacio, poeta orgulloso y sabedor del valor de sus poemas, había luchado contra Augusto, siendo derrotado el partido republicano en el que militaba.

Pero en lugar de ser castigado y enviado al menos con Ovidio. y gracias a su amigo Mecenas, amigo a su vez del emperador, obtuvo una finca y le regaló al emperador y a todos nosotros sus poemas que siguen siendo hermosas piezas de filosofía dos mil años después.