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CLEMENTE FLORES MONTOYA
ESTA SERIE, CUYA publicación se prolongará, si las cosas transcurren con normalidad, más de medio año, está escrita de un tirón. Dada mi experiencia de octogenario no creo que, antes de que se lea, pierda actualidad. Lector, te voy a contar, aunque me cueste, por qué está escrita y de dónde manan sus ideas. Hoy he tenido una experiencia extraordinaria y en plena canícula de agosto he disfrutado de un día especial en el que he vivido emociones muy potentes que me han motivado para escribir esta serie de artículos de la que el presente es el número siete.
Quizás esta historia comenzó mucho antes, cuando a mediados de los sesenta, yo, el quinto hijo de un humilde carpintero de la pobre y vetusta Mojácar, acabé en Madrid los estudios de Obras Públicas que había cursado como becario. Sin darme tiempo a pensar en mi futuro y acuciado por la falta de dinero, entré a trabajar para la Administración en el Centro de Estudios Hidrográficos, y con otros técnicos viajé durante un año por muchos lugares de España estudiando el estado de los abastecimientos y saneamientos de las ciudades de 10.000 habitantes o más. Personalmente aprendí y entendí algunas cosas de las cuales sólo tenía algunas nociones teóricas. Viendo el estado calamitoso de los abastecimientos asimilé que, como había escrito Machado, era posible que hubiera no sólo dos Españas, sino muchas. Viendo la riqueza de las iglesias y el estado de las escuelas, dolorosamente entendí que el conocimiento y la razón empiezan donde la religión termina, y también aprendí que viajar y observar enseña mucho y que la experiencia te debe ayudar a superarte, según aquello de que “cortando cojones se aprende a capar”, que diría un alcalde de Vera que visitaba Mojácar ejerciendo de “capador” siendo yo niño.
La vuelta a Madrid y un mes de trabajo “en oficinas de la Administración” fueron suficientes para largarme después de decidir que no trabajaría nunca en una Administración rancia, cutre, inmovilista y ordenancista, que se mecía como pez en el agua en una España de “Ud. no sabe con quién habla”.
Después, más de cuarenta años de trabajo en la empresa privada, de los que ni un solo día dejé de aprender y estudiar, acabaron cuando el corazón me aconsejó bajar el ritmo y ya cuando ya la edad apuntaba en la misma dirección. Aún me dio tiempo a recibir mi tercer título universitario con dos nietas como testigos del acto, y por todo eso, y seguramente más cosas, hoy frente a la puerta, y antes de salir a un largo viaje desde mi viejera, puedo disfrutar como lo hago de este día.
Hoy, cuando las opiniones y recomendaciones de nuestras autoridades me bombardean con sus intenciones de “alcanzar la neutralidad climática”, introducir “prácticas agrarias diferentes”, “lograr la transición ecológica” y “amortiguar los efectos del cambio climático en la agricultura”, y comprobando, como hemos escrito en las seis entregas anteriores de esta serie, que veinte años de bla, bla, no han conseguido garantizar ni siquiera el agua mínima, he visitado una plantación de cítricos en Cuevas del Almanzora que ha llenado de optimismo mi corazón. Incluso con el peligro de haber recogido o memorizado algún dato confundido o erróneo merece la pena dejar testimonio de la visita y contarlo, porque el comportamiento y la forma de actuar de estos grandes y, pese a todo, desconocidos “agricultores”, supone una réplica silenciosa y ejemplar a las farándulas y festivaleras declaraciones a que nos tiene acostumbrados nuestra Administración. Los almerienses y los españoles de bien de cualquier rincón del país debemos sentirnos agradecidos y orgullosos y celebrar como nuestro cualquier éxito que consigan.
La explotación que he visitado tiene una extensión de unas doscientas has. plantadas de cítricos situada al NE del núcleo urbano de Cuevas del Almanzora. Es propiedad de los herederos de Mariano Sáez y Francisco Torralba, que provenientes, creo, de Murcia se afincaron en la comarca trabajando a tope con ahínco y tesón e invirtiendo sus ahorros con inteligencia, intuición y don de la oportunidad en terrenos, entonces improductivos (tomillares y espartales), de la parte baja de las laderas de la sierra. Son las mismas tierras yermas y secas que permanecían improductivas tal como noventa años atrás las contemplaron los dos ingenieros de la historia que vamos a contar.
Contemplando y disfrutando hoy la frondosidad de este vergel, al recorrer con la vista las alturas del terreno circundante, he podido admirar como si fuese, por lo insólito, un hecho milagroso. Se trata de algunos grupos de cabras montesas que a buen seguro ramonearán furtivamente en la plantación al primer descuido. En ese momento, mis recuerdos (a veces podemos recordar incluso lo que no hemos visto) me han llevado por un viaje en el tiempo hasta traerme aquí para presenciar un milagro. Vean si no.
Podemos pensar con bastante seguridad que la idea del célebre trasvase Tajo-Segura surgió en un viaje realizado por Manuel Lorenzo Pardo y Clemente Sáenz a Cuevas del Almanzora, entre otros lugares del sudeste, en octubre de 1932. Ambos, célebres Ingenieros de Caminos, quedaron impresionados en Cuevas.
Tras la calamitosa coincidencia de una crisis minera con seis años de absoluta sequía, la mayoría de la población, con el alcalde a la cabeza, se había visto obligada a emigrar a Barcelona. (Entre 1910 y 1930 la población había bajado de 26.130 habitantes a 13.292). A ambos ingenieros el campo cuevano les pareció un inmenso desierto y en la visión de la plaza, llena de maletas de los que estaban esperando la salida, se palpaban la miseria y el hambre.
“Tres o cuatro días después, regresando a Madrid por carreteras alicantinas en el interior del automóvil, comentábamos lo que con dolor habíamos contemplado: «Si fuera posible traer el Nilo aquí -decía hiperbólicamente D. Manuel,- habría que transportarlo».-escribió Don Clemente en su cuaderno de campo.
(Y aclaro: Clemente Sáenz García fue un soriano que conocía como nadie la geología y la geografía de España, y Manuel Lorenzo Pardo suscribió el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, del que surge la idea del aprovechamiento conjunto de recursos hidráulicos del Centro y Sureste de España y que incluía el Trasvase del Tajo y la construcción del pantano de Cuevas).
¿Cómo no recordar lo que pensaron los padres de la idea hace 90 años? ¡Cuáles serían hoy sus impresiones y sentimientos?
Cuando uno aquí y ahora ve tanta gente, fontaneros, tractoristas, jardineros, informáticos, etc., ora podando, ora vigilando el funcionamiento de los goteros, ora recogiendo la fruta o bien reparando y conservando caminos o controlando la acidez del agua, se reconcilia con este mundo y se siente como pocas veces a gusto con su tierra.
Se ha compartido mucha fe y se han soportado muchos sacrificios para llegar hasta aquí y, a la vista está, han merecido la pena. Los almerienses pueden y deben disfrutarlo. Muchas veces, seguramente nunca serán demasiadas, he criticado los derroches del dinero, mal llamados inversiones en la comarca, en iniciativas inútiles o suntuosas fuera de medida y lugar cuya rentabilidad es nula. Van desde polideportivos vacíos o prácticamente desusados, como el de Carboneras, hasta carreteras sin coches, como la que construye el Ayuntamiento de Mojácar, pasando por las infraestructuras del AVE que se harán, o en parte se han hecho ya viejas, antes de ponerse en uso.
Hoy, sin recorrer más de tres km., he podido visitar una obra (el pantano de Cuevas) cuya construcción, en dineros de hoy, apenas superan los doce millones de euros, que acabó de una vez con las seculares riadas que periódicamente producían muertes y destrozos en los campos cuevanos y que, un par de meses atrás, con las lluvias del 23 de mayo de 2023, embalsó unos 9 hm3 de agua que garantizan, al menos, un año el funcionamiento de esta explotación que visito. Ahí empieza, la que es para mí, la auténtica “Nueva Cultura del Agua”, porque antes o después esa agua se distribuirá, por medio de goteros, a presión regulada y controlada, a cada limonero de la plantación, previo control y corrección de su acidez hasta situarla entre 5.5 y 6.5 para posibilitar la mejor absorción de nutrientes.
Me asombra saber, entre otras cosas, que el consumo hídrico de cada árbol se controla cada día y por cada riego, y se me ocurre que deberían visitar esta explotación, en la que algún día se han recogido 100.000 kg. de limones, los asesores de la Sra. ministra. Seguro que no van a disfrutar tanto como yo y por eso seguiré contando la experiencia en la próxima entrega.
Quizás esta historia comenzó mucho antes, cuando a mediados de los sesenta, yo, el quinto hijo de un humilde carpintero de la pobre y vetusta Mojácar, acabé en Madrid los estudios de Obras Públicas que había cursado como becario. Sin darme tiempo a pensar en mi futuro y acuciado por la falta de dinero, entré a trabajar para la Administración en el Centro de Estudios Hidrográficos, y con otros técnicos viajé durante un año por muchos lugares de España estudiando el estado de los abastecimientos y saneamientos de las ciudades de 10.000 habitantes o más. Personalmente aprendí y entendí algunas cosas de las cuales sólo tenía algunas nociones teóricas. Viendo el estado calamitoso de los abastecimientos asimilé que, como había escrito Machado, era posible que hubiera no sólo dos Españas, sino muchas. Viendo la riqueza de las iglesias y el estado de las escuelas, dolorosamente entendí que el conocimiento y la razón empiezan donde la religión termina, y también aprendí que viajar y observar enseña mucho y que la experiencia te debe ayudar a superarte, según aquello de que “cortando cojones se aprende a capar”, que diría un alcalde de Vera que visitaba Mojácar ejerciendo de “capador” siendo yo niño.
La vuelta a Madrid y un mes de trabajo “en oficinas de la Administración” fueron suficientes para largarme después de decidir que no trabajaría nunca en una Administración rancia, cutre, inmovilista y ordenancista, que se mecía como pez en el agua en una España de “Ud. no sabe con quién habla”.
Después, más de cuarenta años de trabajo en la empresa privada, de los que ni un solo día dejé de aprender y estudiar, acabaron cuando el corazón me aconsejó bajar el ritmo y ya cuando ya la edad apuntaba en la misma dirección. Aún me dio tiempo a recibir mi tercer título universitario con dos nietas como testigos del acto, y por todo eso, y seguramente más cosas, hoy frente a la puerta, y antes de salir a un largo viaje desde mi viejera, puedo disfrutar como lo hago de este día.
Hoy, cuando las opiniones y recomendaciones de nuestras autoridades me bombardean con sus intenciones de “alcanzar la neutralidad climática”, introducir “prácticas agrarias diferentes”, “lograr la transición ecológica” y “amortiguar los efectos del cambio climático en la agricultura”, y comprobando, como hemos escrito en las seis entregas anteriores de esta serie, que veinte años de bla, bla, no han conseguido garantizar ni siquiera el agua mínima, he visitado una plantación de cítricos en Cuevas del Almanzora que ha llenado de optimismo mi corazón. Incluso con el peligro de haber recogido o memorizado algún dato confundido o erróneo merece la pena dejar testimonio de la visita y contarlo, porque el comportamiento y la forma de actuar de estos grandes y, pese a todo, desconocidos “agricultores”, supone una réplica silenciosa y ejemplar a las farándulas y festivaleras declaraciones a que nos tiene acostumbrados nuestra Administración. Los almerienses y los españoles de bien de cualquier rincón del país debemos sentirnos agradecidos y orgullosos y celebrar como nuestro cualquier éxito que consigan.
La explotación que he visitado tiene una extensión de unas doscientas has. plantadas de cítricos situada al NE del núcleo urbano de Cuevas del Almanzora. Es propiedad de los herederos de Mariano Sáez y Francisco Torralba, que provenientes, creo, de Murcia se afincaron en la comarca trabajando a tope con ahínco y tesón e invirtiendo sus ahorros con inteligencia, intuición y don de la oportunidad en terrenos, entonces improductivos (tomillares y espartales), de la parte baja de las laderas de la sierra. Son las mismas tierras yermas y secas que permanecían improductivas tal como noventa años atrás las contemplaron los dos ingenieros de la historia que vamos a contar.
Contemplando y disfrutando hoy la frondosidad de este vergel, al recorrer con la vista las alturas del terreno circundante, he podido admirar como si fuese, por lo insólito, un hecho milagroso. Se trata de algunos grupos de cabras montesas que a buen seguro ramonearán furtivamente en la plantación al primer descuido. En ese momento, mis recuerdos (a veces podemos recordar incluso lo que no hemos visto) me han llevado por un viaje en el tiempo hasta traerme aquí para presenciar un milagro. Vean si no.
Podemos pensar con bastante seguridad que la idea del célebre trasvase Tajo-Segura surgió en un viaje realizado por Manuel Lorenzo Pardo y Clemente Sáenz a Cuevas del Almanzora, entre otros lugares del sudeste, en octubre de 1932. Ambos, célebres Ingenieros de Caminos, quedaron impresionados en Cuevas.
Tras la calamitosa coincidencia de una crisis minera con seis años de absoluta sequía, la mayoría de la población, con el alcalde a la cabeza, se había visto obligada a emigrar a Barcelona. (Entre 1910 y 1930 la población había bajado de 26.130 habitantes a 13.292). A ambos ingenieros el campo cuevano les pareció un inmenso desierto y en la visión de la plaza, llena de maletas de los que estaban esperando la salida, se palpaban la miseria y el hambre.
“Tres o cuatro días después, regresando a Madrid por carreteras alicantinas en el interior del automóvil, comentábamos lo que con dolor habíamos contemplado: «Si fuera posible traer el Nilo aquí -decía hiperbólicamente D. Manuel,- habría que transportarlo».-escribió Don Clemente en su cuaderno de campo.
(Y aclaro: Clemente Sáenz García fue un soriano que conocía como nadie la geología y la geografía de España, y Manuel Lorenzo Pardo suscribió el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, del que surge la idea del aprovechamiento conjunto de recursos hidráulicos del Centro y Sureste de España y que incluía el Trasvase del Tajo y la construcción del pantano de Cuevas).
¿Cómo no recordar lo que pensaron los padres de la idea hace 90 años? ¡Cuáles serían hoy sus impresiones y sentimientos?
Cuando uno aquí y ahora ve tanta gente, fontaneros, tractoristas, jardineros, informáticos, etc., ora podando, ora vigilando el funcionamiento de los goteros, ora recogiendo la fruta o bien reparando y conservando caminos o controlando la acidez del agua, se reconcilia con este mundo y se siente como pocas veces a gusto con su tierra.
Se ha compartido mucha fe y se han soportado muchos sacrificios para llegar hasta aquí y, a la vista está, han merecido la pena. Los almerienses pueden y deben disfrutarlo. Muchas veces, seguramente nunca serán demasiadas, he criticado los derroches del dinero, mal llamados inversiones en la comarca, en iniciativas inútiles o suntuosas fuera de medida y lugar cuya rentabilidad es nula. Van desde polideportivos vacíos o prácticamente desusados, como el de Carboneras, hasta carreteras sin coches, como la que construye el Ayuntamiento de Mojácar, pasando por las infraestructuras del AVE que se harán, o en parte se han hecho ya viejas, antes de ponerse en uso.
Hoy, sin recorrer más de tres km., he podido visitar una obra (el pantano de Cuevas) cuya construcción, en dineros de hoy, apenas superan los doce millones de euros, que acabó de una vez con las seculares riadas que periódicamente producían muertes y destrozos en los campos cuevanos y que, un par de meses atrás, con las lluvias del 23 de mayo de 2023, embalsó unos 9 hm3 de agua que garantizan, al menos, un año el funcionamiento de esta explotación que visito. Ahí empieza, la que es para mí, la auténtica “Nueva Cultura del Agua”, porque antes o después esa agua se distribuirá, por medio de goteros, a presión regulada y controlada, a cada limonero de la plantación, previo control y corrección de su acidez hasta situarla entre 5.5 y 6.5 para posibilitar la mejor absorción de nutrientes.
Me asombra saber, entre otras cosas, que el consumo hídrico de cada árbol se controla cada día y por cada riego, y se me ocurre que deberían visitar esta explotación, en la que algún día se han recogido 100.000 kg. de limones, los asesores de la Sra. ministra. Seguro que no van a disfrutar tanto como yo y por eso seguiré contando la experiencia en la próxima entrega.