Conócete a ti mismo


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SAVONAROLA

Hoy, hermanos, departiré sobre, tal vez, el oficio más antiguo del mundo, y no es aquél en que todos andáis rumiando. Porque en el principio creó Dios los cielos y la tierra, mas ya había alguien allí para contarlo y dejarlo escrito en el Sagrado Libro.

Sí, caros míos, os hablo de los cronistas, los hombres que se ocupan de reflejar, custodiar y preservar lo que ocurre en su tiempo y contar el pasado. Son los agricultores de la Historia, cuidan la semilla de los hechos y tejen el relato que trocará cada lance en eterno.

Ha sido así desde el orto de los tiempos. Tal que os digo, el Padre procuró que su magna obra no cayera en el olvido, y buscó quien la narrara. Secundó su ejemplo el Hijo, y hoy conocemos sus enseñanzas y cómo se sacrificó por la salvación del mundo y de los hombres gracias a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, apóstoles y seguidores en la fe, empero la existencia de Cristo, nuestro Señor, resulta irrefutable por las menciones que de Él hicieron testigos harto cualificados, entre ellos, Flavio Josefo, Tácito, Cayo Suetonio o Plinio el Joven, grandes cronistas de su siglo.

El modelo cundió y han llegado hasta nosotros numerosos retratos, los más antiguos en verso, de hazañas de héroes más o menos mundanos. Algunos fueron escritos por desconocidos, como el más remoto, que cuenta las peripecias de Gilgamesh, déspota rey de Uruk, en busca de la eterna juventud. Otros se atribuyen, empero sin suficiente crédito, a algún autor de biografía parca y difusa. Es el caso de Homero, ciego, rapsoda y presunto autor de las andanzas por el Mare Nostrum de Ulises, el rey de Ítaca, en la Odisea, o de la crónica de la guerra de Troya recopilada en la Ilíada.

Hubo también quien escribió la propia historia vivida, así, Tucídides transcendió su lucha contra Esparta en la Historia de la Guerra del Peloponeso. O qué decir de Julio César, quien consideró conveniente, y voto a bríos que lo fue, dejar constancia de sus gestas en la Guerra de las Galias y en la Guerra Civil, muy pocos años antes de que Tito Livio redactara su Historia de Roma.

Los reyes de España, hijos míos, conocían la importancia de dejar constancia por escrito de todo lo concerniente a sus grandes empresas. Carlos I encomendó esa labor a Antonio Pigafetta en la primera circunnavegación del orbe, y nombró cronista oficial de las Indias a Gonzalo Fernández de Oviedo, aunque la Conquista de la Nueva España fuera escrita por Díaz del Castillo y por su protagonista, Hernán Cortés. Y así, por los siglos de los siglos.

No olvidaré a Benito Pérez Galdós, quien, en sus Episodios Nacionales abrió una magna ventana a la procelosa España del finales del XIX, desde Trafalgar a la restauración de Alfonso XII, ya en el albor del XX.

Como veis, mis queridos hermanos en Cristo, guardar la memoria de la huella del hombre fue el primer oficio del mundo, y perdurará en tanto haya vida inteligente so la tierra, porque es menester saber lo que se fizo para enmendar los yerros, y dominar la historia es conocerse a uno mismo, puesto que della somos el fruto. Así lo han sabido todos los grandes hombres a lo largo de la Historia, y primero de ellos, el Padre.

Y, como antaño, hogaño hay gobernantes que cuidan del legado de sus pueblos. Para mantenello sano, difundillo y divulgallo, encargan tal menester a ilustrados, y por lo general ilustres, vecinos del lugar. Son los llamados cronistas oficiales.

El cargo va asentándose en ciertos municipios de la bendita tierra del Levante almeriense. Lo inauguró Pedro Enrique Martínez en Cuevas del Almanzora, a quien sucedió años después Enrique Fernández Bolea, hoy decano del gremio en la comarca.

Instauró después Antas tal figura, y la encarnó en el maestro don Gabriel Martínez Guerrero, guerrero tenaz de la difusión de la Cultura que tuvo su capital en El Argar hace más de 4.000 años, una bandera que ha recogido recientemente Luis Artero.

Y en Vera, Gabriel Flores fue elegido por unanimidad, al igual que sus colegas, cronista oficial, y como todos ellos, ya lo era oficioso desde mucho tiempo atrás. Como lo es de toda la comarca nuestra Juan Grima, y hora es de proponerlo y oficializarlo.

Empero aún quedan los más de los pueblos sin nadie que vele desde la institución por su pasado y presente, y yo les digo, que como hijos de Dios, han de seguir su ejemplo. Que armen caballero al más dispuesto de los suyos para afrontar con éxito la empresa. En todos hay candidatos dilectos, muy pero que muy cualificados, y aqueste anciano y cansado fraile sabe dellos.

Aviven el seso los regidores, que el futuro arriba constante e inexorablemente. Día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, y es cometido del buen gobernante que a todos alcance prevenidos. Y, en tanto, vale.