La felicidad de los buenos ratos.


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

Si conseguimos olvidarnos de los políticos y de lo que son capaces de hacer con nuestras vidas y haciendas. Si somos capaces de creer que cambiarán, que algún día, en algún siglo futuro dejarán de ser sectarios y trabajarán por el bien de los ciudadanos, lo mismo seríamos capaces de vivir felices en un país como el nuestro. Hermosa tierra a la que algunos políticos quieren que odiemos, y trabajan para ello. Pero no es el caso. No cambiarán. Lo sabemos. No lo han hecho a lo largo de los años, las décadas y los siglos que llevamos viviendo a su lado, no lo iba a hacer en cinco días de reflexión el burlador de España.

Hace un par de sábados hice un viaje a Guadix. Son cientos los almerienses que a lo largo de los años subimos a ese pueblo granadino, por mor de sus terrazas y su precio. No era hora de los churros, ni de sus tostadas gigantes, y en los alrededores de la Bodeguilla no había forma de encontrar aparcamiento. ¿Nos acercamos a comer a Abla? Le pregunté a la parienta. Los recuerdos de la buena gente de Abla, del Pintao viejo, del nuevo, de Paco, de sus buenas carnes a la brasa, de aquella chimenea que nos recibía encendida en invierno, de sus sopas que calentaban el estómago. Fue dejar de pensar en los políticos, añorar a los viejos amigos, algunos ya perdidos de Abla, y los recuerdos nos hacían sentirnos más felices. ¿Por qué nos tenemos que acordar de esos infumables seres dedicados a hacer la vida imposible a los ciudadanos? A veces pienso que los que nos dedicamos a escribir sobre ellos no dejamos de ser algo masoquistas. Cinco días nos ha tenido pendiente el gran burlador de España, para al final ¿qué?

En el viaje a Abla esperaba encontrarme con Antonio Puertas, el hombre que entra y sale de su pueblo con el sombrero puesto, pero no tuve esa suerte, no pude saludar a un amigo. Alguien me había hablado de la cafetería la Esquina, donde se comía bien. Nos atendió Paco, el pequeño, como así le llaman. La importancia de un buen trato mejora hasta la comida, aunque en este caso no hiciera falta, el cordero estaba tierno, apetitoso, el potaje de jibia extraordinario. Los postres caseros, deliciosos. El vino tinto de la casa, por una vez me olvidé del blanco, quizás por lo mismo que había alejado a los políticos en esos momentos de mi pensamiento, era de muy buena calidad.

José, el propietario nos ofreció su hospitalidad, y la posibilidad de disfrutar en otra ocasión de su buena cocina, en compañía de unos amigos que en la barra sabían darle buena salida a los alimentos y a la conversación. Le he prometido que volveré, y que será en la barra, a su lado y con sus amigos de cada día, donde compartir un buen rato de copas y viandas.

No sé si han pasado quince años, quizás más, pero fue un segundo entrañable compartir y darle un abrazo a Antonio Lao, el director del Diario de Almería. Él estaba en su terruño, el invitado en esta ocasión era yo. El tiempo jugaba en contra de las pequeñas cosas que nos hacen felices, y había que volver a casa. Hoy no quiero pensar o escribir de ellos, los políticos, solo decirles que a veces esos ratos, una barra de bar, unos amigos, unas almejas con tomate, y una conversación donde no exista el sectarismo y la división que algunos nos quieren imponer llegan a convertir nuestra vida en un remanso de paz y de felicidad.

Mañana volveremos a la palestra. Qué remedio, se ha empeñado Pedro Sánchez en que así sea y habrá que seguir en la batalla contra la corrupción y contra los odiadores de este país que nos vio nacer.