La chimenea


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

No puedo negar que fue un espectáculo ver caer la enhiesta chimenea de Carboneras, como lo fue ver caer el edificio de Trino en la capital (recuerdo que estaba por aquellos entonces de alcalde Juan Megino), el Toblerone, para hacer unos edificios que ofrezcan una pantalla más entre la ciudad y el mar, entre los almerienses y el Mediterráneo, o como algún día será apoteósico ver caer el hotel del Algarrobico.

El derribo del edificio de Trino, la apertura de una imagen de la ciudad hacia el mar a todos nos pareció un buen augurio. La caída del Toblerone tuvo sus detractores y los aplaudidores. Los que pensaban que era un singular elemento dentro de la realidad histórica y comercial de Almería, y al que se le podía dar un fin en sí mismo. La realidad ya la conocen, un alcalde dio la orden de derribo (¿cómo se llamaba el dichoso?) y sobre sus solares hoy lucen hermosos mamotretos, si es que hermosos se les puede llamar.

Me contaban una historia que no he podido confirmar aún. Se celebraba una reunión entre el Colegio de Arquitectos y empresarios de la construcción, y una de las voces que se levantaron predicaba que el ayuntamiento debería permitir, sobre las casas del llamado nuestro casco consolidado, que se les diera permiso para levantar un par de pisos más, o que se pudieran derribar para hacer nuevos edificios acordes a los tiempos que corren. Reitero, no he podido confirmar este rumor, pero si fuera cierto, y personas había en aquella reunión, estaríamos hablando de volver al urbanismo de los años sesenta y setenta que tanto dinero aportó a los bolsillos de los contratistas, y que se puede comprobar, por poner solo un ejemplo, en el edificio del Banco Bilbao en pleno Paseo de Almería.

El derribo en su día del hotel el Algarrobico será la demostración de que unos cuantos políticos con despacho en Madrid, con el apoyo de los chicos del barco, decidieron que ellos eran los que mandaban en este país, que las leyes son ellos, y que nada ni nadie se les puede oponer. Y doña Cristina nos gobernó.

La alta y esbelta chimenea de Carboneras ha caído. Ha estado acercando las estrellas de su hermoso cielo a los vecinos del pueblico. No le estorbaba a nadie. Formaba parte del paisaje, de la historia de los últimos sesenta años del pueblo, del desarrollo económico, del trabajo de sus hombres y mujeres. ¿A quién le estorbaba, para que la hayamos visto caer? ¿No ha encontrado a nadie que la defendiera? ¿El pueblo de Carboneras se quería desprender de ella? El derribo de la chimenea cuesta entenderlo, pero así somos. A veces no le damos valor a lo que han sido señas de nuestra entidad durante décadas y las vemos caer sin hacer el más mínimo esfuerzo por mantenerlas. Nos encanta destruir lo que nos rodea, es fácil hacerlo, y así vamos desnudando nuestros paisajes.