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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
En los años de la guerra del 14, a los más tiernos infantes se les enseñaban las primeras letras con primorosos ejercicios de dictado, muy distintos de aquellos que sufrieron generaciones posteriores que arrastran secuelas permanentes por los dañinos poemas de Gloria Fuertes, formados con pareados dodecafónicos, que la poeta recitaba en mi infancia con su voz aguardentosa. Antes bien, antaño eran de uso pedagógico textos de nuestros ilustrados dieciochescos, por ejemplo, del siguiente tenor: “No ha menester (el pueblo) que el gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse. En los pocos días, en las breves horas que puede destinar a su solaz y recreo, él buscará, él inventará sus entretenimientos”.
Uniendo así la enseñanza de la ortografía castellana con la conseja moral, no menos castellana y tan ignorada por ediles iliberales, aunque voluntariosos. Y proporcionando así a los educandos un doble beneficio,
En estas últimas semanas de 2023 hemos visto las cercanías de la calle de Ferraz convertida, a partir de determinada hora, en una especie de goyesca Pradera de San Isidro. Por allí desfilaban, ataviados con polvorientas banderas de la Comunión Tradicionalista y de Falange Española, muchos representantes, sobre todo de la primera edad y de la última, y acompañados de algunas viejas glorias de los “ultra sur”, cercando la sede socialista y configurando una extraña estampa. Algunos jóvenes rezaban, agrupados, el Santo Rosario, aprendido no se sabe dónde, y armados de un instrumento tan escasamente litúrgico como el altavoz “vintage” que probablemente usaron sus padres en los locos años setenta para otros menesteres y otras políticas. Sólo faltaba la tuna de Farmacia y algunos familiares de la Inquisición.
Este vistoso espectáculo creo que se sigue desarrollando en nuestros días con “mascletás” de la Policía Nacional y nazis de guardarropía, por lo que no puede descartarse que, dado que la repetición engendra la costumbre como fuente del derecho, se acabe consolidando primero e institucionalizando después, como las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy. Está claro quiénes son los moros y quiénes los cristianos, ¿no? Los japoneses nunca se sacian de nuestras peculiares celebraciones.
Como colofón o estrambote el último día del año algunos artesanos más o menos falleros, diseñaron otro artefacto igualmente obsoleto: una piñata con la efigie en caricatura del mayor embustero que vieron los siglos y que ufano desempeña ese puesto desde el que riega con mercedes y prebendas a sus más propincuos seguidores.
No se ponen los doctores de acuerdo en si se trata de una piñata o de un pelele, o un híbrido de ambos. A mí me parece más pelele porque es más goyesco. “Muñeco - precisa el diccionario con su voz antigua-, que mantea el pueblo en las carnestolendas”. Y además se complementa mejor con el paisaje humano descrito.
Es curioso que los ofendidos, como los malditos del Tenorio, clamen al cielo por tamaña mofa y befa. Y se hable del probable “delito de odio” y se llame a consultas a la Fiscalía y dos o tres relatores. Acabaremos a este paso prohibiendo los burlescos “ninots” en cuanto sean dañosos para la reputación del poder y sus aristocracias. Eso sí, podremos freír un Cristo con ajos, como hacía Javier Krahe en los libérrimos años ochenta.
Golpear al pelele en efigie del presidente del gobierno está muy feo y puede ser un “delito de odio”... cuando los tribunales se pongan de acuerdo en explicarnos que sea tal cosa. Aunque quizá deberíamos aclarar quién es el pelele. No vayamos a que resultemos ser los demás.
Uniendo así la enseñanza de la ortografía castellana con la conseja moral, no menos castellana y tan ignorada por ediles iliberales, aunque voluntariosos. Y proporcionando así a los educandos un doble beneficio,
En estas últimas semanas de 2023 hemos visto las cercanías de la calle de Ferraz convertida, a partir de determinada hora, en una especie de goyesca Pradera de San Isidro. Por allí desfilaban, ataviados con polvorientas banderas de la Comunión Tradicionalista y de Falange Española, muchos representantes, sobre todo de la primera edad y de la última, y acompañados de algunas viejas glorias de los “ultra sur”, cercando la sede socialista y configurando una extraña estampa. Algunos jóvenes rezaban, agrupados, el Santo Rosario, aprendido no se sabe dónde, y armados de un instrumento tan escasamente litúrgico como el altavoz “vintage” que probablemente usaron sus padres en los locos años setenta para otros menesteres y otras políticas. Sólo faltaba la tuna de Farmacia y algunos familiares de la Inquisición.
Este vistoso espectáculo creo que se sigue desarrollando en nuestros días con “mascletás” de la Policía Nacional y nazis de guardarropía, por lo que no puede descartarse que, dado que la repetición engendra la costumbre como fuente del derecho, se acabe consolidando primero e institucionalizando después, como las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy. Está claro quiénes son los moros y quiénes los cristianos, ¿no? Los japoneses nunca se sacian de nuestras peculiares celebraciones.
Como colofón o estrambote el último día del año algunos artesanos más o menos falleros, diseñaron otro artefacto igualmente obsoleto: una piñata con la efigie en caricatura del mayor embustero que vieron los siglos y que ufano desempeña ese puesto desde el que riega con mercedes y prebendas a sus más propincuos seguidores.
No se ponen los doctores de acuerdo en si se trata de una piñata o de un pelele, o un híbrido de ambos. A mí me parece más pelele porque es más goyesco. “Muñeco - precisa el diccionario con su voz antigua-, que mantea el pueblo en las carnestolendas”. Y además se complementa mejor con el paisaje humano descrito.
Es curioso que los ofendidos, como los malditos del Tenorio, clamen al cielo por tamaña mofa y befa. Y se hable del probable “delito de odio” y se llame a consultas a la Fiscalía y dos o tres relatores. Acabaremos a este paso prohibiendo los burlescos “ninots” en cuanto sean dañosos para la reputación del poder y sus aristocracias. Eso sí, podremos freír un Cristo con ajos, como hacía Javier Krahe en los libérrimos años ochenta.
Golpear al pelele en efigie del presidente del gobierno está muy feo y puede ser un “delito de odio”... cuando los tribunales se pongan de acuerdo en explicarnos que sea tal cosa. Aunque quizá deberíamos aclarar quién es el pelele. No vayamos a que resultemos ser los demás.