Un paseo por el Sena


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

¿Se puede, sentado en la Ribera del Andarax, pasear por el caudaloso Sena, de la ciudad del amor?

Para un buen número de personas que nos sentábamos aquella mañana de sábado a pocos metros del viejo y seco río almeriense, la voz dulce, hermosa y soñadora a veces, procaz en otras de María Milán, nos llevó a pasear por esa ciudad bañada por el río Sena, dicen los parisinos que es la auténtica vena del París enamorado.

No era hora, los doce y media de la mañana, para un encuentro musical como el que nos ofrecían, hubiera necesitado las sombras de esa tarde que se pierde por Sierra de Gádor, o las tenues luces de ese atardecer que sacan imágenes inolvidables de los presentes, pero la magia de la voz de una mujer pudo con la luz del sol, con el aire que entraba por las ventanas abiertas y hasta con un perro blanco que entraba y salía de la sala, es de imaginar que atrapado como todos los que nos dábamos cita ante la llamada, por una voz, la de María Milán, que nos llevó por esos mundos oníricos que la música nos ha ido creando y dejando para el disfrute del tiempo.

Fue uno de esos viajes en lo que nos demostró que para cantar y hablar del amor hay que acercarse a un idioma, el francés. Y que fueron ellos, los compositores y poetas franceses, los que han llenado durante los siglos pasados las mejores partituras en las que se ha cantado a un sentimiento tan íntimo y provocador.

Nos introdujo con sus melodías por las salones de la Francia clásica, nos bajó a los barrios donde músicos, pintores y demás ralea de artistas se buscaban la vida diariamente entre copas de absenta, a la espera, como nos contaba María Milán, de que alguien se dignara pagar una copa más. Nos enfrentó a la pintura de Manet, y nos dejó que nos embaucara Toulouse Lautrec con sus colores, sus obsesiones y su prematura muerte en medio de ese ambiente que recogía el mejor cabaret de todos los tiempos, el Moulin Rouge. Nos hizo viajar hasta el Folies Bergére, donde la noche de París lo convertía en el Palacio de la Diversión.

Pero fue con Edith Piaf, donde María Milán nos volvió la vida de color rosa, fue con el recuerdo de aquella pequeña mujer, casi escondida en unos pantalones y una voz prodigiosa, con la que nos hizo soñar. Y con ella cantamos, reímos y vimos la vida de colores. No nos hizo falta viajar al barrio latino, ni cruzar las puertas del Folies, tuvimos la voz de María Milán que nos meció por el río Sena, nos paseó por la historia musical de París y nos hizo vivir, junto a nuestro viejo y seco río Andarax, entre los naranjos que aún lo jalonan, como podemos llegar a sentir, soñar y viajar, a través de una voz tan hermosa como la de María, desde la música más romántica de los salones de Francia, hasta esa bohemia donde la vida se llenaba de placeres.

María, fue un placer escucharte, y una alegría pensar durante unos minutos que estábamos en uno de aquellos famosos cabaret de la noche francesa, aunque el sol estuviera en todo lo alto de nuestro cielo almeriense, y el reloj solo marcara las doce y media de un día que resultó embriagador, gracias a las vivencias que nos estaba ofreciendo tu voz.