No me llames amnistía, llámame Lola


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Nunca fuera Puigdemont de tontos tan bien servido. Pedro Sánchez, verdadero monstruo del Frankenstein gubernamental, no es tonto en absoluto. Su vicepresidenta, en cambio,a pesar de ser mujer, es sin embargo, idiota.

Pero él no es tonto en absoluto. Es un ser admirable del que hablará la Historia que está por escribir, los aedos y juglares, los ensayos sobre psicópatas, los libros de caballería, los cantares de gesta y los romances de invidentes. Es de la estirpe de Zapatero, pero sin la necedad proverbial de éste, que no pudiendo pronunciar la palabra “crisis” la sustituyó por “desaceleración rápida”. Que bonitos son los eufemismos, sirven ya que no para cambiar las cosas que nos disgustan, para al menos eliminar la palabra que nos la recuerda y distraernos un poco.

¿De verdad sus diputados van a seguirlo sin rechistar, como a un Moisés tenebroso que les lleva ,y nos lleva, a no se sabe que tierra prometida e inconstitucional? ¿No habrá en la Sodoma del Grupo Parlamentario Socialista tres o cuatro hombres (o mujeres) justos o justas que se salven y nos salven de este espectáculo repugnante?, ¿Son todos tontos? Ese es el calificativo más benigno que se les podría aplicar. Todos los demás son mucho más graves.

Siempre me impresionó de la película “Espartaco” aquella frase de Charles Laughton, interpretando al senador Graco, cuando ante el Senado Romano, siendo fiel a sus ideas y a sí mismo, termina su discurso con un rotundo “me retiro de la política”. Aquí el pesebre puede más, Pedro Sánchez obliga a seguirlo a unos insensatos, como Rubiales obligó a los suyos a aplaudirles e inmolarse, cuando todos esperaban que los salvaría pronunciando la frase de Graco. Ingenuos.

Nadie es capaz de darse cuenta de que incluso a él le da vergüenza pronunciar la palabra tabú. ¿Cuántas mentiras son capaces de soportar los militantes de su partido? ¿cuánta ignorancia cabe en los votos de sus votantes? ¿cuánta mala fe en los periodistas palanganeros?. La humillación de su prosternación a cambio de un plato de lentejas concedido por un delincuente nos alcanza a todos y se extiende como una mancha de aceite. Sus mentiras nos comprometen a todos. Cuando se atreva a pronunciar la palabra nefanda se lo agradeceremos con lágrimas en los ojos. Todos tontos, como los niños del flautista de Hamelín entremos con él en la montaña de la indignidad para siempre.

En este caso a diferencia de Moisés, será él quien entre en la tierra prometida del ansiado poder. Todos los demás, sus discípulos y los que admiramos su caradura nos quedaremos en el desierto.