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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
El otro día hubo en Bruselas un partido de fútbol entre las selecciones de Bélgica y Suecia. Un islamista radicalizado de origen tunecino asesinó con un fusil de asalto a dos hinchas suecos que llevaban puesta la camiseta de su selección. No fue un acto casual sino premeditado. Quería matar específicamente a ciudadanos suecos. Por ser suecos. Fue la venganza de un acto anterior en el que en Suecia un ciudadano quemó un ejemplar del Corán. Pasó como en la redacción de “Charlie Hebdo”, es el “algo habrán hecho” de la sociedad vasca que justificaba asesinatos singulares.
Se trata de inocular el miedo en la sociedad, como la mafia te quema el negocio si no pagas el chantaje y, además y de paso, culpabilizar de sus consecuencias al autor de cualquier cosa que infrinja una moral, una religión fundamentalista o desdeñe una amenaza verosímil.
Es un buen ejemplo de lo que en un derecho penal primitivo se aplicaba con el aforismo latino: “Causa causae causa causati” (la causa de la causa es la causa de lo causado). La culpa viaja así hasta donde se quiera o convenga que viaje.
En Israel ha tenido lugar el primer “pogromo” desde la segunda Guerra Mundial. Un pogromo es una matanza de judíos que pagan con su muerte el hecho de ser judíos y estropearnos el paisaje, y dejando además y a veces a los autores, mayorías desordenadas frecuentemente, pingües beneficios.
Ministras siniestras y analfabetas del siniestro Gobierno en funciones de España han calificado la reacción del estado de Israel como “genocidio”.
El DRAE lo define como “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. U. t. en sent. fig.”
El genocidio es una palabra relativamente reciente, es un neologismo creado por un jurista polaco para crear un concepto que definiese lo que Churchill, respecto al Holocausto, llamó “un crimen sin nombre”. El genocidio de los alemanes, en este sentido, deliberativo y de masas, tenía un precedente muy del gusto de Hitler en lo que el gobierno turco hizo con su minoría Armenia en 1915.
Es, por así decir, un “pogromo” a escala industrial, lo que exige un propósito y deliberación previos, una planificación, y una logística. y deliberación previa. La diferencia entre pogromo y genocidio no es de clase, sino de grado.
Gengis Khan en este sentido no era un genocida: mataba sin discriminar a todo lo que se le ponía por delante.
Cambiar las palabras o utilizarlas como cajón de sastre para magnificar y engordar la gravedad de todo lo que no nos parece bien, no conduce a nada y es una muestra de ignorancia supina y un intento de manipulación. En ambos fangos chapoteamos con frecuencia en los usos políticos y en los medios de comunicación.
Aquí no existe ningún intento de acabar con un pueblo o una etnia, sino la necesidad de un estado de proteger a sus ciudadanos frente a un terrorismo que ha cruzado una frontera sagrada: del acto terrorista individual y soportable ha pasado al “pogromo”.
Morirán muchos inocentes, sin duda y como siempre, pero cuando un grupo terrorista se esconde detrás de una población para protegerse y atacar ¿qué puede –qué debe- hacer un estado? ¿lo que en España se llamó “guerra sucia”?. Israel lo ha hecho desde su fundación por esas leyes bastante farisaicas que regulan la política: la guerra es la política por otros medios como decía, sin hipocresía, Von Clausewitz.
Quizá su estrategia de futuro esté más en los asesinatos selectivos y en el espionaje que en lo que le están obligando a hacer en estos días.
Para el “pensamiento Alicia” de Occidente esta empezando a interiorizar, e incluso a exteriorizar, que, como consta en los estatutos de Hamas, Israel debe desaparecer.
Pero lo primero que hay que hacer sea cual sea el propósito oculto que se persiga, es llamar a las cosas por su nombre. Denominar “Genocidio” a la “Amnistía” no tiene ningún sentido.
Recuerdo aquel chiste de Forges, antes de que perdiera la gracia, cuyo personaje decía solemnemente: “Yo soy de los que llaman al pan “zusf” y al vino “frolo”.
Se trata de inocular el miedo en la sociedad, como la mafia te quema el negocio si no pagas el chantaje y, además y de paso, culpabilizar de sus consecuencias al autor de cualquier cosa que infrinja una moral, una religión fundamentalista o desdeñe una amenaza verosímil.
Es un buen ejemplo de lo que en un derecho penal primitivo se aplicaba con el aforismo latino: “Causa causae causa causati” (la causa de la causa es la causa de lo causado). La culpa viaja así hasta donde se quiera o convenga que viaje.
En Israel ha tenido lugar el primer “pogromo” desde la segunda Guerra Mundial. Un pogromo es una matanza de judíos que pagan con su muerte el hecho de ser judíos y estropearnos el paisaje, y dejando además y a veces a los autores, mayorías desordenadas frecuentemente, pingües beneficios.
Ministras siniestras y analfabetas del siniestro Gobierno en funciones de España han calificado la reacción del estado de Israel como “genocidio”.
El DRAE lo define como “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. U. t. en sent. fig.”
El genocidio es una palabra relativamente reciente, es un neologismo creado por un jurista polaco para crear un concepto que definiese lo que Churchill, respecto al Holocausto, llamó “un crimen sin nombre”. El genocidio de los alemanes, en este sentido, deliberativo y de masas, tenía un precedente muy del gusto de Hitler en lo que el gobierno turco hizo con su minoría Armenia en 1915.
Es, por así decir, un “pogromo” a escala industrial, lo que exige un propósito y deliberación previos, una planificación, y una logística. y deliberación previa. La diferencia entre pogromo y genocidio no es de clase, sino de grado.
Gengis Khan en este sentido no era un genocida: mataba sin discriminar a todo lo que se le ponía por delante.
Cambiar las palabras o utilizarlas como cajón de sastre para magnificar y engordar la gravedad de todo lo que no nos parece bien, no conduce a nada y es una muestra de ignorancia supina y un intento de manipulación. En ambos fangos chapoteamos con frecuencia en los usos políticos y en los medios de comunicación.
Aquí no existe ningún intento de acabar con un pueblo o una etnia, sino la necesidad de un estado de proteger a sus ciudadanos frente a un terrorismo que ha cruzado una frontera sagrada: del acto terrorista individual y soportable ha pasado al “pogromo”.
Morirán muchos inocentes, sin duda y como siempre, pero cuando un grupo terrorista se esconde detrás de una población para protegerse y atacar ¿qué puede –qué debe- hacer un estado? ¿lo que en España se llamó “guerra sucia”?. Israel lo ha hecho desde su fundación por esas leyes bastante farisaicas que regulan la política: la guerra es la política por otros medios como decía, sin hipocresía, Von Clausewitz.
Quizá su estrategia de futuro esté más en los asesinatos selectivos y en el espionaje que en lo que le están obligando a hacer en estos días.
Para el “pensamiento Alicia” de Occidente esta empezando a interiorizar, e incluso a exteriorizar, que, como consta en los estatutos de Hamas, Israel debe desaparecer.
Pero lo primero que hay que hacer sea cual sea el propósito oculto que se persiga, es llamar a las cosas por su nombre. Denominar “Genocidio” a la “Amnistía” no tiene ningún sentido.
Recuerdo aquel chiste de Forges, antes de que perdiera la gracia, cuyo personaje decía solemnemente: “Yo soy de los que llaman al pan “zusf” y al vino “frolo”.
