La proliferación de mascotas


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CLEMENTE FLORES

HACE CINCUENTA AÑOS era muy raro encontrar una mascota en cualquier casa de una gran ciudad como Madrid. En aquel tiempo, el dueño o del animal debía cuidar mucho dónde y cuándo podía pasear con él, porque sabía que iba a estar obligado a someterse, cuando menos, a las miradas reprobadoras de la mayoría de los transeúntes. Hoy deben de pasear diariamente en Madrid unos 300.000 perros cuyas ataduras, sujetas con soltura por sus dueños, debes de sortear, por aceras, pasos de peatones o sendas de cualquier parque. El número de mascotas no ha dejado de crecer, sobre todo con motivo del confinamiento. Según datos de los fabricantes de alimentos, el número de mascotas en nuestro país es superior a los 29 millones. Todo un problema.

Nuestras casas, calles, parques y ciudades se han pensado para que sirvan de cobijo y permitan establecer relaciones con y entre personas y nadie ha pensado que la ley venga a obligar a que en estos espacios los 29 millones de mascotas deban desarrollar adecuadamente sus necesidades fisiológicas, etológicas y ecológicas básicas.

Convivir animales y personas con necesidades físicas y fisiológicas distintas, con niveles de inteligencia y raciocinio incomparables, con millones de años viviendo y evolucionando de forma distinta, es un problema tan complejo que una ley no lo puede solucionar de golpe y porrazo en un determinado momento histórico, aunque ese momento dure cincuenta años.

A un señor de mi edad que no haya leído al detalle la nueva ley, le pueden entrar dudas sobre si debe o no cederle el asiento al perro que acaba de subir al autobús o si el perro de tu vecino del restaurante debe sentarse a la mesa o permanecer en el suelo. A un señor de mi edad le puede causar extrañeza ver cómo un ejecutivo trajeado, de punta en blanco, saque una pequeña bolsa de su bolsillo y recoja la caca de su perro en la calle porque conoce lo raro que es imaginar la misma escena tratándose del padre o la madre del mismo ejecutivo.

Cuando un octogenario las pasa “de a kilo” intentando dominar sus esfínteres buscando un aseo ¿No es lógico pensar que sienta cierta envidia del perro que despreocupadamente levanta su pata y se mea en plena calle y a la luz del día, en la base de la farola que encuentra más cerca? ¿Qué sentirán los que han hecho una ley que prohíbe que las mascotas duerman al aire libre en balcones o terrazas cuando con un simple paseo pueden contemplar la cantidad de personas que en pleno invierno duermen al raso, en las calles en una ciudad tan fría como la capital del Estado? No tenemos más remedio que preguntarnos ¿Es una ley que se ha dictado con intención de que se cumpla o simplemente un acto más de demagogia a que se nos somete?

Por mucha necesidad de regular el tema del mal trato animal que exista, la ignorancia sobre la naturaleza de los animales con que está redactada y el desconocimiento de la realidad y condiciones de vida de nuestra sociedad hará que conforme vaya pasando el tiempo, como ocurre con otras leyes actuales, será cada vez más contestada y se irá incrementando el número de ciudadanos que pidan, cuanto menos, que se modifique. Con demasiada frecuencia se están promulgando leyes por motivos oportunistas, que carecen de los suficientes análisis y meditaciones previas a su aprobación y que conciernen a motivos tan dispares al que nos ocupa como las agresiones sexuales (Ley del sí es sí) o de las ayudas económicas por los costes de la energía a familias numerosas.

No sería completo, por largo que sea, el análisis que hemos hecho de la oportunidad de la Ley sobre El Derecho y Bienestar Animal si no hablamos de los volúmenes de dinero que se manejan en el sector de mascotas y animales de compañía.

No es un fenómeno que concierna a España en exclusiva. Se calcula que en la Comunidad Económica Europea existen más de 90 millones de hogares con una o dos mascotas. En negocio de utensilios como arneses, transportines, juguetes diversos, rascadores o de alimentos variados, como comidas calientes para macotas, servidas a domicilio, croquetas de pienso seco, comida para mascotas veganas, chocolatinas de gustos varios etc. Hoy se necesita un auténtico presupuesto para atender a las mascotas incluyendo veterinarios, dietas, peluquerías, vacunas, y desparasitación, aparte de un tiempo de dedicación para aseo, cepillados y paseos que no se tiene para otros fines. Es sorprendente el número de multinacionales de la alimentación que operan en España participando o no de empresas españolas del ramo y el número de empresas afincadas aquí que están multiplicando sus denominaciones comerciales con objeto de vender sus productos en el libre mercado o a través de distribuidoras como Mercadona o Amazon, entre otras.

Las mascotas empiezan a producir sentimientos encontrados en nuestra sociedad por la convivencia entre una parte de la población que posee mascotas y otra que no las tiene y que no está dispuesta a admitir interferencias con las mascotas del vecino. Algunos países han impuesto tasas por la simple tenencia de perros y existen multitud de ciudadanos que critican que existan muchos miles de hectáreas de tierra agrícola dedicada a producir alimentos para mascotas.

Ningún ecologista, de momento, critica la proliferación de envases extravagantes llamativos e inútiles para la comida de mascotas, sobre todo de golosinas, ni la moda de la comida vegana no recomendada por los veterinarios.

La sociedad está muy dividida y poco informada y no existe una ocasión ni un espacio para debatir con serenidad los pros y contras de esta tendencia imparable de que “es necesario integrar a los animales en la sociedad y por el contrario no se puede aislar a sus propietarios reduciéndolos a vivir en guetos”.

En estas condiciones los aspectos más críticos de la nueva ley no son más que un reflejo de los sentimientos encontrados de una sociedad que ha sustituido razonamientos por sentimientos dejando en el trastero el siglo de las luces que tanto nos hizo razonar.

Hace millones de años que el hombre se puso de pie y hoy debería estar meridianamente claro y ser públicamente conocidas cuáles son las diferencias de naturaleza y posibles comportamientos entre el hombre y el resto de los animales y sacar del cerebro de los que hoy hacen la ley, las imágenes de los animales humanizados que el cine les grabó siendo niños y hoy seguimos gravando a los niños mediante las películas de animación.

Siempre han existido animales domesticados y siempre ha habido personas que han practicado el buen trato a los animales. ¿Quién no ha oído aquello de que el perro es el mejor amigo del hombre? ¿Quién no ha leído algún cuento ensalzando su lealtad? ¿Una explicación simple? Si quieres que te siga el can, dale pan. Demasiadas veces por ignorancia nos dejamos guiar por axiomas que parecen verdades evidentes y no lo son. En este caso, y por su posible vinculación con la tenencia de mascotas, se me ocurre hablar de la soledad.

Normalmente tendemos a identificar el vivir solos con hecho de experimentar sentimientos de soledad y no es cierto. Un estudio reciente ha venido a demostrar que son más los españoles entre 18 y 24 años que se sienten solos (un 37 %) que los mayores de 65 años(un 12.9%) lo cual podría ser una de las causas del aumento de suicidios entre los jóvenes. Cuando se analizan porcentajes descubrimos que aparte de los jóvenes, otros colectivos vulnerables son los parados, los trabajadores nocturnos, los separados y los incapaces de establecer relaciones de amistad. Es cierto, según muchos estudios realizados, que una mascota puede hacerle a cualquier persona sentirse menos sola, es decir, que una mascota puede suavizar las sensaciones de soledad. Aunque esto sea así en determinadas condiciones no lo es siempre y dependerá de que las relaciones de convivencia se limiten o no a las relaciones con mascotas. Deberíamos saber que la relación o la convivencia con una mascota no puede sustituir a las relaciones e interacciones con otras personas, a no ser que estas sean negativas y estén deterioradas.

Las personas no tenemos el cerebro conformado para intercambiar sentimientos, emociones y razonamiento con animales sino con otras personas. Si una persona limita su convivencia a su relación con algún animal de compañía, acabará empobreciendo su cerebro e impidiéndole entender el mundo que le rodea. Su realidad será inventada y tendrá una visión de ella como la tienen los niños de los animales humanizados que han visto en el cine. Como decía Darwin, la realidad siempre es coherente.

No hemos hablado de otra cosa, aunque nos cueste creerlo, que de la sociedad que se ha dictado a sí misma la Ley de Protección de los Animales.