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SAVONAROLA
No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso segará. Porque quien cultiva para su carne, cosechará corrupción; mas el que labora el Espíritu, recibirá vida eterna.
Así habló Pablo, queridos hermanos, a los habitantes de la Galia. Sus palabras reflejaban fielmente las de Jesús, nuestro Hermano y Señor.
Recordad aquel día en que se sentó junto al mar y, junto a Él, se acercó mucha gente que quería escucharle. Y les habló en parábolas. Les dijo: “He aquí que el campesino salió a sembrar. Al hacerlo, parte de la semilla cayó junto al camino y vinieron las aves y la comieron”.
“Otra parte resbaló en pedregales donde no había mucha tierra, y brotó pronto, porque no había profundidad; pero salido el sol se quemó, ya que carecía de raíz, y se secó”.
“Una tercera porción tomó asiento entre espinos, que crecieron y ahogaron la planta, mas cayeron también semillas en buena tierra. Éstas dieron frutos que el agricultor vendió a ciento, a sesenta y a treinta veces lo que le había costado la simiente. Quien tenga oídos para oír, oiga”.
Y los hubo que oyeron, caros míos. Al menos en aqueste rincón del orbe que llaman Levante almeriense, una tierra quemada por tantas horas de sol y carestía de agua que muchos creían el zaguán del mismísimo averno.
Tan así, hermanos, que los hijos de la comarca huyeron de manera constante, durante siglos, hacia otros confines de España y el mundo entero, incluso a Argelia, territorio en que muy pocos buscan el paraíso. Porque el secano donde nunca llueve y el regadío con agua salada, en demasiadas ocasiones ni siquiera procura la subsistencia.
En ese estado de cosas, hubo quien recordó aquel proverbio chino que aconseja entrar a un pentágono por el sexto lado cuando no puede hacerse por ninguno de sus cinco.
“Si resulta difícil nacer, crecer y desarrollarnos por falta de agua, traigámosla y continuaremos viviendo en el lugar de nuestros padres”, debió pensar Lorenzo Belmonte.
Compartió su propósito con otros hombres de la tierra, los Peregrín, Serrano, Rubio, Gómez Cervellera, Navarro de Haro y algunos otros. Trazaron un plan, sembraron su idea y germinó en un río de 50 Hm3 al año procedente del vecino reino de Granada.
Y como en la parábola de nuestro Señor, de la plantación brotaron frutos, multiplicando el esfuerzo y la inversión. A partir de aquella idea primigenia, surgieron y se expandieron empresas que generaron riqueza y miles de puestos de trabajo. Aquellos páramos, antaño fuente de emigración, invirtieron el sentido de la historia y empezaron a demandar mano de obra que llegó por millares a los pueblos del Levante.
Trabajo y abundancia que seguirán llegando cuando el cielo pulpileño comience a rasgarse por el rugir de las sirenas de largos convoyes cargados con el esfuerzo de todo el Levante y Norte de la provincia de Almería. Y parte de Murcia, porque, desde Águilas, Juan López vigila, tal que otrora Javier Serrano, la maduración de las obras del ferrocarril para plantar en el momento justo el puerto seco, la gran área logística que proporcionará un nuevo impulso al desarrollo económico de la comarca del Levante.
Otros sembraron un oasis de un millón de metros cuadrados en medio de la nada. Crearon una nueva ciudad amable en torno a un campo de golf y un hotel abierto 365 días al año en una comarca meridional, que algunos creen sólo vive dos meses de cada doce.
Me cuentan, hermanos míos, que Pedro Lope es de los hombres dados a cultivar el Espíritu y, tal vez por ello, descubrió la piedra filosofal que ha convertido en eterno el ciclo turístico en aquesta tierra, amén de elevar su valor añadido. Diz que el secreto, si es que existe, consiste en fidelizar a los empleados, además de a la clientela. Y, observando el resultado, ¡pardiez! ¡qué cierto ha de ser! Y este anciano y ajado fraile recuerda a quien, en tiempos de decadencia de la piedra natural, plantó la simiente de la innovación y parió un material, tan duro como el mármol, que vendió por todo el planeta.
De nombre Cosentino, cayó muchas veces y otras tantas se irguió. Mantuvo siempre la conexión con su tierra y, ahora, apuesta por sembrar un espacio amable capaz de atraer cientos de millones de euros con los que construir una comarca más próspera. Ya se ven los primeros brotes.
Seguid estos ejemplos, mis queridos discípulos. Observad siempre la palabra del Padre, a quien nunca se puede burlar. Sembrad como Belmonte, Peregrín, Navarro, Serrano, Rubio, J. López, Rojas, Gómez Cervellera, Lope o Cosentino y tantos más, y cosecharéis la vida eterna. En tanto, vale.
Así habló Pablo, queridos hermanos, a los habitantes de la Galia. Sus palabras reflejaban fielmente las de Jesús, nuestro Hermano y Señor.
Recordad aquel día en que se sentó junto al mar y, junto a Él, se acercó mucha gente que quería escucharle. Y les habló en parábolas. Les dijo: “He aquí que el campesino salió a sembrar. Al hacerlo, parte de la semilla cayó junto al camino y vinieron las aves y la comieron”.
“Otra parte resbaló en pedregales donde no había mucha tierra, y brotó pronto, porque no había profundidad; pero salido el sol se quemó, ya que carecía de raíz, y se secó”.
“Una tercera porción tomó asiento entre espinos, que crecieron y ahogaron la planta, mas cayeron también semillas en buena tierra. Éstas dieron frutos que el agricultor vendió a ciento, a sesenta y a treinta veces lo que le había costado la simiente. Quien tenga oídos para oír, oiga”.
Y los hubo que oyeron, caros míos. Al menos en aqueste rincón del orbe que llaman Levante almeriense, una tierra quemada por tantas horas de sol y carestía de agua que muchos creían el zaguán del mismísimo averno.
Tan así, hermanos, que los hijos de la comarca huyeron de manera constante, durante siglos, hacia otros confines de España y el mundo entero, incluso a Argelia, territorio en que muy pocos buscan el paraíso. Porque el secano donde nunca llueve y el regadío con agua salada, en demasiadas ocasiones ni siquiera procura la subsistencia.
En ese estado de cosas, hubo quien recordó aquel proverbio chino que aconseja entrar a un pentágono por el sexto lado cuando no puede hacerse por ninguno de sus cinco.
“Si resulta difícil nacer, crecer y desarrollarnos por falta de agua, traigámosla y continuaremos viviendo en el lugar de nuestros padres”, debió pensar Lorenzo Belmonte.
Compartió su propósito con otros hombres de la tierra, los Peregrín, Serrano, Rubio, Gómez Cervellera, Navarro de Haro y algunos otros. Trazaron un plan, sembraron su idea y germinó en un río de 50 Hm3 al año procedente del vecino reino de Granada.
Y como en la parábola de nuestro Señor, de la plantación brotaron frutos, multiplicando el esfuerzo y la inversión. A partir de aquella idea primigenia, surgieron y se expandieron empresas que generaron riqueza y miles de puestos de trabajo. Aquellos páramos, antaño fuente de emigración, invirtieron el sentido de la historia y empezaron a demandar mano de obra que llegó por millares a los pueblos del Levante.
Trabajo y abundancia que seguirán llegando cuando el cielo pulpileño comience a rasgarse por el rugir de las sirenas de largos convoyes cargados con el esfuerzo de todo el Levante y Norte de la provincia de Almería. Y parte de Murcia, porque, desde Águilas, Juan López vigila, tal que otrora Javier Serrano, la maduración de las obras del ferrocarril para plantar en el momento justo el puerto seco, la gran área logística que proporcionará un nuevo impulso al desarrollo económico de la comarca del Levante.
Otros sembraron un oasis de un millón de metros cuadrados en medio de la nada. Crearon una nueva ciudad amable en torno a un campo de golf y un hotel abierto 365 días al año en una comarca meridional, que algunos creen sólo vive dos meses de cada doce.
Me cuentan, hermanos míos, que Pedro Lope es de los hombres dados a cultivar el Espíritu y, tal vez por ello, descubrió la piedra filosofal que ha convertido en eterno el ciclo turístico en aquesta tierra, amén de elevar su valor añadido. Diz que el secreto, si es que existe, consiste en fidelizar a los empleados, además de a la clientela. Y, observando el resultado, ¡pardiez! ¡qué cierto ha de ser! Y este anciano y ajado fraile recuerda a quien, en tiempos de decadencia de la piedra natural, plantó la simiente de la innovación y parió un material, tan duro como el mármol, que vendió por todo el planeta.
De nombre Cosentino, cayó muchas veces y otras tantas se irguió. Mantuvo siempre la conexión con su tierra y, ahora, apuesta por sembrar un espacio amable capaz de atraer cientos de millones de euros con los que construir una comarca más próspera. Ya se ven los primeros brotes.
Seguid estos ejemplos, mis queridos discípulos. Observad siempre la palabra del Padre, a quien nunca se puede burlar. Sembrad como Belmonte, Peregrín, Navarro, Serrano, Rubio, J. López, Rojas, Gómez Cervellera, Lope o Cosentino y tantos más, y cosecharéis la vida eterna. En tanto, vale.