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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
“Que te vote Txapote” es un extraordinario pareado, un epigrama del mejor Marcial. Y lo es precisamente porque, con la precisión del bisturí, cumple su cometido: molestar.
Dice Arnaldo Otegui que atenta contra la dignidad de las víctimas. No hay más preguntas, Señoría...
Y cuando tanto Sánchez como García Gaztelu sean solo “memoria de una piedra sepultada entre ortigas”, el lema seguirá como un epitafio virtual, revoloteando en las conciencias y en la pequeña historia de estos meses. Se recordará por los más jóvenes de esta generación mucho mejor que gruesos volúmenes de teoría política. Se recordará vagamente como resumen quizá injusto de los años en los que la política se convirtió en desmesura y psicopatía.
La humilde publicidad a veces, cuando acierta, aunque sus hallazgos sean simples y algo tontos, se queda grabada en muchas mentes, con la persistencia que ya quisieran brillantes periodistas o sesudos politólogos.
Voy a poner un ejemplo: había una marca de café, cuyo nombre he olvidado, que en la televisión en blanco y negro tenía un lema que no he podido desterrar de algún recóndito rincón de mi cerebro: “Vamos, chicos, al tostadero”. Unos alegres granos de café, masculinos y femeninos, eran liderados por un grano de café, obviamente alto dirigente de esa república cafetera, provisto de sombrero ricardito y bastón, a un fuego demoníaco, todo entre risas, resiliencias y batucadas.
En una mente infantil, ahora que lo rememoro, aquel anunció quiero pensar que me previno de seguir a líder alguno. Me vacunó de esas alegrías injustificadas y me impuso inconsciente e indeleblemente, que las masas, de granos de café o de personas, cuando renuncian a su pensamiento crítico acaban siendo dirigidas a esos tostaderos aterradores. Ese modesto anuncio fue mi “1984”.
Una sociedad que acepta que le mientan en su cara sin rebelarse merece su destino. Para oponerse a eso exactamente sirven la educación, la filosofía o la poesía épica.
Siempre habrá inocentes y alegres granos de café, siempre habrá señores con sombreros ricarditos con el objetivo de tostarnos para sus oscuros fines. Pero afortunadamente también habrá siempre disidentes y heterodoxos, y lugares donde refugiarse de los que aceptan todo sin rechistar.
La publicidad es la mentira por excelencia y hay que mirarla y buscar el secreto y el propósito que esconde. Ya pasaron los tiempos inocentes y los lemas ingenuos como aquel inolvidable “Beba Coca-Cola”, que no engañaba a nadie.
Dice Arnaldo Otegui que atenta contra la dignidad de las víctimas. No hay más preguntas, Señoría...
Y cuando tanto Sánchez como García Gaztelu sean solo “memoria de una piedra sepultada entre ortigas”, el lema seguirá como un epitafio virtual, revoloteando en las conciencias y en la pequeña historia de estos meses. Se recordará por los más jóvenes de esta generación mucho mejor que gruesos volúmenes de teoría política. Se recordará vagamente como resumen quizá injusto de los años en los que la política se convirtió en desmesura y psicopatía.
La humilde publicidad a veces, cuando acierta, aunque sus hallazgos sean simples y algo tontos, se queda grabada en muchas mentes, con la persistencia que ya quisieran brillantes periodistas o sesudos politólogos.
Voy a poner un ejemplo: había una marca de café, cuyo nombre he olvidado, que en la televisión en blanco y negro tenía un lema que no he podido desterrar de algún recóndito rincón de mi cerebro: “Vamos, chicos, al tostadero”. Unos alegres granos de café, masculinos y femeninos, eran liderados por un grano de café, obviamente alto dirigente de esa república cafetera, provisto de sombrero ricardito y bastón, a un fuego demoníaco, todo entre risas, resiliencias y batucadas.
En una mente infantil, ahora que lo rememoro, aquel anunció quiero pensar que me previno de seguir a líder alguno. Me vacunó de esas alegrías injustificadas y me impuso inconsciente e indeleblemente, que las masas, de granos de café o de personas, cuando renuncian a su pensamiento crítico acaban siendo dirigidas a esos tostaderos aterradores. Ese modesto anuncio fue mi “1984”.
Una sociedad que acepta que le mientan en su cara sin rebelarse merece su destino. Para oponerse a eso exactamente sirven la educación, la filosofía o la poesía épica.
Siempre habrá inocentes y alegres granos de café, siempre habrá señores con sombreros ricarditos con el objetivo de tostarnos para sus oscuros fines. Pero afortunadamente también habrá siempre disidentes y heterodoxos, y lugares donde refugiarse de los que aceptan todo sin rechistar.
La publicidad es la mentira por excelencia y hay que mirarla y buscar el secreto y el propósito que esconde. Ya pasaron los tiempos inocentes y los lemas ingenuos como aquel inolvidable “Beba Coca-Cola”, que no engañaba a nadie.