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PASEO ABAJO/Juan Torrijos
Pasear por la Rambla, llegar hasta su unión con el mar, y de nuevo la sensación nos salta hasta la pituitarias. Ahí están los malos olores de la rambla, añejos, viejos y amigos desde hace años, y con ellos la peor imagen que nos ofrecen se ha convertido, como la Balsa del Sapo, en un mal endémico en nuestra tierra.
No es el único, el peor de los males de esta tierra es el bagaje de los políticos que nos vienen tocando en suerte. He mantenido unos mensajes con mi amigo Esteban Rodríguez, recordando a algunos de los ediles de corporaciones anteriores, y que no se me enfaden los actuales, pero qué lejos están de aquellos que conformaron unos ayuntamientos cuando no había un duro, cuando no se recibían ayudas, cuando no se cobraban los sueldos que vosotros os estáis llevando cada mes a vuestras casas de los impuestos, tasas y otras zarandajas que salen de los bolsillos de los ciudadanos.
Las comparaciones son odiosas, cierto, quizás por eso no se atreve uno a sacar a colación aquellos nombres que durante años representaron a los almerienses en sus distintos ayuntamientos, y a los que aún recordamos con admiración en algunos casos.
Volvamos a las aguas fecales de la Rambla. Durante la pasada campaña puso el acento en las mismas el edil de ciudadanos, don Rafael Burgos. Está bien que en esos días se saquen los colores de los partidos en el poder, pero cuando se ha estado cercano a ello, al poder, se ha pactado con el equipo de mandones y durante ocho años se ha sentado en el banco del salón de plenos, ¿qué se ha hecho a lo largo de los días, cobrados de los erarios públicos, ayuntamiento y diputación, con la historia de las aguas fecales de la Rambla?
¿Solo importa hablar de estas aguas, de estos aromas y de esta imagen en campaña? Es la impresión que nos dejan los políticos cuando durante meses y meses, plenos y más plenos nadie dice nada sobre un tema, y este aparece solo durante los quince días en los que salen los políticos a pedir el voto.
¿Salen a pedir el voto, a tomar el pelo a los ciudadanos o a engañarlos como chinos?
No es fácil en estos tiempos engañar a un chino, no así a un almeriense.
Tenía razón don Rafael cuando sacaba a la palestra ese mal endémico que tiene la ciudad, pero durante los ocho años en los que estuvo de edil, el hombre no tuvo posibilidad de lograr que el alcalde y el equipo de gobierno le diera una solución al problema planteado por las aguas. Poca fuerza la suya, don Rafael. ¿O es que al señor Cazorla, don Miguel, no le interesaba hablar de esta cuestión en aquellos tiempos?
Ahora, siguiendo el plan vivido, habrá que esperar a la próxima campaña, dentro de cuatro años para que se vuelva a hablar de los aromas de la Rambla y de sus aguas fecales.
Lo más sorprendente es que a estas alturas de la película, años después de acabar con las obras de la Rambla, los distintos ayuntamientos que han pasado por la Plaza Vieja aún no nos hayan informado de dónde proceden las aguas que en ella desembocan. Uno entiende que el alcalde, en este caso alcaldesa, no es el técnico adecuado para saber de dónde provienen las mismas, pero no hay entre el millar de funcionarios que tiene el ayuntamiento uno que sea capaz de descubrir el proceder de las dichosas. ¿O es que hay algún interés en no decirnos de qué barrio, o negocio son las aguas fecales que adornan la imagen que ofrecemos desde el inaugurado cable inglés?
No es el único, el peor de los males de esta tierra es el bagaje de los políticos que nos vienen tocando en suerte. He mantenido unos mensajes con mi amigo Esteban Rodríguez, recordando a algunos de los ediles de corporaciones anteriores, y que no se me enfaden los actuales, pero qué lejos están de aquellos que conformaron unos ayuntamientos cuando no había un duro, cuando no se recibían ayudas, cuando no se cobraban los sueldos que vosotros os estáis llevando cada mes a vuestras casas de los impuestos, tasas y otras zarandajas que salen de los bolsillos de los ciudadanos.
Las comparaciones son odiosas, cierto, quizás por eso no se atreve uno a sacar a colación aquellos nombres que durante años representaron a los almerienses en sus distintos ayuntamientos, y a los que aún recordamos con admiración en algunos casos.
Volvamos a las aguas fecales de la Rambla. Durante la pasada campaña puso el acento en las mismas el edil de ciudadanos, don Rafael Burgos. Está bien que en esos días se saquen los colores de los partidos en el poder, pero cuando se ha estado cercano a ello, al poder, se ha pactado con el equipo de mandones y durante ocho años se ha sentado en el banco del salón de plenos, ¿qué se ha hecho a lo largo de los días, cobrados de los erarios públicos, ayuntamiento y diputación, con la historia de las aguas fecales de la Rambla?
¿Solo importa hablar de estas aguas, de estos aromas y de esta imagen en campaña? Es la impresión que nos dejan los políticos cuando durante meses y meses, plenos y más plenos nadie dice nada sobre un tema, y este aparece solo durante los quince días en los que salen los políticos a pedir el voto.
¿Salen a pedir el voto, a tomar el pelo a los ciudadanos o a engañarlos como chinos?
No es fácil en estos tiempos engañar a un chino, no así a un almeriense.
Tenía razón don Rafael cuando sacaba a la palestra ese mal endémico que tiene la ciudad, pero durante los ocho años en los que estuvo de edil, el hombre no tuvo posibilidad de lograr que el alcalde y el equipo de gobierno le diera una solución al problema planteado por las aguas. Poca fuerza la suya, don Rafael. ¿O es que al señor Cazorla, don Miguel, no le interesaba hablar de esta cuestión en aquellos tiempos?
Ahora, siguiendo el plan vivido, habrá que esperar a la próxima campaña, dentro de cuatro años para que se vuelva a hablar de los aromas de la Rambla y de sus aguas fecales.
Lo más sorprendente es que a estas alturas de la película, años después de acabar con las obras de la Rambla, los distintos ayuntamientos que han pasado por la Plaza Vieja aún no nos hayan informado de dónde proceden las aguas que en ella desembocan. Uno entiende que el alcalde, en este caso alcaldesa, no es el técnico adecuado para saber de dónde provienen las mismas, pero no hay entre el millar de funcionarios que tiene el ayuntamiento uno que sea capaz de descubrir el proceder de las dichosas. ¿O es que hay algún interés en no decirnos de qué barrio, o negocio son las aguas fecales que adornan la imagen que ofrecemos desde el inaugurado cable inglés?