Mensaje póstumo de rosa mística

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AMANDO DE MIGUEL

Solita del alma: siempre te he llamado, así, y no voy a rectificar en esta solemne ocasión del último mensaje, que te dejo a modo de testamento o recuerdo. “Soledad” te puse, aun, antes de que nacieras, que bien engorroso fue el parto. Fue el nombre de mi madre y de mi abuela. Pero, llegó el pánfilo de tu padre, Fernando, quien se había empeñado en llamarse “Pernando”, con el argumento de que en euskera no hay “efes”. Vete tú a saber. La botica del abuelo, en Astigarraga, como sabes, siempre ostentó el marbete de “Farmazia”. Lo peor es que tu señor padre tiró de amigos y logró que, en el Registro Civil, te inscribieran como Bakartasun, o Soledad en vasco. Ya, lo siento, Solita. Te quedaste sin onomástica. Lo que menos me importa es que todos los de la familia me llaméis “Rosa Mística”. La verdad es que yo misma me considero más bien ascética.

Más me inquieta que, al final, por influencia de Fernando, me hayas salido un tanto progresista. Ya ves, mi marido nunca trabajó como obrero, empleado o empresario. Siempre fue un hombre del “aparato” del partido de los “Jelkides”, o sea, los que invocan a “Jaungoikoa” (el Señor de lo Alto). Supongo que está allí en virtud de alguna cuota para los que despliegan ocho apellidos vascos.

Por cierto, lo de la cuota para las mujeres en todos los aspectos de la vida pública es algo que tú defiendes a capa y espada. Sin embargo, no me entra. ¿Por qué no habríamos de poner cuotas para los grupos de edad, de etnia o el grado de estudios? Llegaríamos al absurdo de que los equipos de fútbol tendrían que ser de seis jugadores y otras seis jugadoras. A su vez, deberían contener cada uno la misma cantidad de negros que de blancos.

Comprendo tu reiterado entusiasmo por el sistema de sanidad en España, “uno de los mejores del mundo”, como tú sueles repetir. Pues quédate con el dato. Como sabes, llevo tramitando mi cáncer durante más de un lustro, que, ya, es metástasis ósea, desde hace seis meses. En esa fecha, me empezaron a administrar unas inyecciones importadas de Suecia, que son la panacea para mantenerme viva. Pues bien, esta es la novedad. Tu fenomenal sistema de sanidad me notifica que, ya, no hay más inyecciones taumatúrgicas, y no las puedo encontrar en las farmacias. Salen demasiado caras para el erario. Lo interpreto como una rebuscada forma de eutanasia muy eficiente.

Lo que menos entiendo es que hayas caído en la sima del ecologismo fanático, el veganismo doctrinario y el animalismo utópico, entre otras lindezas por el estilo. Siempre, me dices que es “para salvar al planeta” de la amenaza del “cambio climático”. Eso sí que es misticismo. Sospecho que os han imbuido de un vago temor ante la inminente catástrofe planetaria para que, así, seamos sumisos al Gobierno. Lo cual significa aceptar la fórmula (tú dirías “algoritmo”) de más impuestos (a los que trabajan) y más subvenciones (a los chiringuitos clientelares). Lo de tener amedrentado al personal con terrores quiliásticos no es nada nuevo en la historia política. Simplemente, ahora, se fundamentan en la ciencia.

Me muero, no tanto por la metástasis, como por la confusión que me invade al no entender que está pasando en este mundo enloquecido. Francamente, me voy con pena de no haber logrado que te parecieras un poco a mí. Siempre, me consideré una gran pencona, incluso, en la Universidad, donde no se pega mucho golpe. Gané más dinero que tú padre (cosa que nunca me lo perdonó) gracias a los proyectos de investigación. No obstante, solo, me queda una monedilla para llevarla en la boca y pagarle a Caronte la travesía de la Estigia. Así, que, Solita del alma, hasta que nos encontremos en el Valle de Josafat. Quédate con el amor de Rosa.