Un viaje al encuentro con la humanidad


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

A la gente la conoces cuando caminas junto a ella, cuando sientes su alegría y sus necesidades como tuyas. Es en ese momento cuando dejan de ser figuras que pasan por tu lado para convertirse en hombres y mujeres con los que compartes unos minutos de tu existencia y te sientes feliz al hacerlo.

Hace unas horas que llegué a casa y ya estoy sentado ante las teclas, las piernas están cansadas ante los cientos de escalones subidos y bajados, unidos a esas cuestas que siempre miran al cielo y que no parecen que vayan a tener fin, así como de las interminables calles con sus aromas y colores. No es fácil entresacar entre las miles de imágenes vividas, o de las cientos de anécdotas que han llenado los siete largos días compartidos.

En este primer día en el que los políticos andan metidos en campaña me van a permitir que les haga una peineta, creo que se la merecen, y les cuente a los lectores de este Paseo Abajo, que fuera de ellos, los políticos, hay vida, y me atrevería a decir que mejor que la que se vive al lado de ellos.

Si en un grupo de treinta personas, en las que participan hombres y mujeres de distinta ideología política y hasta religiosa se puede llegar a formar casi una familia, no se entiende que eso no pueda ocurrir en otros órdenes de nuestra existencia. Pero tristemente, así es.

Siempre se van quedar entre las teclas del ordenador más de un nombre, no por ello no recordado y menos olvidado, pero a la hora de poner en letra impresa la aventura, se superponen con más precisión unas imágenes a otras. La de Lola, a la que había que ir a rescatar perdida en alguna tienda de ese inmenso zoco en el que se convierte Jerusalén. La ayuda que todos tuvimos de Diego, alto, grande y siempre con un brazo sobre el que poder apoyarte. La alegría de Isabel, esa gran Kika, que con su sonrisa nos ofrecía una casa a la que acudir buscando consuelo, si en algún momento era necesario.

Silvia por su trabajo era la persona a que todos acudíamos con los problemas diarios, pero en el fondo de sus ojos notábamos cierta tristeza, la de estar viviendo unos hermosos días y no poder compartirlos con su esposo y sus hijos. Algo parecido le ocurría a Martín, su esposa se había quedado en el pueblo, y se le notaba la soledad en su mirada.

No es Jerusalén ciudad para viejos, pero allí nos tenía la eterna, caminado por sus tortuosas y empinada calles, donde los escalones se iban multiplicando entre las miles de personas de todas las ideologías que por ellas pululan. No era difícil perderse, pero Luisa se nos convertía en un faro al que buscar en medio de esa marabunta. Su pelo rojo y azul marcaba el camino a seguir. Como seguíamos a Mari Pepa a la hora de comprar. No sabíamos cómo lo lograba, pero siempre lo conseguía el rosario más barato que el resto.

Querida Luisa, si hemos de ser sinceros, tenemos que reconocer que en lo que al canto se refiere el grupo no estuvo a la altura. Nos faltó una directora, unos cuantos ensayos y lo principal un coro. Pero algunos nos empeñamos, en echaros la culpa a ti y a tu Diego, que intentabais arreglar lo que no tenía una clara solución. Y eso que ponían de su parte Mercedes y Guillermo.

Es justo destacar que estos, Mercedes y Guillermo, eran las almas mater de la excursión, y que a ellos hay que agradecer el encuentro. Guillermo, que nació para hacer el bien a los demás, que se ha ganado en vida el cielo, si es que éste existe, se convertía en la persona que iba recogiendo a los rezagados, siempre con una sonrisa en su cara.

Se me acaban los renglones, y ni siquiera hemos bajado a las cuevas y grutas, ni al baño en el mar muerto, ni a las inmensas colas padecidas con resignación. Ni he escrito sobre el hombre que puso la palabra y que durante siete días nos tuvo enganchados en la historia más grande contada. El padre, Emérito Merino Abad, franciscano él, fue el gran protagonista de unos días que serán difíciles de olvidar por este grupo de almerienses que siguieron sus pasos por la eterna Jerusalén. Me queda tanto que contarles.