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CLEMENTE FLORES
Fueron muchos los mojaqueros que se vieron obligados a emigrar en el primer tercio de siglo. A partir de 1838 la ocupación de la mano de obra excedente de la agricultura se emplea en la minería y las explotaciones o fábricas mineras, y muchos mojaqueros, acaban viviendo en Cuevas, Vera, Palomares o Garrucha. Cuando la minería está en alza, entra en crisis la agricultura, y cuando la minería decae y la agricultura no tiene capacidad para absorber la mano de obra excedente, el único recurso es la emigración. Dentro del municipio hubo muchos que encontraron ocupación trabajando en el abancalamiento de las tierras desamortizadas. Algunos de los nuevos propietarios las trocearon y vendieron, y los compradores se construyeron pequeños cortijos fuera del casco urbano. La población que vivía fuera del casco urbano a mediados de siglo suponía el 20% de la población total del pueblo y en el año 1900, con una población mayor, suponía el 33.7 %.
Garrucha aparece como ayuntamiento independiente a comienzos del 1861 y no pocos mojaqueros se trasladan a vivir al nuevo municipio buscando la oportunidad de un trabajo más cercano. Por entonces, los mojaqueros han comenzado una emigración masiva a Argelia, con la que siempre la comarca ha mantenido relaciones (para guardarse de los piratas los españoles conquistaron Orán en 1509 y estuvieron allí cerca de 500 años), que a partir de 1860, con las primeras crisis mineras, crece y se acentúa.
Luego, en 1786 España firmó con la regencia de Argel un tratado de paz, amistad y comercio que casi al mismo tiempo hizo extensivo al firmar con los régulos de Túnez y Trípoli, el Sultán de Marruecos y la Puerta Otomana, y fue la primera vez en tres siglos que estuvimos en paz con los estados musulmanes ribereños del Mediterráneo.
Hacia 1791 España abandonó los enclaves de Orán y Mazalquibir, y el bey de Mascara, instalado en Orán, pidió a los artesanos españoles (albañiles, carpinteros y herreros) que se queden a vivir allí y no vuelvan a España, y se autorizó a una compañía española a explotar la pesca y a extraer el coral en la costa argelina. Clandestinamente algunos levantinos se instalan allí y cuando en 1803 Orán es cercado por algunas cabilas, el bey recurrió al mercader almeriense Gómez para que le proporcionase varios cargamentos de trigo.
Con Fernando VII se enturbian las relaciones y se intensifica la piratería, pero todo cambia cuando en 1817 el nuevo bey Husseín Baja ordenó la devolución de ocho barcos apresados ese año. La emigración a Argelia, aunque escasa, precede incluso a la ocupación francesa, que se hace de forma lenta y continuada a partir de 1831.
En un primer momento los franceses sólo ocuparon Argel y una pequeña franja litoral, y el resto de la ocupación y la conquista francesa fue una serie de luchas contra tribus sometidas o rebeldes, que duró hasta 1902.
En un principio (1830-37) los franceses implantan la filosofía del soldado-labrador, que consigue terrenos mediante incautaciones y ocupaciones que dan lugar a concentraciones de tierras en manos de colonos, los cuales pretenden, con visión europea, el acondicionamiento y la explotación de la tierra con nuevos cultivos como el olivo, la vid, los cítricos y las hortalizas. Siempre hubo mojaqueros en Orán, manteniendo o no lazos con esta orilla.
En 1843 había en Orán 6.025 españoles (algunos centenares eran mojaqueros) y luego, a partir de 1741, los mojaqueros instalados allí sirvieron de atracción a sus paisanos de aquí. Cuando apareció el agua en las minas de Cuevas y el mercado marsellés se cerró, Argelia fue una nueva Tierra de Promisión para los mojaqueros.
Las razones eran obvias: Similitud de clima y paisaje, rapidez y bajo coste del viaje, facilidad y buenas condiciones para poder retornar, certeza de encontrar conocidos y amigos en el destino y seguridad de encontrar ocupación.
Dada la baja cualificación laboral de los emigrantes sus profesiones fueron las relacionadas con la agricultura, que era el único sector en el que podían competir con ventaja con los franceses y con el resto de los europeos que llegasen. Los primeros mojaqueros iban a trabajar “a las matas” (limpieza y abancalamiento de terrenos), como habían hecho en Mojácar durante años, pero pronto se dedicaron también a la recolección del esparto, que les pagaban a tres francos por cada 100 kg., verde recogido y la uva.
Con el primer dinero ganado, a destajo, recogiendo esparto podían pagar parte del pasaje del viaje, que realizaban durante unas ocho horas de navegación.
Los franceses pronto comprendieron que los españoles de aquí no tenían competencia a la hora de colonizar el país y facilitaron el viaje, pero la avalancha inicial fue tal que en 1861 el consulado francés limitó el número de viajes gratuitos a Orán. La emigración a Argelia aumentó prácticamente, de forma constante, hasta final de siglo.
A partir de los años setenta, la emigración se desborda. El viaje suponía una ocasión única para personas sin trabajo estable, sin integración social y sin medios económicos. No existía casi ninguna burocracia para marcharse y se podía salir con documentación falsa o con nombres supuestos. Al modo de las pateras que actualmente vienen desde África, los mojaqueros también, viajaban como polizones de barcos ordinarios o en viajes piratas.
Hombres, mujeres y niños emigraron a Argelia como una oportunidad única para plantearse una vida futura que en su tierra se les vedaba. La presencia de mujeres, que era inconcebible que hiciesen el viaje solas, es un misterio cuya explicación no conocemos. (En 1898 estaban censados en Orán 76.054 españoles varones y 81.506 mujeres españolas).
La Cancillería española no supo nunca, con certeza, si debía o no debía favorecer o entorpecer la colonización francesa de Argelia a la que tanto contribuimos, pero influyó mucho el hecho de que se habían puesto trabas a la emigración hacia las excolonias de América y había buenas relaciones con Francia.
La emigración hacia Argelia para los mojaqueros y otros almerienses de la comarca significó una alternativa para escapar de la miseria y de las malas condiciones de vida, pero para Francia y los franceses fue la mejor forma de lograr la colonización y occidentalización de Argelia. Aparte de los viajes pagados, un convenio hispano-francés de 1862 reconocía a los españoles el privilegio y el derecho a conservar su nacionalidad de origen.
Las facilidades, para trabajar en Argelia, eran tantas que no tardó en organizarse la “emigración golondrina”, que consistía en que muchos labradores mojaqueros, tras realizar la sementera de otoño en Mojácar, se marchaban a Argelia para trabajar en atochales y viñas, y regresar a tiempo, con algo de dinero ahorrado, para la siega de la campaña siguiente.
Normalmente los mojaqueros salían clandestinamente desde Garrucha en “el oranero” o en cualquier barco que se prestase, y muchas veces corrían el riesgo de ser extorsionados por patrones desaprensivos. Si les ponían pegas, simulaban un viaje hacia otro punto cualquiera de la costa. De los 181.000 extranjeros que había en Argelia en 1881, 114.320 eran españoles y en 1885 la población española en los distritos de Orán y Sidi-Bet-Abbes duplicaba a la de origen francés. El Oranesado y Marzalquivir estaban tan impregnados de elementos españoles que el dominio de lo español se hizo patente en la edición de periódicos, programas de radio y otros medios de información. La influencia de lo español preocupó tanto a Francia, que en 1889 rompió el convenio anterior e impuso por ley la nacionalidad francesa a todos los extranjeros nacidos en Argelia. Las condiciones de trabajo y de vida de los emigrantes eran durísimas, con jornadas de sol a sol y condiciones de trabajo infrahumanas en territorios apartados de ciudades y caminos, aunque los españoles, y sobre todo los levantinos, fueron muy bien acogidos por los franceses desde el primer momento por su fácil adaptación al medio.
En general, desde los distintos gobiernos y desde los poderes instituidos siempre se difundió y sustentó una imagen negativa de la emigración, lo que no era sino una maniobra y una forma de ocultar el subdesarrollo, el fracaso y la ausencia de las políticas de los sucesivos gobiernos. Un caso curioso de la postura y visión del gobierno fue cuando los mahometanos argelinos, para vengarse de los militares y patronos franceses, atacaron a unos miles de indefensos españoles dedicados a las faenas del campo. Ocurrió el 11 de junio de 1881 en los espartales de Khalfallad, donde estaban trabajando, desde el alba españoles, reclutados en España antes de partir. Lo hacían para los hermanos Campillo y Fuentes, que vendían el esparto a la Compañía Franco-Argelina. En plena tarea aparecen los hombres de la tribu de Ben-Amema asesinando a cuchillo a hombres, mujeres y niños. Nunca se supo el número de trabajadores asesinados, de mujeres degolladas ni de mujeres e hijas violadas.
Se produjo una conmoción nacional y son curiosas las reacciones del Gobierno de la Nación, por no hablar de los caciques pueblerinos, con relación al fenómeno migratorio y a los sucesos que habían tenido lugar. Con su relato, en el próximo numero daremos fin a esta serie sobre el caciquismo.
Garrucha aparece como ayuntamiento independiente a comienzos del 1861 y no pocos mojaqueros se trasladan a vivir al nuevo municipio buscando la oportunidad de un trabajo más cercano. Por entonces, los mojaqueros han comenzado una emigración masiva a Argelia, con la que siempre la comarca ha mantenido relaciones (para guardarse de los piratas los españoles conquistaron Orán en 1509 y estuvieron allí cerca de 500 años), que a partir de 1860, con las primeras crisis mineras, crece y se acentúa.
Luego, en 1786 España firmó con la regencia de Argel un tratado de paz, amistad y comercio que casi al mismo tiempo hizo extensivo al firmar con los régulos de Túnez y Trípoli, el Sultán de Marruecos y la Puerta Otomana, y fue la primera vez en tres siglos que estuvimos en paz con los estados musulmanes ribereños del Mediterráneo.
Hacia 1791 España abandonó los enclaves de Orán y Mazalquibir, y el bey de Mascara, instalado en Orán, pidió a los artesanos españoles (albañiles, carpinteros y herreros) que se queden a vivir allí y no vuelvan a España, y se autorizó a una compañía española a explotar la pesca y a extraer el coral en la costa argelina. Clandestinamente algunos levantinos se instalan allí y cuando en 1803 Orán es cercado por algunas cabilas, el bey recurrió al mercader almeriense Gómez para que le proporcionase varios cargamentos de trigo.
Con Fernando VII se enturbian las relaciones y se intensifica la piratería, pero todo cambia cuando en 1817 el nuevo bey Husseín Baja ordenó la devolución de ocho barcos apresados ese año. La emigración a Argelia, aunque escasa, precede incluso a la ocupación francesa, que se hace de forma lenta y continuada a partir de 1831.
En un primer momento los franceses sólo ocuparon Argel y una pequeña franja litoral, y el resto de la ocupación y la conquista francesa fue una serie de luchas contra tribus sometidas o rebeldes, que duró hasta 1902.
En un principio (1830-37) los franceses implantan la filosofía del soldado-labrador, que consigue terrenos mediante incautaciones y ocupaciones que dan lugar a concentraciones de tierras en manos de colonos, los cuales pretenden, con visión europea, el acondicionamiento y la explotación de la tierra con nuevos cultivos como el olivo, la vid, los cítricos y las hortalizas. Siempre hubo mojaqueros en Orán, manteniendo o no lazos con esta orilla.
En 1843 había en Orán 6.025 españoles (algunos centenares eran mojaqueros) y luego, a partir de 1741, los mojaqueros instalados allí sirvieron de atracción a sus paisanos de aquí. Cuando apareció el agua en las minas de Cuevas y el mercado marsellés se cerró, Argelia fue una nueva Tierra de Promisión para los mojaqueros.
Las razones eran obvias: Similitud de clima y paisaje, rapidez y bajo coste del viaje, facilidad y buenas condiciones para poder retornar, certeza de encontrar conocidos y amigos en el destino y seguridad de encontrar ocupación.
Dada la baja cualificación laboral de los emigrantes sus profesiones fueron las relacionadas con la agricultura, que era el único sector en el que podían competir con ventaja con los franceses y con el resto de los europeos que llegasen. Los primeros mojaqueros iban a trabajar “a las matas” (limpieza y abancalamiento de terrenos), como habían hecho en Mojácar durante años, pero pronto se dedicaron también a la recolección del esparto, que les pagaban a tres francos por cada 100 kg., verde recogido y la uva.
Con el primer dinero ganado, a destajo, recogiendo esparto podían pagar parte del pasaje del viaje, que realizaban durante unas ocho horas de navegación.
Los franceses pronto comprendieron que los españoles de aquí no tenían competencia a la hora de colonizar el país y facilitaron el viaje, pero la avalancha inicial fue tal que en 1861 el consulado francés limitó el número de viajes gratuitos a Orán. La emigración a Argelia aumentó prácticamente, de forma constante, hasta final de siglo.
A partir de los años setenta, la emigración se desborda. El viaje suponía una ocasión única para personas sin trabajo estable, sin integración social y sin medios económicos. No existía casi ninguna burocracia para marcharse y se podía salir con documentación falsa o con nombres supuestos. Al modo de las pateras que actualmente vienen desde África, los mojaqueros también, viajaban como polizones de barcos ordinarios o en viajes piratas.
Hombres, mujeres y niños emigraron a Argelia como una oportunidad única para plantearse una vida futura que en su tierra se les vedaba. La presencia de mujeres, que era inconcebible que hiciesen el viaje solas, es un misterio cuya explicación no conocemos. (En 1898 estaban censados en Orán 76.054 españoles varones y 81.506 mujeres españolas).
La Cancillería española no supo nunca, con certeza, si debía o no debía favorecer o entorpecer la colonización francesa de Argelia a la que tanto contribuimos, pero influyó mucho el hecho de que se habían puesto trabas a la emigración hacia las excolonias de América y había buenas relaciones con Francia.
La emigración hacia Argelia para los mojaqueros y otros almerienses de la comarca significó una alternativa para escapar de la miseria y de las malas condiciones de vida, pero para Francia y los franceses fue la mejor forma de lograr la colonización y occidentalización de Argelia. Aparte de los viajes pagados, un convenio hispano-francés de 1862 reconocía a los españoles el privilegio y el derecho a conservar su nacionalidad de origen.
Las facilidades, para trabajar en Argelia, eran tantas que no tardó en organizarse la “emigración golondrina”, que consistía en que muchos labradores mojaqueros, tras realizar la sementera de otoño en Mojácar, se marchaban a Argelia para trabajar en atochales y viñas, y regresar a tiempo, con algo de dinero ahorrado, para la siega de la campaña siguiente.
Normalmente los mojaqueros salían clandestinamente desde Garrucha en “el oranero” o en cualquier barco que se prestase, y muchas veces corrían el riesgo de ser extorsionados por patrones desaprensivos. Si les ponían pegas, simulaban un viaje hacia otro punto cualquiera de la costa. De los 181.000 extranjeros que había en Argelia en 1881, 114.320 eran españoles y en 1885 la población española en los distritos de Orán y Sidi-Bet-Abbes duplicaba a la de origen francés. El Oranesado y Marzalquivir estaban tan impregnados de elementos españoles que el dominio de lo español se hizo patente en la edición de periódicos, programas de radio y otros medios de información. La influencia de lo español preocupó tanto a Francia, que en 1889 rompió el convenio anterior e impuso por ley la nacionalidad francesa a todos los extranjeros nacidos en Argelia. Las condiciones de trabajo y de vida de los emigrantes eran durísimas, con jornadas de sol a sol y condiciones de trabajo infrahumanas en territorios apartados de ciudades y caminos, aunque los españoles, y sobre todo los levantinos, fueron muy bien acogidos por los franceses desde el primer momento por su fácil adaptación al medio.
En general, desde los distintos gobiernos y desde los poderes instituidos siempre se difundió y sustentó una imagen negativa de la emigración, lo que no era sino una maniobra y una forma de ocultar el subdesarrollo, el fracaso y la ausencia de las políticas de los sucesivos gobiernos. Un caso curioso de la postura y visión del gobierno fue cuando los mahometanos argelinos, para vengarse de los militares y patronos franceses, atacaron a unos miles de indefensos españoles dedicados a las faenas del campo. Ocurrió el 11 de junio de 1881 en los espartales de Khalfallad, donde estaban trabajando, desde el alba españoles, reclutados en España antes de partir. Lo hacían para los hermanos Campillo y Fuentes, que vendían el esparto a la Compañía Franco-Argelina. En plena tarea aparecen los hombres de la tribu de Ben-Amema asesinando a cuchillo a hombres, mujeres y niños. Nunca se supo el número de trabajadores asesinados, de mujeres degolladas ni de mujeres e hijas violadas.
Se produjo una conmoción nacional y son curiosas las reacciones del Gobierno de la Nación, por no hablar de los caciques pueblerinos, con relación al fenómeno migratorio y a los sucesos que habían tenido lugar. Con su relato, en el próximo numero daremos fin a esta serie sobre el caciquismo.


