Julio César, siglo I antes de Jesucristo


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ADOLFO PÉREZ

Lo mismo historiadores que poetas nada han escatimado en cuanto a ensalzar la gloria de Julio César, el invencible militar, el amante de Cleopatra, el elocuente orador, el ambicioso político que acumuló para sí todos los poderes y prebendas, el dictador apuñalado por los senadores. Tanto Cicerón como tantos otros dejaron constancia de su incomparable lucidez, de la determinación de su carácter y de sus impresionantes campañas bélicas, así como de su vida particular.

Existe alguna disparidad en cuanto a la fecha de su nacimiento, la más comúnmente aceptada es que nació el 13 de julio del año 100 a. de J.C., (en adelante las citas de años se refieren siempre a tiempo antes de Jesucristo). Julio César era descendiente de las dos familias más ilustres de Roma; hijo de Julio César y Aurelia, la cual tuvo mucha influencia en su educación. El historiador Suetonio lo describe como de alta estatura, bien conformado, penetrantes ojos negros y buena salud, aunque sufrió dos ataques epilépticos; muy cuidadoso con su persona; su escaso pelo fue objeto de chanzas. Y termina Suetonio, de cuantos honores le fueron concedidos por el pueblo y el Senado, nadie como él para usar con mayor derecho y agrado su corona de laurel.

César figuró, desde el comienzo de su carrera, en las filas de los demócratas, siendo su primer cargo el de ‘Flamen Dialis’ o sacerdote de Júpiter. Además, estos sacerdotes habían de tener ascendencia noble y estar casados con una patricia. Apenas salido de la infancia sus padres lo casaron con la rica Cossutia, pero poco tiempo después la repudió y se casó con Cornelia, hija de Cornelio Cinna. El dictador Sila rechazó esta boda por ser ella hija de un jefe del partido democrático, enemigo suyo, de modo que privó a César de su cargo sacerdotal y lo desposeyó de la dote de su esposa. Tan perseguido fue que cada noche hubo de ocultarse en lugar distinto hasta conseguir burlar a sus seguidores. Salvó la vida gracias a sus relaciones con la aristocracia y a la intervención de las dos vestales (sacerdotisas de la diosa del hogar, Vesta). César abandonó Roma y entró de oficial en el ejército de Asia. Tres años más tarde, después de la muerte de Sila, volvió a Roma y colaboró con todos los que se oponían a la restauración del poder aristocrático, pero no quiso participar en un golpe de Estado, que él estaba seguro de que iba a fracasar.

Resultó que César fue enviado con una embajada ante Nicomedes IV, rey de Bitinia (antiguo reino situado al noroeste de Asia Menor, actual Turquía), y una vez cumplida su misión encontró una excusa para volver. En seguida se extendió el rumor de que había tenido veleidades sodomitas con el rey, de ahí que a Cesar lo bautizaron con el infamante sobrenombre de ‘reina de Bitinia’.

Fue nombrado ‘pontifex’ y tribuno militar (empleo parecido a coronel), pero como estos cargos no la satisfacían y no pudiendo desempeñar un cargo más importante en política se refugió en la vida social y se hizo un hombre de mundo, elegante y amable. Pero este modo de vida exigía un gran gasto que lo cargó de deudas. Ante su buen hacer en el funeral de su tía Julia fue rehabilitado y en el año 69 fue enviado a España como cuestor (un juez indagador, que era paso previo en la carrera política), y después ingresó en el Senado. A su vuelta de Hispania y habiendo fallecido su esposa Cornelia un año antes, en el año 67 se casó con Pompeya, nieta de Sila. Esta unión con una nieta de Sila, que lo había proscrito en su juventud, se interpretó como acercamiento a la nueva situación política romana. El matrimonio no tuvo descendencia y duró poco, hasta que César se divorció en el año 62 ante la sospecha del adulterio de ella, para lo que alegó: ‘Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha’. Esta cita de César ha pasado a ser famosa con la siguiente forma: ‘La esposa de César no solo debe ser honesta, sino parecerlo’. Poco a poco fue haciendo amistad con Pompeyo y Craso. En este tiempo César era célebre en Roma por la forma tan extravagante de su vida, dedicada a los placeres y a intrigas amorosas; gran parte de cuyos gastos los satisfacía Craso. Llegó a ser nombrado gran sacerdote. Su popularidad entre la masa salvó siempre a César en los asuntos en que anduvo mezclado. En marzo del año 61 partió para el sur de España y en una guerra relámpago sometió a Lusitania (Portugal) y tomó Brigantium (La Coruña). Y dividió el rico botín obtenido entre el Estado, sus soldados y él mismo. Vuelto a Roma, le llegó el momento decisivo, le era preciso escalar el último peldaño de su carrera política y llegar a la magistratura suprema, el consulado, para lo que se alió con Pompeyo y Craso, de modo que formaron el triunvirato. Para afianzar la unión casó a su hija Julia con Pompeyo, que fue una excelente mediadora entre su padre y su marido, pero su muerte en el año 54 señaló el fin de la amistad entre César y Pompeyo. César contrajo matrimonio una cuarta vez, ahora con Calpurnia.

El único honor que le faltaba a César por alcanzar era la gloria militar y decidió ir en su conquista. Cuando supo que la tribu gala de los helvecios, pobladores de la actual Suiza, se disponía a dejar sus montañas en busca de un clima más benigno al oeste, César, como procónsul de la provincia romana de la Galia, no tenía ningún derecho a intervenir en los asuntos internos de los celtas libres, pero pensó que se le presentaba una ocasión óptima a fin de aumentar su influencia. Al mando de seis legiones se internó en la Galia, y con la excusa de ayudar a una tribu, venció a los helvecios a los que trató como aliados, acto seguido atacó a las tribus germánicas que disputaban a los romanos la posesión de la Galia y César decidió aniquilarlos; las venció en el norte y las rechazó al otro lado del Rhin. Venció a otras tribus que se habían unido en su contra. Incluso en el año 54 emprendió César su primera expedición contra los bretones, pueblo del otro lado del Canal de la Mancha, que habían apoyado a los galos, y en otra segunda expedición llegó al interior atravesando el Támesis. En el año 51 terminó la guerra comenzada en el año 58, de modo que toda la Galia se convirtió en provincia romana, que bajo su dominio aceptó el beneficio de su civilización. La guerra de las Galias fue registrada con el título ‘De bello gallico’, obra escrita por César en los años 52 y 51, que no sólo es el documento más valioso para el conocimiento de aquel hecho, sino que también es considerada como una pieza maestra del latín clásico, en cuyo texto estudió latín un servidor en sus tiempos de bachillerato hace años.

Como ya se ha dicho, la muerte de Julia, hija de César y esposa de Pompeyo, supuso que los lazos del triunvirato se aflojaran, máxime cuando en el mismo año murió Craso; entonces Pompeyo no se creyó obligado a seguir la política del triunvirato, el cual se puso al lado del partido senatorial y así se acrecentó la enemistad entre ambos, claro síntoma de que la guerra civil era irremediable. La opinión pública se mostraba contraria a César, atribuyéndole todas las desgracias públicas que se producían. En el año 50 estaba entablada la lucha por la supremacía entre César y Pompeyo. En un principio iniciaron unas fracasadas negociaciones. César se estableció en la frontera de la Galia para observar lo que sucedía en Roma, donde fue declarado enemigo público. Las causas de la guerra son muy concretas: la intransigencia de los conservadores, partidarios de Pompeyo y la envidia de éste hacia César. César contaba con los demócratas revolucionarios y sus legiones de las Galias, y meditaba cómo actuar, hasta que el 10 de enero del año 49, al frente de una legión, pasó el río Rubicón, un torrente que separaba Italia de la Galia. Fue entonces cuando pronunció la célebre frase: ‘Alea jacta est’ (la suerte está echada). Y aun disponiendo Pompeyo de fuerzas superiores, fue vencido. Y es que Pompeyo no era lo bastante fuerte para resistir a César. Grande fue el pánico en Roma cuando se supo que César había pasado el Rubicón.

César entró en Roma y no pudo evitar que Pompeyo saliera huyendo para refugiarse en la zona costera de la hoy Albania. César organizó el gobierno en Roma y emprendió en España una de las campañas más fulminantes de su vida militar, donde batió a los partidarios de Pompeyo en Ilerda (Lérida), siendo bien recibido por los habitantes que no lo habían olvidado. No obstante, César comprendía que no acabaría con su rival Pompeyo más que en el campo de batalla; marchó, pues, a Grecia a fin de atacar al ejército pompeyano. Mientras tanto César fue elegido cónsul por un año, repartió puestos a sus amigos y permitió que volvieran a Roma bastantes de sus enemigos, desterrados, con tal de que aceptaran reconciliarse. Asimismo, repartió trigo al pueblo.

Emprendió su lucha contra Pompeyo tratando de sitiarlo en la costa albanesa, sitio que fracasó no sin grandes pérdidas. Además, perdió su flota y con la pérdida la comunicación con Italia. Pompeyo recibió refuerzos y se dirigió a las llanuras de Tesalia (Grecia central), y allí, en Farsalia César lo aplastó: 09.08.49. La batalla de Farsalia fue inmortalizada por el poeta Lucano. Hay coincidencia entre los historiadores en que esta batalla fue el principio de la formación del imperio romano. Pompeyo huyó hacia Egipto y llegó al Nilo, pero al poner pie en tierra fue asesinado por un centurión. César, que lo perseguía, se enteró de su muerte cuando le enviaron la cabeza y el anillo con su sello. Tras su aplastante victoria militar, César demostró que era capaz de triunfar como político y como hombre de Estado. En seguida marchó hacia Alejandría (capital de Egipto), de forma que mostró a los egipcios que sólo él era el amo del mundo. Su presencia allí era para imponer el orden en Egipto a causa de las discordias entre sus dos jóvenes reyes, Tolomeo y su hermana Cleopatra, con los que se entrevistó a fin de solucionar el problema.

César había cumplido ya cincuenta años, casado cuatro veces, no tenía hijos. En diez años había conquistado las Galias, la Germanía y España. Tenía una insaciable sed de riquezas. Se cuenta que se le anunció la llegada de un regalo del rey Tolomeo, y así entró en la sala un forzudo esclavo llevando al hombro un gran tapiz enrollado, que al ser desenrollado salió la reina Cleopatra. Entonces César, al que pocas cosas podían sorprenderle, quedó deslumbrado ante la joven reina. Mucho la agasajó, pero se mostró inflexible en que los hermanos ocuparan el trono según tenía dispuesto en el testamento el padre de ambos. Sin embargo, la operación no era sencilla pues los partidarios del joven rey no se resignaban y propalaron muchos rumores contra Cleopatra. El pequeño rey huyó mientras sus tropas cercaron a César y Cleopatra en el palacio. Era la guerra. César, lejos de Roma, solo tenía una pequeña flotilla y no podía enfrentarse a las naves de Egipto.

La pareja logró escapar del palacio y refugiarse en los barcos. Con los escasos refuerzos que le llegaron de Siria, desde una galera César dirigió el comb
ate naval y cuando fue hundido su barco, a nado llegó a otro, pero la batalla se perdió. No obstante, la lucha continuó en el delta del Nilo hasta que César logró la victoria con las naves romanas que le llegaron de refuerzo. El joven rey Tolomeo pereció en el Nilo. La entrada de César y Cleopatra en Alejandría la hicieron entre el clamor popular. César coronó a Cleopatra como única reina de Egipto junto a su hermano menor, de seis años, y él se marchó a Roma para estar presente ante los agitados partidarios de Pompeyo. Mientras tanto, en Alejandría Cleopatra dio a luz un niño, cuyo padre era Julio César. El niño se llamó César Tolomeo, conocido con el nombre de Cesarión, que cuando cumplió un año, año 46, Cleopatra viajó a Roma, a la que César no podía recibir como esposa pero sí como reina de Egipto, a la que agasajó con fiestas fastuosas, siendo legitimado Cesarión como hijo suyo.

Y llegaron los ‘idus de marzo’ del año 44, el día 14 Julio César acudió al Senado romano, entró en la sala y todos le recibieron de pie, pero ocurrió que en el curso de un debate fue rodeado por varios senadores que a una señal se abalanzaron sobre él y le asestaron veintitrés puñaladas, entre ellos Bruto, que al verlo César exclamó: ‘¡Tú también, hijo mío!’. Del que se decía que era hijo suyo. Se cubrió la cabeza con la toga, se dejó caer en el suelo y falleció. Entonces tenía 55 años. Aquellas puñaladas repercutirían una y otra vez en Italia. Cleopatra, dándose cuenta del peligro que corrían ella y su hijo, abandonó Egipto pocos días después.

Todo el incienso que Julio César recibió en vida no le hizo perder un rasgo característico que mantuvo a lo largo de su existencia: siempre estuvo dispuesto a perdonar a sus enemigos y a tratar con clemencia a los vencidos. Por encima de todo ejerció su autoridad en beneficio de la población. Si quiso ser rey se debió a que el creía que era el único régimen adecuado para gobernar Roma y sus provincias. Debió guardarse sabiendo que al ser adorado como un semidiós había de tener enemigos, pompeyanos unos y los propios suyos, como Bruto.

Bibliografía. Historiador Antonio Ballesteros y Beretta: Julio César. Universitas, Salvat, S.A. Prof. Eduard von Tunk: De los orígenes a Carlomagno. Historia Universal Ilustrada, E. Th. Rimli.