Felipe III, rey de España, gobierno de los validos, siglo XVII


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ADOLFO PÉREZ

El año 1598 marcó un momento trascendental en la historia de España, se iba a iniciar el siglo en el que a su paso comenzaría el declive español, coincidente con una fase de depresión económica en el occidente europeo y además el paso de un régimen personalista, encarnado en Felipe II, al del favoritismo de su hijo Felipe III. Es bien sabido que tanto los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón, como su nieto Carlos I y el hijo de éste, Felipe II, fueron reyes que gobernaron personalmente, con dedicación absoluta, asistidos por los mejores, sin dejar el poder en manos de los llamados privados, validos o favoritos. O sea, si con los Austrias mayores – Carlos I y Felipe II – la nota dominante fue la excelencia y la austeridad, no sucedió lo mismo con sus sucesores inmediatos, los llamados Austrias menores – Felipe III, Felipe IV y Carlos II –, cuyos reinados ocuparon todo el siglo XVII.

Dice la Historia de España del marqués de Lozoya que si al emperador Carlos lo había matado la gota, su hijo Felipe II físicamente estaba casi inútil, sólo lo sostenía su voluntad de trabajar hasta el último momento. El 30 de junio de 1598 se hizo trasladar a El Escorial y allí, desde su lecho. despachó asuntos durante algunos meses. Pero su larga y dolorosa agonía le impidieron seguir para prepararse a bien morir. Y así fue, cuando hubo que abrirle la pierna gangrenada se le preguntó si le dolía y él contestó: “Más me duelen mis pecados”. Ya en estado agónico llamó a su hijo y heredero y le dijo: “Yo he querido que os hallásedes presente para que veáis en qué vienen a parar los reinos y los señoríos deste mundo y sepáis qué cosa es muerte, aprovechándoos dello, pues mañana habréis de comenzar a reinar”. Murió el 13 de septiembre de aquel año de 1598. La ejemplaridad del monarca se explica por sí misma. Un historiador extranjero dijo: “Pocas veces se vio muerte tan llena de sombría grandeza”.

Los sucesores de Felipe II eran amantes de sus vasallos, muy cristianos, siempre con recta intención y no carentes de virtudes y cualidades. Sin embargo, se limitaron a cumplir los deberes burocráticos de la corona, pero la mayor parte del tiempo lo pasaban en los placeres y en las fiestas palatinas de la corte, de una frivolidad y un coste que espantaba, se llegó a decir que la corte de Madrid parecía una corte oriental. Ninguno de los tres reyes fue capaz de ponerse al frente de sus tropas, ni tomar la iniciativa en política o llevar personalmente la dirección del Estado. Su gran defecto era la abulia, que dio lugar a poner el gobierno en otras manos, lo que en parte significó el inicio del declive del imperio español. Así como los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II eran ejemplo de austeridad, que recorrían, sin pereza, sus reinos en las condiciones penosas de la época (Isabel la Católica disponía de una yegua favorita para sus desplazamientos), no ocurrió lo mismo con los Austrias menores que no se movieron de Madrid y sus alrededores, razón por la que eran unos perfectos desconocidos para sus súbditos y muy lejanos e inaccesibles a ellos.

Felipe III había nacido en Madrid el 14 de abril de 1578. Hijo de la cuarta mujer de Felipe II, la reina Ana de Austria. Su padre determinó que el príncipe recibiera una educación rígida, muy severa que en lugar de encauzar sus iniciativas menoscabaron su personalidad. Se le educó en un monótono régimen de vida con un horario estricto cada día. El príncipe se convirtió en un joven bastante reservado, privado de amistades de su edad. Su padre lo tuvo apartado de los asuntos del gobierno que tanta falta le hicieron a la hora de reinar en el vasto imperio a sus veinte años. Incluso estuvo bastante recortado de dinero, de manera que pasaba por bastantes penurias. Para mejorar la formación del príncipe su preceptor propuso a Felipe II que aliviase la educación espartana de su hijo. No obstante, su maestro de baile señaló que “Su Alteza alcanzó la perfección en esta materia”. O sea, un buen danzarín.

Felipe III era de una inteligencia normal. Tomás de Couta, embajador de Venecia, lo describió cuando era muy joven: “Muy rubio y de agradable vista, aunque poco fornido. Gentil. Harto piadoso y devoto. Sumamente dócil con su padre, cuyo permiso solicita para todo. El rey le tiene en gran estima, pero aún no lo ha instruido en los asuntos del Estado.” Se cree que educación tan rígida fue debido a lo ocurrido a su hermano, el malogrado príncipe Carlos, un perturbado mental, que intentó traicionar a su padre, que lo confinó en sus aposentos donde murió a los seis meses (julio 1568).

Cuando el príncipe cumplió veinte años su padre decidió casarlo, para lo cual puso su mirada en la casa de Austria de Europa, que él pensaba superior a cualquier otra, de modo que fijó su atención en la familia de su primo el archiduque Carlos, hijo del emperador Fernando I (hermano de su abuelo Carlos I). De las hijas del archiduque, fue Margarita (nacida en Graz, Austria el 25.12.1584), la que se convirtió en reina de España. Tenía quince años cuando contrajo matrimonio por poderes con el príncipe Felipe el 18 de abril de 1599. Dicen que cuando a Margarita le comunicaron la noticia de que estaba destinada a compartir el trono del futuro rey de España se encontraba arreglando las camas de los enfermos en el hospital de Graz al que iba a diario debido a su alma caritativa. Ambos formaron una de las parejas más unidas de la historia de España en los doce años que duró el matrimonio. La reina murió de sobreparto el 3 de octubre de 1611 a la edad de veintisiete años Tuvieron ocho hijos. Fue la fundadora del Real Monasterio de la Encarnación de Madrid.

Como ya se ha dicho, Felipe III no tuvo participación alguna en el gobierno mientras vivió su padre. Vivía tranquilo y retirado por lo que llegó a pensarse que era un pobre de espíritu. Una situación que perjudicó su imagen y aumentó su tendencia a despreocuparse de los asuntos públicos, por esta razón su padre dijo: “Dios que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de regirlos. Temo que me lo gobiernen”. Tampoco los ministros de Felipe II eran los apropiados para acercarse al príncipe, y de ello se aprovechó el marqués de Denia (después duque de Lerma), que sedujo al joven Felipe al que socorría en los apuros de la falta de dinero a que le sometía su padre, siempre tan económico. Como es natural la gratitud le generó a Lerma convertirse en valido cuando el príncipe se convirtió en Felipe III, excepto alguna vez que manifestó su voluntad de forma caprichosa y desordenada.

El valido Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Borja, rigió los destinos de España durante veinte años con un asombroso poder omnímodo. Es inconcebible que el rey fuera tan ingenuo para dejar la hacienda real y la administración pública en manos de un aprovechado rodeado de granujas donde la corrupción clavó sus garras sin que nadie lo turbara, salvo los confesores regios. Sin ninguna razón para ello, Lerma determinó el absurdo traslado de la corte a Valladolid, que el rey aceptó sin ningún reparo a pesar de las grandes sumas de dinero que se gastaron en el traslado y del coste de las continuas fiestas de la corte. Al parecer el traslado se debió a dos razones: una era favorecer los negocios urbanísticos del duque en la compraventa de terrenos en la ida a Valladolid y la vuelta a Madrid cinco años después. Otra razón fue apartar al rey de la influencia de su tía, María de Austria, hermana de Felipe II, ex emperatriz de Alemania, que ya viuda vivió en España y era enemiga del duque de Lerma.

El cansancio y el no haberse logrado un final adecuado en las guerras de religión explican la puesta en marcha de la coexistencia pacífica que pusieron en práctica Felipe III y su valido Lerma en cuanto a la política internacional, valiéndose de su parentesco de las casas reinantes en Europa. La lucha con Inglaterra desembocó en la paz de Londres en 1604. En cuanto a la relación con los Países Bajos, sabemos que la Provincia Unidas de Holanda no aceptaron el régimen autónomo otorgado por Felipe II, con concesión de soberanía a su hija Isabel Clara Eugenia si tenía heredero, que no tuvo. La reapertura de las hostilidades fue de signo alterno, que finalizaron con la tregua de los Doce Años (1609), que de hecho Holanda independizaba convertida en Estado soberano. Respecto a Francia, Enrique IV obstaculizó lo que pudo la política española en Flandes e Italia, pero su oportuna muerte (asesinado) en 1610 cambió la situación ya que su viuda, María de Médicis, era favorable a España. Se pactaron dos bodas: Luis XIII con la infanta Ana, hija de Felipe III, y el príncipe Felipe con Isabel de Borbón, hija de Enrique IV.

La política en Italia y el Mediterráneo en los veintidós años del reinado de Felipe III demuestra que el prestigio de España era más grande que nunca, pero ni el rey ni el duque de Lerma quisieron aprovechar la ocasión para ensanchar el señorío de España o fortalecer sus posiciones, pues el rey no ambicionaba glorias y Lerma únicamente aspiraba a la paz. Los diversos Estados de Italia estaban sometidos a la influencia de España, que poseía los reinos de Nápoles, de Sicilia y de Cerdeña, el ducado de Milán y varios enclaves en la costa de Toscana, salvo el ducado de Saboya y la República de Venecia, que miraban con recelo la presencia española. Ambos causaron muchas preocupaciones a Felipe III. Con el duque de Saboya comenzaron las hostilidades cuando éste invadió y saqueó el milanesado en 1615, conflicto que acabó con la paz de Pavía en 1617, sin anexión de tierras para nadie. En cuanto a la república veneciana su poder estaba en el mar, que el duque de Osuna ambicionaba quebrantar. Venecia, para defenderse del acoso, al parecer se inventó una conjura con la supuesta intención de facilitar al marqués de Belmar su entrada en la ciudad con el fin de apoderarse de ella en nombre de España. Se piensa que la razón de que recurriera Venecia a la calumnia tenía por objeto expulsar a los numerosos extranjeros pro españoles indeseables, así como desprestigiar al duque de Osuna y avivar los recelos contra España.

En los tiempos de Felipe III aún perduraba el viejo problema de la asimilación de los moriscos. El espíritu religioso de la época, el hecho de que muchos conversos volviesen a sus antiguas prácticas religiosas y las noticias que corrían acerca de su entendimiento con los corsarios berberiscos y con Francia contribuyeron a la decisión de expulsarlos a pesar de que los defendieron muchos nobles cuyas tierras cultivaban. En 1609 se dictó el bando de expulsión, que se llevó a cabo, por regiones, en años sucesivos. El número de salidos oscila alrededor de ochocientos mil. La expulsión supuso un retroceso económico para España. Los ataques de los turcos y berberiscos a las costas españolas, seguramente ayudados por los moriscos expulsados de España, obligaron al Gobierno a una vigorosa política de represión, en la cual fueron innumerables las hazañas de los marinos españoles.

El corrupto duque de Lerma, rodeado de ladrones, tuvo su único acierto en conservar la paz exterior, que se truncó al participar España en la Guerra de los Treinta años (1618 – 1648) en ayuda del emperador de Austria, Fernando II, pariente de Felipe III. Se trataba de una guerra de religión en el centro de Europa, decisiva para los tiempos posteriores. Al final del reinado, 1618, cayó el duque derribado por su hijo, el duque de Uceda, y por el confesor real, fray Luis de Aliaga. El de Uceda sustituyó a su padre, pero limitado en sus funciones.

A la joven edad de cuarenta y tres años y veintidós de reinado, el 31 de marzo de 1621 falleció en Madrid el rey Felipe III. Se desconoce qué enfermedad en concreto le produjo la muerte, aunque los historiadores manejan como causa la generalidad de unas fiebres y la erisipela, que no es mortal; claro que hay versiones tan imaginativas como el calor que le produjeron las mantas con que lo taparon o el calor de la cercanía de un brasero. Sus restos descansan en la cripta real del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Bibliografía: prof. Ciriaco Pérez Bustamante, Compendio de Historia de España. Marqués de Lozoya, Historia de España. Juan Balansó, La Casa Real de España.