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AMANDO DE MIGUEL
La letra Z resulta estadísticamente rara, pues en castellano y en otros idiomas cercanos no abundan las voces que empiezan con tal sonido.
La letra Zeta griega pasa muchas veces al latín y a las lenguas romances como T o como D. En diferentes lenguas y para muchos hablantes el sonido Z se confunde con la S o con la Ch. En castellano se entiende como un defecto léxico el “ceceo”: confundir el sonido Z con el de S, aunque a veces el error resulta simpático. La Z se presta a confusión ortográfica al confundirse con la letra C en las sílabas ce y ci.
Parece difícil, cuando no imposible, establecer la distinción entre la mano izquierda y la derecha, puesto que objetivamente en el espacio no existe esa dimensión. Al final, solo cabe una definición antropomórfica: la izquierda es la parte de cuerpo que se sitúa del lado longitudinal donde está el corazón. Obsérvese que tanto la “izquierda” como “corazón” o “zurdo” llevan el sonido Z. En nuestra cultura se considera primariamente la izquierda como algo maléfico, ominoso. La “derecha” viene del verbo latino dirigere (conducir, dirigir). La expresión “a derechas” significa hacer las cosas bien, correctamente, como Dios manda. Puede parecer curioso que, en un idioma romance como el castellano, no digamos “siniestra” (del latín) sino “izquierda” (del vascuence esker). Lo “siniestro” para los hispanohablantes es todavía de peor presagio que lo que se sitúa a la izquierda. Bien es verdad que también se dice como elogio “tener mano izquierda”. Es el equivalente de una rara habilidad física y moral. Lo estadísticamente normal es ser “diestro” (usar con mayor soltura la mano derecha); en tanto que “zurdo” es visto con cierta aprensión. En seguida vamos a ver que son muchas las voces que incorporan el sonido Z y que transmiten un sentido desdeñoso. La expresión ponderativa “tener mano izquierda” se deriva, quizá, del lenguaje taurino, donde se aprecia mucho la capacidad de manejar la muleta y el estoque con ambas manos. Es una práctica imprescindible para los pianistas, los dibujantes y artistas plásticos. En el lenguaje político contemporáneo la “izquierda” se asocia positivamente con los partidos o las ideologías progresistas, que en la España actual presentan un gran atractivo.
El sonido Z (inicial, intermedio o final) transmite muchas veces acciones o cosas desagradables, terribles, contundentes, azorantes. Por ejemplo, “zumbar, azuzar, zaratán (cáncer de mama), hozar, zurrar, cínife (mosquito molesto), algazara, zampar, rezongar, zahurda (pocilga), zoquete (mendrugo, tonto), balbucear (en vascuence zizakari), azuzar, cero (la nada, ausencia de algo deseable), azote, mazazo, gazmoño (escrupuloso en exceso)”.
Hay muchas voces que terminan con el sonido Z que inhieren un sentido desdeñoso o por lo menos hiriente o conflictivo: “falaz, incapaz, lenguaraz, procaz, secuaz, altivez, avilantez, desfachatez, doblez, estupidez, hez, ordinariez, ridiculez, soez, atroz, coz, feroz”.
El sufijo AZO, aparte de ser un aumentativo, añade a ciertas palabras un sentido agresivo, malicioso o desagradable: “cuartelazo, pucherazo, pistoletazo, tortazo, pelotazo (corrupción), carpetazo, braguetazo, dedazo, pelmazo, gatillazo, gripazo”.
El mismo efecto infamante o afrentoso que produce el sonido Z se refuerza con una ristra de epítetos insultantes, insidiosos o despreciativos. También es verdad que, al ser a veces tan negativos, no todos son de uso corriente, sino más bien literario. Digamos que el hablante o el escribidor los reserva para ocasiones en que necesita lanzar una invectiva sobre alguien especialmente molesto. Los insultos se convierten así en verdaderas piezas artísticas. Los podemos agrupar por temas:
A) Tontería: “zonzo o zamacuco (bobo), zambombo (escasa inteligencia), zombi (atolondrado), cenutrio (torpe)”.
B) Personas con un físico desgraciado: “zaburrero (hablar estropajoso), zancudo o zanquilargo (piernas largas), zote, zocato, zoco o zurdo (inhábil con la mano derecha), zopo (extremadamente tosco), cegato (aire despistado por miope)”.
C) Tosquedad o pesadez: “zafio (sin finura), zahareño (arisco), zamborotado (tosco), zampón o zampabollos (glotón), zampatortas (torpe), zopenco (pocos alcances), zampalimosnas (pedigüeño), zascandil (enredador), cazurro (malicioso), ceporro (tosco), cerril (inculto).
D) Falsedad: “zaino (traidor, falso), zalamero (simpatía afectada), zángano (parásito), zorro, zorrastrón, zurrón, zorruno o zorrupia (taimado)”.
E) Vagancia: “zanguango, zangazullón o zangunero (vago), zarrapastroso (ocioso, desaseado).
F) Otros: “zangolotino (aniñado), zulú (bárbaro, salvaje), zurrona (prostituta de baja estofa), zullenco o zullón (sucio), zape o zapirón (marica), zaragatero (enredador), zarandillo(desasosegado), zarracatán (aprovechado en los negocios), zarrioso (sucio), zorromuco (ridículo), cenizo (gafe, mala suerte), cerdo (sucio, aprovechado).
Como puede verse, hay donde escoger si uno se ve impelido a insultar a alguien sin emplear tacos o malas palabras.
No es fácil adivinar por qué el sonido Z se asocia con voces desagradables o vituperios. Es probable que su misma rareza y su difícil fonética lleve a asociaciones negativas, indeseables. Es claro el sonido repetido de Z como el que produce la avispa, el abejorro y otros insectos molestos.
No debe despreciarse sin más el insulto, por mucho que pueda molestar al oyente las voces ofensivas. El insulto es un sabio recurso que evita males mayores, por ejemplo, la violencia física o de otro orden. El arte de insultar consiste en asociar una palabra indeseable con la persona objeto del ataque. Ahí es donde el sonido Z presta un variado muestrario de improperios, de asociaciones que pretenden ofender, aunque a veces no pasen de divertidas metáforas.
Cabe preguntarse por la necesidad que hay de la gran variedad de palabras con un significado despreciativo y hasta infamante, que se parecen fonéticamente, en este caso con el sonido Z. Recurro a la tesis de Damián Galmés. Se refiere a la función del lenguaje (incluidos los soliloquios e incluso los pensamientos) como un continuo alivio de tensiones y angustias mil de la vida cotidiana. De ser así, se agolpan en nuestro repertorio léxico muchas voces que podrían ser desechadas como de mal gusto o relacionadas con cosas desagradables. En realidad, cumplen un oculto propósito relajante. Para facilitar su recuerdo y su aplicación como desahogos conviene que entre ellas exista algún enlace que facilite su búsqueda. Uno de ellos bien podría ser un sonido común, como este de la Z, aparentemente inocuo. Por eso puede sernos muy útil.
La letra Zeta griega pasa muchas veces al latín y a las lenguas romances como T o como D. En diferentes lenguas y para muchos hablantes el sonido Z se confunde con la S o con la Ch. En castellano se entiende como un defecto léxico el “ceceo”: confundir el sonido Z con el de S, aunque a veces el error resulta simpático. La Z se presta a confusión ortográfica al confundirse con la letra C en las sílabas ce y ci.
Parece difícil, cuando no imposible, establecer la distinción entre la mano izquierda y la derecha, puesto que objetivamente en el espacio no existe esa dimensión. Al final, solo cabe una definición antropomórfica: la izquierda es la parte de cuerpo que se sitúa del lado longitudinal donde está el corazón. Obsérvese que tanto la “izquierda” como “corazón” o “zurdo” llevan el sonido Z. En nuestra cultura se considera primariamente la izquierda como algo maléfico, ominoso. La “derecha” viene del verbo latino dirigere (conducir, dirigir). La expresión “a derechas” significa hacer las cosas bien, correctamente, como Dios manda. Puede parecer curioso que, en un idioma romance como el castellano, no digamos “siniestra” (del latín) sino “izquierda” (del vascuence esker). Lo “siniestro” para los hispanohablantes es todavía de peor presagio que lo que se sitúa a la izquierda. Bien es verdad que también se dice como elogio “tener mano izquierda”. Es el equivalente de una rara habilidad física y moral. Lo estadísticamente normal es ser “diestro” (usar con mayor soltura la mano derecha); en tanto que “zurdo” es visto con cierta aprensión. En seguida vamos a ver que son muchas las voces que incorporan el sonido Z y que transmiten un sentido desdeñoso. La expresión ponderativa “tener mano izquierda” se deriva, quizá, del lenguaje taurino, donde se aprecia mucho la capacidad de manejar la muleta y el estoque con ambas manos. Es una práctica imprescindible para los pianistas, los dibujantes y artistas plásticos. En el lenguaje político contemporáneo la “izquierda” se asocia positivamente con los partidos o las ideologías progresistas, que en la España actual presentan un gran atractivo.
El sonido Z (inicial, intermedio o final) transmite muchas veces acciones o cosas desagradables, terribles, contundentes, azorantes. Por ejemplo, “zumbar, azuzar, zaratán (cáncer de mama), hozar, zurrar, cínife (mosquito molesto), algazara, zampar, rezongar, zahurda (pocilga), zoquete (mendrugo, tonto), balbucear (en vascuence zizakari), azuzar, cero (la nada, ausencia de algo deseable), azote, mazazo, gazmoño (escrupuloso en exceso)”.
Hay muchas voces que terminan con el sonido Z que inhieren un sentido desdeñoso o por lo menos hiriente o conflictivo: “falaz, incapaz, lenguaraz, procaz, secuaz, altivez, avilantez, desfachatez, doblez, estupidez, hez, ordinariez, ridiculez, soez, atroz, coz, feroz”.
El sufijo AZO, aparte de ser un aumentativo, añade a ciertas palabras un sentido agresivo, malicioso o desagradable: “cuartelazo, pucherazo, pistoletazo, tortazo, pelotazo (corrupción), carpetazo, braguetazo, dedazo, pelmazo, gatillazo, gripazo”.
El mismo efecto infamante o afrentoso que produce el sonido Z se refuerza con una ristra de epítetos insultantes, insidiosos o despreciativos. También es verdad que, al ser a veces tan negativos, no todos son de uso corriente, sino más bien literario. Digamos que el hablante o el escribidor los reserva para ocasiones en que necesita lanzar una invectiva sobre alguien especialmente molesto. Los insultos se convierten así en verdaderas piezas artísticas. Los podemos agrupar por temas:
A) Tontería: “zonzo o zamacuco (bobo), zambombo (escasa inteligencia), zombi (atolondrado), cenutrio (torpe)”.
B) Personas con un físico desgraciado: “zaburrero (hablar estropajoso), zancudo o zanquilargo (piernas largas), zote, zocato, zoco o zurdo (inhábil con la mano derecha), zopo (extremadamente tosco), cegato (aire despistado por miope)”.
C) Tosquedad o pesadez: “zafio (sin finura), zahareño (arisco), zamborotado (tosco), zampón o zampabollos (glotón), zampatortas (torpe), zopenco (pocos alcances), zampalimosnas (pedigüeño), zascandil (enredador), cazurro (malicioso), ceporro (tosco), cerril (inculto).
D) Falsedad: “zaino (traidor, falso), zalamero (simpatía afectada), zángano (parásito), zorro, zorrastrón, zurrón, zorruno o zorrupia (taimado)”.
E) Vagancia: “zanguango, zangazullón o zangunero (vago), zarrapastroso (ocioso, desaseado).
F) Otros: “zangolotino (aniñado), zulú (bárbaro, salvaje), zurrona (prostituta de baja estofa), zullenco o zullón (sucio), zape o zapirón (marica), zaragatero (enredador), zarandillo(desasosegado), zarracatán (aprovechado en los negocios), zarrioso (sucio), zorromuco (ridículo), cenizo (gafe, mala suerte), cerdo (sucio, aprovechado).
Como puede verse, hay donde escoger si uno se ve impelido a insultar a alguien sin emplear tacos o malas palabras.
No es fácil adivinar por qué el sonido Z se asocia con voces desagradables o vituperios. Es probable que su misma rareza y su difícil fonética lleve a asociaciones negativas, indeseables. Es claro el sonido repetido de Z como el que produce la avispa, el abejorro y otros insectos molestos.
No debe despreciarse sin más el insulto, por mucho que pueda molestar al oyente las voces ofensivas. El insulto es un sabio recurso que evita males mayores, por ejemplo, la violencia física o de otro orden. El arte de insultar consiste en asociar una palabra indeseable con la persona objeto del ataque. Ahí es donde el sonido Z presta un variado muestrario de improperios, de asociaciones que pretenden ofender, aunque a veces no pasen de divertidas metáforas.
Cabe preguntarse por la necesidad que hay de la gran variedad de palabras con un significado despreciativo y hasta infamante, que se parecen fonéticamente, en este caso con el sonido Z. Recurro a la tesis de Damián Galmés. Se refiere a la función del lenguaje (incluidos los soliloquios e incluso los pensamientos) como un continuo alivio de tensiones y angustias mil de la vida cotidiana. De ser así, se agolpan en nuestro repertorio léxico muchas voces que podrían ser desechadas como de mal gusto o relacionadas con cosas desagradables. En realidad, cumplen un oculto propósito relajante. Para facilitar su recuerdo y su aplicación como desahogos conviene que entre ellas exista algún enlace que facilite su búsqueda. Uno de ellos bien podría ser un sonido común, como este de la Z, aparentemente inocuo. Por eso puede sernos muy útil.