La desdichada doña Juana, primera reina de España


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ADOLFO PÉREZ


¿Quién no ha oído hablar de Juana la Loca? Pocos, creo. Pienso que merece la pena escribir un artículo sobre esta reina, no tanto por su vida política sino por las circunstancias humanas que rodearon su sufrida y atormentada vida. Considerada la primera reina de España al haber ostentado juntas para siempre las coronas de Castilla y Aragón; o sea, la España que conocemos. La reina Juana fue puente entre los Reyes Católicos, sus padres, y su hijo Carlos I. A la hora de la muerte de Isabel la Católica se decía que la gran reina más que por enfermedad falleció de pena por las desdichas familiares. ¿Qué sería de la labor de toda su vida? Su testamento y codicilo son notables ejemplos de su sabiduría.

Finalizaba el siglo XV y los reyes Fernando e Isabel podían mirar con agrado el prestigio alcanzado en los veintiséis años de trabajo y servicio al Estado. Habían creado una España unida y fuerte. En 1495 los Reyes Católicos se habían convertido en los monarcas europeos de más renombre. Pero el porvenir en el seno familiar no lo tenían claro, la ventura obtenida fuera se trocó en infortunio en cuatro de sus cinco hijos: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina, por este orden. Primero fue Juan, el único hijo varón, que falleció con casi diecinueve años, en 1497. Isabel, la primogénita, casada con el rey de Portugal, falleció un año después. Juana con su problema mental, la heredera. Catalina, la menor, casada con el rey inglés, Enrique VIII, vejada y divorciada. Solo María, casada con el rey de Portugal, viudo de su hermana Isabel, llevó una vida plácida.

Los Reyes Católicos pretendieron establecer una hábil política de alianzas internacionales ayudada por los enlaces matrimoniales de sus cinco hijos. Primordial sería con Portugal, pues para la reina esta alianza era esencial dado el afecto que le tenía a la nación lusa por ser su madre portuguesa y un idioma que hablaba desde niña. Asimismo, los reyes deseaban estrechar lazos con la casa de Borgoña para ponerle un cerco diplomático a Francia por el lado norte. Para ello acordaron casar a sus hijos, el príncipe Juan y la infanta Juana, con dos hijos del emperador Maximiliano I, Felipe, archiduque de Austria y señor de Flandes, y la archiduquesa Margarita. Las bodas se organizaron de forma que la infanta Juana, con casi diecisiete años, acompañada de un escogido séquito embarcó en Laredo (Cantabria), agosto de 1496, escoltada por una fuerte armada para costear frente a la enemiga Francia, armada que debería traer a doña Margarita para su boda con el príncipe Juan. La reina Isabel despidió a su hija en Laredo sin que estuviera tranquila pues no sabía nada de su futuro yerno.

El escritor Juan Balansó, en su obra “La Casa Real de España”, nos aporta datos sobre la vida de la reina Juana. Cuenta que el encuentro entre los novios se produjo en Lierre, y resultó espectacular. Juana era una joven de belleza corriente, pelo oscuro, piel tostada y rasgados ojos verdes. Felipe, un año mayor que ella, un joven de gran apostura que pasaría a la historia como “el Hermoso”. Parece ser que nada más verse se encendió en ambos el deseo carnal, hasta el punto de que hicieron traer un sacerdote para que los casara sin esperar a los dos días siguientes para la boda, así es que aquella misma tarde se casaron y se consumó el matrimonio. Y resultó lo inesperado, la infanta había sido educada por su madre en los principios de una moral estricta, siempre muy devota hasta el punto de haber querido ser monja; dormía en el suelo al menor descuido de su aya y se hería la lengua con trozos de vidrio, incluso se flagelaba el cuerpo. Pero a partir del casamiento se acabó su vida piadosa. No se divertía en la corte flamenca y su único interés se centraba en adorar a su marido y yacer con él. Tan absorbente pasión contribuyó primero a irritar a su marido y después a aburrirlo. El archiduque no era un esposo modelo. Se trataba, según las crónicas, de un joven vigoroso, aficionado a los deportes, pero disipado, amante de los vestidos lujosos y adornos, que dejó estupefactos a los españoles, habituados a su severa sencillez. No faltaron las peleas entre la pareja, casi siempre por celos. Se decía que Felipe solo podía controlar la furia de su mujer negándole el lecho conyugal.

Le iban naciendo los hijos pero la infortunada Juana no mostraba ningún interés por ellos, ni por nada, excepto por su marido. Tuvo seis hijos: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina, por este orden. Juana, la locamente enamorada – como dice Balansó da pena llamarla “Juana la Loca” – es el prototipo de la tragedia. A veces, minada por los celos permanecía horas enteras sentada junto a una ventana mirando el horizonte, tal vez pensando en que ya no vería más los de su Castilla natal. Sin embargo, el curso de la historia la haría regresar. Sucedió que en 1498 falleció de parto su hermana mayor, Isabel, cuando su hermano Juan había fallecido un año antes, de modo que ella se convertía en princesa de Asturias, heredera de los reinos y dominios de sus padres, los Reyes Católicos, de modo que con la muerte de sus dos hijos mayores, la reina Isabel no tuvo más remedio que dejar como heredera a su hija Juana, nacida en Toledo en 1479, y como regente al rey Fernando, pues el estado mental de su hija no le permitía gobernar.

Se imponía, pues, el viaje a la Península de la infanta Juana para ser reconocida por las Cortes. Su marido, ante la perspectiva de ser rey, se volvió la mar de amable. Parece ser que el primer encuentro entre padres, hija y yerno fue fría. Juana hizo de intérprete pues sus padres desconocían el francés y su marido ignoraba el castellano. A los reyes le inquietó el aspecto de su hija y el extraño brillo de sus ojos, y el yerno no les produjo simpatía. Por su parte al archiduque no le agradó la austera corte castellana, decía que había muchos clérigos, que los hombres no reían y que las mujeres siempre con la vista baja y encima eran castas. La cuestión fue que se marchó a su tierra para alivio de los reyes y desesperación de la princesa Juana que había de quedarse, la cual cayó en una triste apatía, incluso con el hijo que le nació entonces, pues su obsesión era regresar a Flandes con su esposo. Los primeros síntomas de esquizofrenia de su mente enferma se hicieron patentes. Una noche intentó dejar el castillo de la Mota, donde residía, lo que hizo levantar los puentes y cerrar las salidas, encierro que dio lugar a que pasara dos noches al raso agarrada a una verja, y así la encontró la reina Católica que acudió presurosa e intentó calmarla, teniendo que oír de su hija palabras insolentes e indecorosas que jamás hubiera tolerado. Poco después Juana partió para Flandes y nunca más vio a su madre.

l 26 de noviembre de 1504, Isabel la Católica murió en Medina del Campo. En su testamento ordenaba que si su hija Juana no deseaba o no podía gobernar actuara como regente su padre hasta la mayoría de edad del hijo de Juana, Carlos. Pero el archiduque no aceptó la regencia de su suegro, se vino a Castilla con la reina Juana para hacerse cargo del gobierno del reino, cosa que consiguió pues el rey Fernando no opuso resistencia y se marchó a Aragón donde negoció su casamiento con la francesa Germana de Foix con el fin de tener un hijo que lo heredara en Aragón para evitar que le sucediera su hija Juana y gobernara su yerno. Entonces sucedió lo inesperado, cuando las Cortes se disponían a prestar juramento de fidelidad a los nuevos reyes, Juana se negó a recibir el juramento alegando que no quería que el reino fuese gobernado por un flamenco (su marido), que ella prefería que su padre siguiera de regente hasta la mayoría de edad de su hijo Carlos. Tal proceder era una venganza por todo lo que le había hecho pasar el archiduque. Finalmente la persuadieron para que aceptara ser jurada como reina y rey su marido. La ceremonia tuvo lugar en Valladolid el 10 de junio de 1506. A partir de entonces Felipe tuvo a su mujer semirrecluida pues no se atrevió a maltratarla de otra forma por temor a los castellanos que no creían que fuera una incapaz o una enferma, ya que solo veían en ella a la hija y heredera de la gran reina Isabel, a la que tanto habían amado.

Una vez que Felipe el Hermoso se hizo con el poder del reino de Castilla y sus dominios, en poco más de dos meses demostró su ineptitud para gobernar; se dedicó a repartir prebendas entre sus amigos flamencos. Pero el 17 de septiembre de 1506, encontrándose en Burgos concertó un desafío con cortesanos para jugar a la pelota. Al terminar, el rey, empapado en sudor, pidió para beber agua helada a fin de refrescarse, que bebió con avidez. A la mañana siguiente se despertó con fiebre seguida de un enfriamiento. De pronto le dieron unos fuertes calambres y empezó a escupir sangre, con la garganta hinchada y sin poder hablar, de modo que una semana después falleció, cuando tenía veintiocho años. Durante su enfermedad la reina no se apartó de su lecho.

Ni que decir tiene que para la reina, entonces con veintiséis años, fue el golpe definitivo, con un sufrimiento mayor cuando esperaba su sexto hijo. No dejaba que se acercaran mujeres al cadáver; hizo dos veces que se abriera el féretro para abrazar el pestilente cuerpo. Para ella la vida sin su esposo no tenía sentido. Se llevó el féretro a Palencia viajando por la noche a la luz de antorchas, pero al llegar a Torquemada se puso de parto y dio a luz a su hija Catalina. Para siempre fue una persona muy atormentada. En el año 1509 su padre, el rey Fernando, se vio en la necesidad de recluirla en el palacio de Tordesillas donde permaneció cuarenta y seis años. Como dice Balansó, la reina de Castilla se había convertido en Juana la Loca.

Al no haber tenido hijos el rey Fernando con su segunda esposa, a su muerte en 1516 su hija Juana heredó el reino de Aragón, y así se convirtió en la primera reina de España al quedar unidos definitivamente los reinos de Castilla y Aragón, un gran honor para ella, aunque la labor de gobierno la ejerció su hijo Carlos en su nombre, según el acta firmada. Un año después la visitaron sus dos hijos mayores, Leonor y Carlos, que venía a posesionarse de sus reinos. Balansó nos cuenta la entrevista: Cuando llegaron a los aposentos reales el hijo le dijo: “Señora, vuestros obedientes hijos se alegran de encontraros en buen estado de salud; ha tiempo deseábamos haceros rendimiento y prestaros nuestro testimonio de honor, respeto y obediencia.” Se hizo el silencio. La reina no replicó. Al rato les sonrió, les cogió de la mano y les dijo: “¿Sois de verdad mis hijos? (Pausa.) ”¡Cuánto habéis crecido en tan poco tiempo!” (Pausa.) “Puesto que debéis estar muy cansados de tan largo viaje, bueno será que os retiréis a descansar.” Así fue la entrevista entre madre e hijos tras doce años de separación. La infeliz fue decayendo hasta el abandono de su cuerpo y ropa interior; le salieron úlceras purulentas que no se dejaba curar.

Doña Juana, reina de España, falleció cuando amanecía el Viernes Santo 12 de abril de 1555, a los setenta y seis años de edad. Sus restos yacen en la Capilla Real de la catedral de Granada junto con su esposo y sus padres.

Mucho es lo que se ha escrito sobre esta desdichada reina en todos sentidos, muchos sin base.