Quien esto escribe, vasco de nacimiento, también ha sido víctima de estas situaciones, motivo por el que comprende perfectamente lo que están viviendo esos periodistas acosados, y manifiesta su tristeza por la falta de las medidas necesarias para acabar con estas actitudes
Victoria Prego, presidenta de la APM. // Europa Press |
EUGENIO NARBAIZA
En los últimos días, se está hablando mucho, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, del acoso y maltrato que sufren los periodistas encargados de cubrir las informaciones de Podemos, lo que ha provocado que la APM haya emitido una nota de protesta por estos acontecimientos.
Esta situación lamentable y condenable no es nueva en la democracia española, puesto que a lo largo de los años 80 y 90, numerosos periodistas vascos han sufrido situaciones de acoso personal y profesional, totalmente desamparados y con el triste resultado de varios de ellos asesinados, como es el caso del que fuera director de La Gaceta del Norte, Jose M. Portell, o del periodista de El Mundo, José Luis López de la Calle.
Quien esto escribe, vasco de nacimiento, también ha sido víctima de estas situaciones, motivo por el que comprende perfectamente lo que están viviendo esos periodistas acosados, y manifiesta su tristeza por la falta de las medidas necesarias para acabar con estas actitudes.
Yo mismo recuerdo, casi a finales de los años 80, cuando apenas había empezado a ejercer la corresponsalía de una revista de información política nacional, un episodio por el que comenzaron los acosos y amenazas. Se celebraba en Bilbao un congreso de los socialistas vizcainos en el que curiosamente, el actual candidato a la secretaria general del PSOE entró a formar parte de la ejecutiva vizcaina, y en la que el entonces secretario general, Ricardo García Damborenea, abandonaba su cargo.
En un receso de ese congreso, a las puertas de un conocido hotel bilbaíno, comencé una conversación con Damborenea, fumando un cigarillo y valorando el transcurso del mismo. Al día siguiente, un periódico abertzale, cerrado por un juez, sacó mi imagen en portada, encuadrándome como colaborador del socialista vizcaíno, cosa que no era cierta. De manera inmediata, empecé a recibir en mi domicilio llamadas amenazantes y coercitivas. A lo largo del tiempo, estos episodios se sucedían periódicamente, muy concretamente cada vez que escribía un reportaje o información que denunciaba cuestiones contra el nacionalismo vasco, o bien sobre actuaciones policiales como la detención de comandos.
Así trancurrieron muchos años viviendo estos acontecimientos, que se sobrellevaban con una cierta inquietud, algo de miedo y no por uno mismo, sino por la familia que me rodeaba y con bastante desamparo de los medios en los que desarrollaba mi trabajo, que cuando contabas lo que te pasaba, te espetaban dando una palmada en la espalda; «no te preocupes, que nosotros estamos aquí», para pedirte inmediatamente otro reportaje sobre la situación vasca.
Llegó un momento en que la tensión se hizo insostenible, la seguridad personal y de mi familia muy delicada, por lo que decidí dejarlo todo y marcharme primero a una comunidad autónoma cercana, y posteriormente poniendo distancias, hasta Andalucía, en donde resido actualmente.
He querido personalizar en mi persona este artículo para decirle a la APM que una nota de protesta no es suficiente, y que debe tomar medidas. A los medios, que protejan bien y apoyen incondicionalmente a esos profesionales para que el derecho a la información prevalezca sobre todas las cosas, y a la sociedad, para que valore y respete una profesión en la que se come langosta para llevar sardinas a casa, tal y como expresa un viejo refrán de la profesión.
Estamos en un régimen democrático y no podemos permitir que nada ni nadie salvo la ley, limite el ejercicio de la profesión periodística.
Esta situación lamentable y condenable no es nueva en la democracia española, puesto que a lo largo de los años 80 y 90, numerosos periodistas vascos han sufrido situaciones de acoso personal y profesional, totalmente desamparados y con el triste resultado de varios de ellos asesinados, como es el caso del que fuera director de La Gaceta del Norte, Jose M. Portell, o del periodista de El Mundo, José Luis López de la Calle.
Quien esto escribe, vasco de nacimiento, también ha sido víctima de estas situaciones, motivo por el que comprende perfectamente lo que están viviendo esos periodistas acosados, y manifiesta su tristeza por la falta de las medidas necesarias para acabar con estas actitudes.
Yo mismo recuerdo, casi a finales de los años 80, cuando apenas había empezado a ejercer la corresponsalía de una revista de información política nacional, un episodio por el que comenzaron los acosos y amenazas. Se celebraba en Bilbao un congreso de los socialistas vizcainos en el que curiosamente, el actual candidato a la secretaria general del PSOE entró a formar parte de la ejecutiva vizcaina, y en la que el entonces secretario general, Ricardo García Damborenea, abandonaba su cargo.
En un receso de ese congreso, a las puertas de un conocido hotel bilbaíno, comencé una conversación con Damborenea, fumando un cigarillo y valorando el transcurso del mismo. Al día siguiente, un periódico abertzale, cerrado por un juez, sacó mi imagen en portada, encuadrándome como colaborador del socialista vizcaíno, cosa que no era cierta. De manera inmediata, empecé a recibir en mi domicilio llamadas amenazantes y coercitivas. A lo largo del tiempo, estos episodios se sucedían periódicamente, muy concretamente cada vez que escribía un reportaje o información que denunciaba cuestiones contra el nacionalismo vasco, o bien sobre actuaciones policiales como la detención de comandos.
Así trancurrieron muchos años viviendo estos acontecimientos, que se sobrellevaban con una cierta inquietud, algo de miedo y no por uno mismo, sino por la familia que me rodeaba y con bastante desamparo de los medios en los que desarrollaba mi trabajo, que cuando contabas lo que te pasaba, te espetaban dando una palmada en la espalda; «no te preocupes, que nosotros estamos aquí», para pedirte inmediatamente otro reportaje sobre la situación vasca.
Llegó un momento en que la tensión se hizo insostenible, la seguridad personal y de mi familia muy delicada, por lo que decidí dejarlo todo y marcharme primero a una comunidad autónoma cercana, y posteriormente poniendo distancias, hasta Andalucía, en donde resido actualmente.
He querido personalizar en mi persona este artículo para decirle a la APM que una nota de protesta no es suficiente, y que debe tomar medidas. A los medios, que protejan bien y apoyen incondicionalmente a esos profesionales para que el derecho a la información prevalezca sobre todas las cosas, y a la sociedad, para que valore y respete una profesión en la que se come langosta para llevar sardinas a casa, tal y como expresa un viejo refrán de la profesión.
Estamos en un régimen democrático y no podemos permitir que nada ni nadie salvo la ley, limite el ejercicio de la profesión periodística.