Para los británicos, permuta terrena de merecida perfección, las otras razas, todos nosotros y yo el primero, todos los demás, no merecemos estar invitados a su espléndido aislamiento
Fotografía: Geir Akselsen (editada). CC. |
FELIPE GARCÍA / 26·06·2016
El autor de El Libro de la Selva, un ilustre inglés llamado Rudyard Kipling, y cuyos restos descansan nada menos que en la Abadía de Westminster, fue un destacado exponente del llamado jingoísmo, una doctrina hipernacionalista de la que participaron personajes tales como Chamberlain, Gladstone, Rhodes o el mismísimo Disraeli. El jingoísmo consideraba necesario el Imperio, pues la «mejor raza del mundo» puede y debe dominar a los pueblos inferiores. La expresión más pura del darwinismo social y la pretendida superioridad del pueblo inglés.
Para los británicos, permuta terrena de merecida perfección, las otras razas, todos nosotros y yo el primero, todos los demás, no merecemos estar invitados a su espléndido aislamiento.
Esta gran raza, que aniquiló casi por completo a los indígenas americanos, a los cipayos, Mau Mau, boers, soninké, nubios o bassari —por no hablar de los holocaustos en Bié, Rodesia o Niassa—; que se dedicó a cambiar la historia en su favor, culpando a España de todos los males —y que nosotros, con ese masoquismo cultural que nos caracteriza, no hemos dudado en aceptar—; que ha invertido los últimos siglos en enmugrecer la cultura con su zafia miseria; esta raza soberbia, ha decidido finalmente inmolarse para mayor gloria de su ombligo.
Esto es lo que sucede cuando decides crear un problema donde no lo había y dejar que un puñado de peluqueras y borrachos tomen una decisión racional, basada en la razón y no en las banderas e himnos de clubes de fútbol.
Si la base electoral ha sido adoctrinada por una educación como la británica, que es como la de algunas regiones del noreste ibérico, y que consiste principalmente en realizarse una autofelación mayestática con carácter continuo, tienes muchas papeletas de elegir la opción «Soy el número uno, qué demonios», y ocurre lo que ocurre, a pesar de que muchos ahora se envuelvan en la bandera de la libertad... ¡Menuda libertad esa en la que decides aniquilar la libertad de desplazamiento!
Pero esto no es más que el comienzo, porque, en un mundo que necesita eliminar fronteras de una vez, donde la APEC —Asia-Pacific Economic Cooperation— controla ya el 56 por ciento del comercio mundial, y los europeos seguimos tocándonos el escroto blanco superior —cada uno el suyo por regiones—, no tardarán en alzar la voz otras razas superiores —todas lo son—, repitiendo, como un viejo sonsonete de tambor vahído, «Nosotros la raza uzbeka, nosotros la raza catalano-chechena, nosotros tenemos el deber de decidir, decidir ser superiores».
No hay más que contemplar las imágenes de las celebraciones de los 'brexiters' para hacerse una idea de lo superior que es su pueblo. Con unas banderas y unas camisetas del United, podrían perfectamente estar celebrando un gol de Rooney.
Para los británicos, permuta terrena de merecida perfección, las otras razas, todos nosotros y yo el primero, todos los demás, no merecemos estar invitados a su espléndido aislamiento.
Esta gran raza, que aniquiló casi por completo a los indígenas americanos, a los cipayos, Mau Mau, boers, soninké, nubios o bassari —por no hablar de los holocaustos en Bié, Rodesia o Niassa—; que se dedicó a cambiar la historia en su favor, culpando a España de todos los males —y que nosotros, con ese masoquismo cultural que nos caracteriza, no hemos dudado en aceptar—; que ha invertido los últimos siglos en enmugrecer la cultura con su zafia miseria; esta raza soberbia, ha decidido finalmente inmolarse para mayor gloria de su ombligo.
Esto es lo que sucede cuando decides crear un problema donde no lo había y dejar que un puñado de peluqueras y borrachos tomen una decisión racional, basada en la razón y no en las banderas e himnos de clubes de fútbol.
Si la base electoral ha sido adoctrinada por una educación como la británica, que es como la de algunas regiones del noreste ibérico, y que consiste principalmente en realizarse una autofelación mayestática con carácter continuo, tienes muchas papeletas de elegir la opción «Soy el número uno, qué demonios», y ocurre lo que ocurre, a pesar de que muchos ahora se envuelvan en la bandera de la libertad... ¡Menuda libertad esa en la que decides aniquilar la libertad de desplazamiento!
Pero esto no es más que el comienzo, porque, en un mundo que necesita eliminar fronteras de una vez, donde la APEC —Asia-Pacific Economic Cooperation— controla ya el 56 por ciento del comercio mundial, y los europeos seguimos tocándonos el escroto blanco superior —cada uno el suyo por regiones—, no tardarán en alzar la voz otras razas superiores —todas lo son—, repitiendo, como un viejo sonsonete de tambor vahído, «Nosotros la raza uzbeka, nosotros la raza catalano-chechena, nosotros tenemos el deber de decidir, decidir ser superiores».
No hay más que contemplar las imágenes de las celebraciones de los 'brexiters' para hacerse una idea de lo superior que es su pueblo. Con unas banderas y unas camisetas del United, podrían perfectamente estar celebrando un gol de Rooney.