Dos millones de ciudadanos de la UE, principalmente franceses, alemanes, italianos e irlandeses, pero también españoles, polacos y búlgaros están en el Reino Unido en la actualidad: todos, evidentemente, 'en busca de nuestros trabajos y nuestras mujeres'
Frontera entre Inglaterra y Escocia. | Fotografía: Callum Black. CC. |
LENOX NAPIER / 25·06·2016
Para sorpresa de todos, los votantes británicos se levantaron en una desordenada masa el pasado jueves y votaron a favor de abandonar la Unión Europea. Ante la disyuntiva que se les planteaba: permanecer o marcharse, escogieron finalmente la opción apoyada por la extrema derecha, esto es, la salida a no se sabe dónde.
Mi padrino, que era un político de alto rango en el partido conservador durante la década de los cincuenta, decidió dejarlo un día para crear el Frente Nacional, una formación de locos racistas de extrema derecha que actualmente es conocido como UKIP, el partido de Nigel Farage —el de la cerveza—, una especie de Donald Trump inglés.
Andrew Fountaine le explicó a mi padre en una ocasión que las 'camisas negras' solamente querían un cierto tipo de apoyo. Ellos buscaban a los pobres y los ignorantes: «los inglesitos». Estos, decía, podrían ser provocados fácilmente en contra de un enemigo —el judío, los ricos, los catedráticos o el extranjero—. «No queremos que ningún intelectual o señorito de las clases altas venga a nuestras reuniones o se involucre en nuestras manifestaciones. Nos mantenemos sencillos», aseguraba.
De ahí que el Brexit, apoyado por un estúpido de la clase alta británica, perdiese en los campos de juego de Eton.
Pero el resultado no sólo supone la salida de la Unión Europea, sino que representa el fin del Reino Unido tal y como lo conocemos.
El Reino Unido se compone de cuatro países fuertemente aliados. De estos, Escocia ya ha tratado de separarse con anterioridad, y no tengo la menor duda de que, en la actual situación, volverá a intentarlo de nuevo, esta vez con éxito —¡Qué tiemble España cuando Cataluña asista a ello!—. A Escocia le gustaría permanecer o reincorporarse a la UE, y no parece que Bruselas vaya a poner impedimentos. A la salida de Escocia del Reino Unido —más bien, del 'Antiguo Reino Unido'— le seguirá muy probablemente la de Irlanda del Norte, donde se aprovechará la coyuntura para impulsar un proyecto de unificación con la República de Irlanda, firme partidaria de la UE. ¿Se opondrán acaso Bruselas o Dublín? No parece probable...
Por si ello fuera poco, este mismo viernes han comenzado a surgir voces que abogan por la secesión de la City de Londres del resto del Reino Unido, tal vez para convertirse en una segunda Singapur. ¡Qué modo tan ridículo de colapsar un país por un puñado de xenófobos! David Cameron, Boris Johnson, Nigel Farage, nuestro país está cometiendo un acto de autoinmolación. ¡Cómo vais a ser recordados!
El Reino Unido ha votado en un referéndum, que, a diferencia de una elección, no se puede ajustar o resolver cada cuatro años. Un referéndum es permanente. Ganaron los 'brexiters' y su política basada en el temor a los extranjeros, a los refugiados sirios y los inmigrantes turcos, pero también a los europeos que viven en el Reino Unido, ya sea por estudios o trabajo —no parece probable que vayan allí a jubilarse—. Dos millones de ciudadanos de la UE, principalmente franceses, alemanes, italianos e irlandeses, pero también españoles y polacos y búlgaros están en el Reino Unido en la actualidad: todos, evidentemente, 'en busca de nuestros trabajos y nuestras mujeres'.
Mientras esperamos a que el Reino Unido fragmente, podemos anticipar que el próximo gobierno xenófobo tratará a los ciudadanos de la Unión Europea con la política que define el referéndum. Es de esperar que sus privilegios europeos se pierdan, y se verán obligados a buscar permisos de trabajo y visados, y un ingreso mínimo para mantener de estancia —probablemente 30.000 libras al año—. También podrán esperar ser deportados a sus países de origen en determinadas circunstancias.
Entonces, ¿qué pasará con los dos millones o más de los expatriados británicos que viven en la UE y, en particular, con los de España? Lo que sea que el Gobierno británico haga a los españoles y sus hermanos de la UE, no hay duda que a continuación, Madrid, París, Berlín y Sofía nos lo harán a nosotros. Los votantes insistirán en ello. No somos muy populares aquí tal como están las cosas, y eso que Londres aún no ha comenzado las deportaciones. No es descabellado pensar que se nos exigirán permisos de trabajo, cuentas convertibles en el banco y un montón más de requisitos. En mi caso, quizá tenga que visitar la embajada española en Londres para conseguir una visa extendida. Habrá bastante cola...
Ya podemos despedirnos de la Tarjeta Sanitaria Europea (TSE) y prepararnos para vivir con las pensiones congeladas a niveles de 2015. Nuestro derecho al voto en España, y en cualquier otro lugar en toda la UE, se perderá en el momento en que se consume el Brexit, y los pocos concejales británicos que hay en los ayuntamientos españoles... ¡Sayonara!
¿Deportaciones? Habría un quid pro quo: si el Reino Unido devuelve españoles a su país, entonces, sí, evidentemente. El electorado aquí insistiría en ello.
Los expatriados no somos del agrado de los británicos que quedaron en casa, que nos ven, por decirlo de algún modo, como traidores, y no tenemos voz ni representación. Somos una suerte de no-personas, sin ningún tipo de fuerza para la negociación por nuestros derechos. Ni siquiera existe una oficina, portavoz o agencia para los expatriados: ni en Londres, ni en Madrid ni en Bruselas. De hecho, nadie sabe cuántos somos. El INE afirma que hay 270.000 británicos viviendo en España —son los números del padrón—, pero otras fuentes, consulados, organismos dependientes de Turismo y medios de comunicación, elevan la cifra hasta las 800.000 personas. Nadie sabe, porque, por supuesto, a nadie le importa. Un país como España, epítome de burocracia, sabe cuántas ovejas o cabras hay en todo el país, porque cada una tiene un chip y un funcionario para contarla. Sin embargo, ignora perfectamente cuántos británicos residimos aquí.
Hasta dos millones de expatriados británicos podrían estar viviendo actualmente en otros países de la UE, y, ahora, cuando sienten cómo han sido traicionados por sus compatriotas, ¿dónde pueden protestar? ¿A quién pueden dirigir sus reclamaciones? ¿Al alcalde de su localidad?
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Mantener la cabeza gacha y aguardar a que resucite la cordura? Esto rara vez funciona en la política. ¿Tal vez, solicitar la nacionalidad española? Para ello, tendríamos que ser capaces de demostrar que hemos pasado diez años residiendo en España, hablar español y tener un buen conocimiento de las temas de la actualidad y la cultura española —hay un examen de cincuenta preguntas—. ¿Cuántos de esos británicos que se dedican a beber cerveza en sus bares de fish 'n' chips en Fuengirola cumplirían los requisitos?
Luego, por supuesto, existe la posibilidad de regresar al Reino Unido, ya sea voluntariamente o como fruto de una deportación. ¿Pero cuántos de nosotros podríamos permitirnos el lujo de comprar una casa en el Reino Unido? ¿Debemos pensar que el futuro Gobierno, contento de vernos nuevamente por allí, nos concederá a todos una vivienda y una renta? No parece probable... Los expatriados nos encontramos razonablemente preocupados ante la posibilidad de terminar, en unos años, alojados en chozas húmedas construidas a toda prisa en la llanura de Salisbury. No es preciso aludir al ejemplo de Rhodesia para hacerse una idea de lo que puede llegar a sucederle a una minoría impopular.
Al igual que les sucedió a los alemanes decentes en 1929, los emigrantes británicos podemos ser una vez más «juguetes en manos de los dioses». ¿Y qué sucederá con Gibraltar? Las treinta mil personas que viven allí ya han sido amenazadas por la versión española de Nigel Farage, el demagogo García-Margallo, quien aseguraba este viernes que «la bandera española está ahora mucho más cerca del Peñón de Gibraltar».
¿Pero cómo afectará a España esta calamidad? Los británicos representan actualmente el 28 por ciento de todo el turismo extranjero, porcentaje que el año pasado se tradujo en unos ingresos superiores a los 14.000 millones de euros para el sector turístico español. Con la libra depreciándose notablemente frente al euro, el coste de sus vacaciones se disparará, obligándoles a reconsiderar sus planes de visita.
Simon Manley, embajador británico en Madrid, ha colgado un vídeo en Facebook en el que trata de convencernos de que debemos estar tranquilos. Nada va a suceder por uno o dos años, asegura. Tenemos residencia y derechos, insiste. Pues bien, ¿es cierto? Los europeos que vivimos en España ya sufrimos la cancelación de nuestras tarjetas de residencia por el ministro del Interior Pérez Rubalcaba en 2009. Desde entonces, hemos sido obligados a portar nuestro pasaporte nacional junto con una carta del Ministerio —es decir, de la policía—, un certificado del registro central de extranjeros que dice que «como residente comunitario con carácter permanente en España», el portador tiene derecho a residir en España. Es posible que hayamos podido utilizar nuestro permiso de conducir español para identificarnos en algún momento puntual, pero esto no nos vale con el notario, el ayuntamiento o la misma policía. Por supuesto, si nosotros, los británicos, ya no somos ciudadanos comunitarios, entonces habremos roto el acuerdo. Simplemente seremos extranjeros sin permiso de residencia.
Mi padrino, que era un político de alto rango en el partido conservador durante la década de los cincuenta, decidió dejarlo un día para crear el Frente Nacional, una formación de locos racistas de extrema derecha que actualmente es conocido como UKIP, el partido de Nigel Farage —el de la cerveza—, una especie de Donald Trump inglés.
Andrew Fountaine le explicó a mi padre en una ocasión que las 'camisas negras' solamente querían un cierto tipo de apoyo. Ellos buscaban a los pobres y los ignorantes: «los inglesitos». Estos, decía, podrían ser provocados fácilmente en contra de un enemigo —el judío, los ricos, los catedráticos o el extranjero—. «No queremos que ningún intelectual o señorito de las clases altas venga a nuestras reuniones o se involucre en nuestras manifestaciones. Nos mantenemos sencillos», aseguraba.
De ahí que el Brexit, apoyado por un estúpido de la clase alta británica, perdiese en los campos de juego de Eton.
Pero el resultado no sólo supone la salida de la Unión Europea, sino que representa el fin del Reino Unido tal y como lo conocemos.
El Reino Unido se compone de cuatro países fuertemente aliados. De estos, Escocia ya ha tratado de separarse con anterioridad, y no tengo la menor duda de que, en la actual situación, volverá a intentarlo de nuevo, esta vez con éxito —¡Qué tiemble España cuando Cataluña asista a ello!—. A Escocia le gustaría permanecer o reincorporarse a la UE, y no parece que Bruselas vaya a poner impedimentos. A la salida de Escocia del Reino Unido —más bien, del 'Antiguo Reino Unido'— le seguirá muy probablemente la de Irlanda del Norte, donde se aprovechará la coyuntura para impulsar un proyecto de unificación con la República de Irlanda, firme partidaria de la UE. ¿Se opondrán acaso Bruselas o Dublín? No parece probable...
Por si ello fuera poco, este mismo viernes han comenzado a surgir voces que abogan por la secesión de la City de Londres del resto del Reino Unido, tal vez para convertirse en una segunda Singapur. ¡Qué modo tan ridículo de colapsar un país por un puñado de xenófobos! David Cameron, Boris Johnson, Nigel Farage, nuestro país está cometiendo un acto de autoinmolación. ¡Cómo vais a ser recordados!
El Reino Unido ha votado en un referéndum, que, a diferencia de una elección, no se puede ajustar o resolver cada cuatro años. Un referéndum es permanente. Ganaron los 'brexiters' y su política basada en el temor a los extranjeros, a los refugiados sirios y los inmigrantes turcos, pero también a los europeos que viven en el Reino Unido, ya sea por estudios o trabajo —no parece probable que vayan allí a jubilarse—. Dos millones de ciudadanos de la UE, principalmente franceses, alemanes, italianos e irlandeses, pero también españoles y polacos y búlgaros están en el Reino Unido en la actualidad: todos, evidentemente, 'en busca de nuestros trabajos y nuestras mujeres'.
Mientras esperamos a que el Reino Unido fragmente, podemos anticipar que el próximo gobierno xenófobo tratará a los ciudadanos de la Unión Europea con la política que define el referéndum. Es de esperar que sus privilegios europeos se pierdan, y se verán obligados a buscar permisos de trabajo y visados, y un ingreso mínimo para mantener de estancia —probablemente 30.000 libras al año—. También podrán esperar ser deportados a sus países de origen en determinadas circunstancias.
Entonces, ¿qué pasará con los dos millones o más de los expatriados británicos que viven en la UE y, en particular, con los de España? Lo que sea que el Gobierno británico haga a los españoles y sus hermanos de la UE, no hay duda que a continuación, Madrid, París, Berlín y Sofía nos lo harán a nosotros. Los votantes insistirán en ello. No somos muy populares aquí tal como están las cosas, y eso que Londres aún no ha comenzado las deportaciones. No es descabellado pensar que se nos exigirán permisos de trabajo, cuentas convertibles en el banco y un montón más de requisitos. En mi caso, quizá tenga que visitar la embajada española en Londres para conseguir una visa extendida. Habrá bastante cola...
Ya podemos despedirnos de la Tarjeta Sanitaria Europea (TSE) y prepararnos para vivir con las pensiones congeladas a niveles de 2015. Nuestro derecho al voto en España, y en cualquier otro lugar en toda la UE, se perderá en el momento en que se consume el Brexit, y los pocos concejales británicos que hay en los ayuntamientos españoles... ¡Sayonara!
¿Deportaciones? Habría un quid pro quo: si el Reino Unido devuelve españoles a su país, entonces, sí, evidentemente. El electorado aquí insistiría en ello.
Los expatriados no somos del agrado de los británicos que quedaron en casa, que nos ven, por decirlo de algún modo, como traidores, y no tenemos voz ni representación. Somos una suerte de no-personas, sin ningún tipo de fuerza para la negociación por nuestros derechos. Ni siquiera existe una oficina, portavoz o agencia para los expatriados: ni en Londres, ni en Madrid ni en Bruselas. De hecho, nadie sabe cuántos somos. El INE afirma que hay 270.000 británicos viviendo en España —son los números del padrón—, pero otras fuentes, consulados, organismos dependientes de Turismo y medios de comunicación, elevan la cifra hasta las 800.000 personas. Nadie sabe, porque, por supuesto, a nadie le importa. Un país como España, epítome de burocracia, sabe cuántas ovejas o cabras hay en todo el país, porque cada una tiene un chip y un funcionario para contarla. Sin embargo, ignora perfectamente cuántos británicos residimos aquí.
Hasta dos millones de expatriados británicos podrían estar viviendo actualmente en otros países de la UE, y, ahora, cuando sienten cómo han sido traicionados por sus compatriotas, ¿dónde pueden protestar? ¿A quién pueden dirigir sus reclamaciones? ¿Al alcalde de su localidad?
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Mantener la cabeza gacha y aguardar a que resucite la cordura? Esto rara vez funciona en la política. ¿Tal vez, solicitar la nacionalidad española? Para ello, tendríamos que ser capaces de demostrar que hemos pasado diez años residiendo en España, hablar español y tener un buen conocimiento de las temas de la actualidad y la cultura española —hay un examen de cincuenta preguntas—. ¿Cuántos de esos británicos que se dedican a beber cerveza en sus bares de fish 'n' chips en Fuengirola cumplirían los requisitos?
Luego, por supuesto, existe la posibilidad de regresar al Reino Unido, ya sea voluntariamente o como fruto de una deportación. ¿Pero cuántos de nosotros podríamos permitirnos el lujo de comprar una casa en el Reino Unido? ¿Debemos pensar que el futuro Gobierno, contento de vernos nuevamente por allí, nos concederá a todos una vivienda y una renta? No parece probable... Los expatriados nos encontramos razonablemente preocupados ante la posibilidad de terminar, en unos años, alojados en chozas húmedas construidas a toda prisa en la llanura de Salisbury. No es preciso aludir al ejemplo de Rhodesia para hacerse una idea de lo que puede llegar a sucederle a una minoría impopular.
Al igual que les sucedió a los alemanes decentes en 1929, los emigrantes británicos podemos ser una vez más «juguetes en manos de los dioses». ¿Y qué sucederá con Gibraltar? Las treinta mil personas que viven allí ya han sido amenazadas por la versión española de Nigel Farage, el demagogo García-Margallo, quien aseguraba este viernes que «la bandera española está ahora mucho más cerca del Peñón de Gibraltar».
¿Pero cómo afectará a España esta calamidad? Los británicos representan actualmente el 28 por ciento de todo el turismo extranjero, porcentaje que el año pasado se tradujo en unos ingresos superiores a los 14.000 millones de euros para el sector turístico español. Con la libra depreciándose notablemente frente al euro, el coste de sus vacaciones se disparará, obligándoles a reconsiderar sus planes de visita.
Simon Manley, embajador británico en Madrid, ha colgado un vídeo en Facebook en el que trata de convencernos de que debemos estar tranquilos. Nada va a suceder por uno o dos años, asegura. Tenemos residencia y derechos, insiste. Pues bien, ¿es cierto? Los europeos que vivimos en España ya sufrimos la cancelación de nuestras tarjetas de residencia por el ministro del Interior Pérez Rubalcaba en 2009. Desde entonces, hemos sido obligados a portar nuestro pasaporte nacional junto con una carta del Ministerio —es decir, de la policía—, un certificado del registro central de extranjeros que dice que «como residente comunitario con carácter permanente en España», el portador tiene derecho a residir en España. Es posible que hayamos podido utilizar nuestro permiso de conducir español para identificarnos en algún momento puntual, pero esto no nos vale con el notario, el ayuntamiento o la misma policía. Por supuesto, si nosotros, los británicos, ya no somos ciudadanos comunitarios, entonces habremos roto el acuerdo. Simplemente seremos extranjeros sin permiso de residencia.