FRAN NARBONA
08·05·2016
El pago de impuestos es una actividad imposible de evitar. IVA, IRPF, IBI, sucesiones y donaciones, patrimonio, impuestos especiales, etc. La Agencia Tributaria nos endulza el sablazo diario con lemas como «Hacienda somos todos» o el que da título a este artículo. Nos venden la moto de que, para estar sanos, para educarnos, para tener pensión, es necesario que ellos nos quiten una buena parte de nuestros ingresos.
Sin embargo, recibimos un sistema educativo que consigue que 1 de cada 4 niños no acaben ni la ESO. Con instalaciones en muchos casos obsoletas y en otros masificadas —o ambas—. Además, es imposible escapar de él, pues la escuela privada también debe adaptarse al plan de estudios que monopoliza el Estado. El margen de maniobra es mínimo.
Si enfermamos podemos ir al médico, tenemos hospitales y ambulatorios. Si bien, el uso que se les da es bastante irresponsable. Los servicios hospitalarios de Urgencias están masificados, con pacientes de todo tipo esperando horas a ser atendidos. ¿Puede una persona que tiene una urgencia médica esperar horas sentado en una silla de plástico? No. ¿Entonces? No es tan urgente...
Según un barómetro del CIS de 2013, el 43% de los ciudadanos que acuden al hospital de urgencia lo hicieron porque en ese momento no había médico de cabecera. No es de extrañar que la masificación se volatilice cada vez que hay futbol en la tele. ¿Y si cobrásemos una tasa a cada persona que hiciera un uso indebido del servicio hospitalario de Urgencias? Quizás el gasto sanitario bajaría y podríamos quedarnos con algunas monedas más en los bolsillos.
Mención aparte y destacada merecen las subvenciones. Ese dinero que se dedica básicamente a hacer viable lo inviable, a financiar aquello que el político de turno considere estratégico, y a fomentar el conformismo frente a la competitividad. Pongamos un ejemplo: el Gobierno llegó a destinar cerca de 100 millones de euros de todos nosotros a subvencionar el sector cinematográfico español. Era 2010. Dichas cifras ahora no llegan a los 40 millones. Es lógico que las galas de los Goya se hayan convertido en mítines con esmóquines de alquiler. Estimados directores, actores y guionistas: el dueño del bar de la esquina querría una subvención para la amortización de la producción de patatas bravas. ¿Por qué vosotros sí y él no?
El Estado es un maestro de la justificación del gasto. Cualquier excusa es válida para gastar sin tu permiso el dinero que ganas legítimamente. Te obliga a contribuir, y te obliga a 'recibir' lo que él considera oportuno. ¿Sería mucho pedir un poco más de libertad?
Sin embargo, recibimos un sistema educativo que consigue que 1 de cada 4 niños no acaben ni la ESO. Con instalaciones en muchos casos obsoletas y en otros masificadas —o ambas—. Además, es imposible escapar de él, pues la escuela privada también debe adaptarse al plan de estudios que monopoliza el Estado. El margen de maniobra es mínimo.
Si enfermamos podemos ir al médico, tenemos hospitales y ambulatorios. Si bien, el uso que se les da es bastante irresponsable. Los servicios hospitalarios de Urgencias están masificados, con pacientes de todo tipo esperando horas a ser atendidos. ¿Puede una persona que tiene una urgencia médica esperar horas sentado en una silla de plástico? No. ¿Entonces? No es tan urgente...
Según un barómetro del CIS de 2013, el 43% de los ciudadanos que acuden al hospital de urgencia lo hicieron porque en ese momento no había médico de cabecera. No es de extrañar que la masificación se volatilice cada vez que hay futbol en la tele. ¿Y si cobrásemos una tasa a cada persona que hiciera un uso indebido del servicio hospitalario de Urgencias? Quizás el gasto sanitario bajaría y podríamos quedarnos con algunas monedas más en los bolsillos.
Mención aparte y destacada merecen las subvenciones. Ese dinero que se dedica básicamente a hacer viable lo inviable, a financiar aquello que el político de turno considere estratégico, y a fomentar el conformismo frente a la competitividad. Pongamos un ejemplo: el Gobierno llegó a destinar cerca de 100 millones de euros de todos nosotros a subvencionar el sector cinematográfico español. Era 2010. Dichas cifras ahora no llegan a los 40 millones. Es lógico que las galas de los Goya se hayan convertido en mítines con esmóquines de alquiler. Estimados directores, actores y guionistas: el dueño del bar de la esquina querría una subvención para la amortización de la producción de patatas bravas. ¿Por qué vosotros sí y él no?
El Estado es un maestro de la justificación del gasto. Cualquier excusa es válida para gastar sin tu permiso el dinero que ganas legítimamente. Te obliga a contribuir, y te obliga a 'recibir' lo que él considera oportuno. ¿Sería mucho pedir un poco más de libertad?