LUIS ARTIME
13·02·2016
Convendría que fuésemos haciéndonos a la idea de que una cosa es la 'época moderna' y otra el 'mundo moderno'.
La primera, científicamente hablando, empezó en el siglo XVII y terminó a principios del siglo XX. Desde el punto de vista político, el segundo es el mundo en el que estamos viviendo, y que comenzó en Hiroshima y Nagasaki.
Mientras no le dediquemos un poco de tiempo a la reflexión y el análisis de las facultades generales que nacen de la condición humana, y que son permanentes, es decir que no se perderán mientras esa condición humana no cambie ella misma, no podremos acercarnos, con una mínima esperanza de entenderlo, a ese mundo moderno en dos aspectos cruciales.
Uno de ellos es el abandono de la Tierra como escenario principal de indagación, a favor del espacio, y el otro la sustitución del mundo por el yo.
El estudio de la evolución de la sociedad a los largo de la época moderna, y su estado actual, justo en el momento de sucumbir a la llegada de una época nueva y aún desconocida, es fundamental, frente a los desafíos que ese cambio ya está planteando en el presente.
Pero el período actual de trasvase de un paradigma al otro, nos pone delante de una porción crecientes de paradojas, para las que de momento no tenemos respuesta.
Sin ir más lejos, el mundo ha corrido tras el anhelo de la igualdad, y, en cierto modo la ha alcanzado en buena medida, tras la glorificación del trabajo y el triunfo de la 'sociedad de trabajadores'.
Pero la ciencia y la técnica anuncian que se va a liberar al hombre de las cadenas de producción, como consecuencia de la llegada de automatismo, de la robótica, cuando esa sociedad no sabe nada todavía de actividades más elevadas y enriquecedoras por las que valdría la pena ser objeto de esa liberación.
Lo que tenemos pues delante, de momento, es la expectativa de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, privados de la única actividad que les quedaba.
A corto plazo, la perspectiva no es muy alentadora...
La primera, científicamente hablando, empezó en el siglo XVII y terminó a principios del siglo XX. Desde el punto de vista político, el segundo es el mundo en el que estamos viviendo, y que comenzó en Hiroshima y Nagasaki.
Mientras no le dediquemos un poco de tiempo a la reflexión y el análisis de las facultades generales que nacen de la condición humana, y que son permanentes, es decir que no se perderán mientras esa condición humana no cambie ella misma, no podremos acercarnos, con una mínima esperanza de entenderlo, a ese mundo moderno en dos aspectos cruciales.
Uno de ellos es el abandono de la Tierra como escenario principal de indagación, a favor del espacio, y el otro la sustitución del mundo por el yo.
El estudio de la evolución de la sociedad a los largo de la época moderna, y su estado actual, justo en el momento de sucumbir a la llegada de una época nueva y aún desconocida, es fundamental, frente a los desafíos que ese cambio ya está planteando en el presente.
Pero el período actual de trasvase de un paradigma al otro, nos pone delante de una porción crecientes de paradojas, para las que de momento no tenemos respuesta.
Sin ir más lejos, el mundo ha corrido tras el anhelo de la igualdad, y, en cierto modo la ha alcanzado en buena medida, tras la glorificación del trabajo y el triunfo de la 'sociedad de trabajadores'.
Pero la ciencia y la técnica anuncian que se va a liberar al hombre de las cadenas de producción, como consecuencia de la llegada de automatismo, de la robótica, cuando esa sociedad no sabe nada todavía de actividades más elevadas y enriquecedoras por las que valdría la pena ser objeto de esa liberación.
Lo que tenemos pues delante, de momento, es la expectativa de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, privados de la única actividad que les quedaba.
A corto plazo, la perspectiva no es muy alentadora...