NICASIO MARÍN
27·05·2015
Un ciudadano, un voto; libres e iguales… palabras que están introyectadas en cada persona que vive en un entorno democrático occidental. La 'lógica' que subyace en ellas determina la formación de los gobiernos, por naturaleza interinos, que se ponen a prueba cada 4 años, en función de la confianza otorgada —o denegada— a las diferentes propuestas en liza, los partidos políticos, como formas concretas de representación y participación.
Pero son estos tiempos en que un virus altamente contagioso y potencialmente antidemocrático se extiende: no interesan 'ya' las mayorías obtenidas en las urnas, interesan otras mayorías —post hoc— que hemos venido a denominar 'mayorías sociales' y que unos pocos determinan qué son, a espaldas del veredicto de las urnas.
La fiesta de la democracia ya no es el día electoral, ahora se ha decidido que sea el día de después; y la lógica ha sido sustituida por la 'mecánica aritmética', y para eso es imprescindible conformar el gran escrache, un cordón sanitario y un lema: ocupa y rodea a los populares, son el enemigo a batir, no el adversario, el enemigo... y no importa cuántos votos más hayan obtenido, no reconocemos más mayoría que la 'social', la nuestra.
Las difíciles realidades socioeconómicas que estamos viviendo influyen en la vida cotidiana de tantas familias que difícilmente pueden ser ignoradas. Los esfuerzos de austeridad acometidos, inevitables en la situación de quiebra del Estado que se recibió, se prolongan demasiado tiempo ya y han causado estragos; una, digamos, fatiga de materiales; y, finalmente, la corrupción —personas o instituciones—, hábilmente redirigida hacia un solo polo —mientras tragamos sapos gigantescos aquí en el sur—; están dejando profunda huella en el 'sentimiento' de la sociedad.
De un lado, un cierto autismo económico parece querer decir: silencio, no hagáis preguntas incómodas, estamos reconstruyendo un Estado… Y, del otro lado, el ruido, el furor y la rabia excluyentes.
Es tiempo de repensar, de retornar al origen del concepto 'legitimidad', de trabajar con principios sencillos, de un cierto pragmatismo en el que nadie se emocione demasiado, nadie sea demasiado 'santurrón', nadie pretenda estar en posesión de 'la verdad'…
Entre ganadores y perdedores puede haber una distancia discreta o amplia, pero superable con acuerdos; en todo caso, nunca esa distancia debe estar marcada por la espada.
Pero son estos tiempos en que un virus altamente contagioso y potencialmente antidemocrático se extiende: no interesan 'ya' las mayorías obtenidas en las urnas, interesan otras mayorías —post hoc— que hemos venido a denominar 'mayorías sociales' y que unos pocos determinan qué son, a espaldas del veredicto de las urnas.
La fiesta de la democracia ya no es el día electoral, ahora se ha decidido que sea el día de después; y la lógica ha sido sustituida por la 'mecánica aritmética', y para eso es imprescindible conformar el gran escrache, un cordón sanitario y un lema: ocupa y rodea a los populares, son el enemigo a batir, no el adversario, el enemigo... y no importa cuántos votos más hayan obtenido, no reconocemos más mayoría que la 'social', la nuestra.
Las difíciles realidades socioeconómicas que estamos viviendo influyen en la vida cotidiana de tantas familias que difícilmente pueden ser ignoradas. Los esfuerzos de austeridad acometidos, inevitables en la situación de quiebra del Estado que se recibió, se prolongan demasiado tiempo ya y han causado estragos; una, digamos, fatiga de materiales; y, finalmente, la corrupción —personas o instituciones—, hábilmente redirigida hacia un solo polo —mientras tragamos sapos gigantescos aquí en el sur—; están dejando profunda huella en el 'sentimiento' de la sociedad.
De un lado, un cierto autismo económico parece querer decir: silencio, no hagáis preguntas incómodas, estamos reconstruyendo un Estado… Y, del otro lado, el ruido, el furor y la rabia excluyentes.
Es tiempo de repensar, de retornar al origen del concepto 'legitimidad', de trabajar con principios sencillos, de un cierto pragmatismo en el que nadie se emocione demasiado, nadie sea demasiado 'santurrón', nadie pretenda estar en posesión de 'la verdad'…
Entre ganadores y perdedores puede haber una distancia discreta o amplia, pero superable con acuerdos; en todo caso, nunca esa distancia debe estar marcada por la espada.
Nicasio Marín es internista clínico titular del sistema público de salud y concejal electo del Partido Popular en el Ayuntamiento de Almería.