Cuatro años de 15M: patrimonio de la ciudadanía

JUAN D. GÓMEZ

15·05·2015

Hoy se cumplen cuatro años desde el surgimiento de aquel movimiento que nos despertó, unió, sacó a las calles y convirtió en una ciudadanía activa, comprometida con los derechos sociales e implacable con la corrupción generalizada que asola nuestro país. Pero tras este tiempo, ¿Qué ha sido del 15M? ¿Sigue vivo? ¿Dónde están aquellos indignados que ocuparon durante semanas plazas de toda España?

Los cambios que produjo el mayo de la 'Spanish Revolution' son visibles con tan solo hacer lo contrario a lo que se pedía en las plazas: encender la tele. Hoy, la información ocupa la mayor parte de las parrillas televisivas, los telediarios pelean por destapar casos de mala praxis política y tertulias y debates, aunque a veces bastante manipulados y pocos constructivos, han vuelto a cosechar respetables audiencias. La gente reclama información y transparencia, y a falta de que las instituciones den el paso, los medios y sus informaciones les obligan a andar un poco más deprisa.

Pero si un cambio sustancial produjo el 15M, fue el de convertir a la ciudadanía en protagonista y vocera de su propia opinión, sin intermediarios y sin importar edad o nivel de formación. Durante más de treinta años, todo lo que cabía en ese cajón de sastre que llamamos política era considerado tabú. Hablar en reuniones de amigos o familiares sobre lo que pensábamos, y especialmente sobre por qué lo pensábamos, se consideraba un factor de división insalvable que nos hizo dejar de lado una de las más importantes responsabilidades que deben asumir los miembros de una sociedad democrática: ejercer control ciudadano sobre las decisiones que quienes se dicen nuestros representantes toman en nuestro nombre.

Y al contrario de lo que mucha gente creyó, la salida de las plazas no supuso el fin del 15M ni de su espíritu, sino todo lo contrario. Cuando me preguntan qué pasó con el movimiento, me gusta poner de ejemplo la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: si bien ya existía cuando hicimos nuestros los espacios públicos, su impulso se nutrió de muchos activistas que en ella coincidieron, y sus frutos son evidentes. El problema de la vivienda ha sido y es actualidad gracias a la labor que realizó esta plataforma, y no es el único ejemplo de lo que podemos considerar 'fruto' del movimiento. Yo, que tomé parte activa en él desde el principio y sigo en contacto con muchos de sus integrantes en Almería, tengo dificultades para pensar en una persona que en la actualidad no esté presente en algún espacio de cambio. Cooperativas de alimentos, mareas de cientos de colores por causas justas, asociaciones, sindicatos... Incluso hay quienes huyeron al monte a intentar poner en marcha sus proyectos de vida alternativa.

Por supuesto, también los hay que vimos las posibilidades de cambio dentro de algún partido político, dejando a un lado esa consigna que tanto repetimos: «que no, que no, que no nos representan». Probablemente quienes hemos tomado este camino somos quienes más responsabilidad tengamos que asumir a la hora de mantener vivo eso que llamamos el 'espíritu del 15M': impregnar las instituciones de todos esos reclamos que nos sacaron a las calles, del modelo de participación radical que regía nuestras asambleas y de acabar con el concepto de 'clase política' para hacer de la política una ocupación temporal que se limite a ejecutar aquellos mandados que la ciudadanía, en su concepto más amplio, decida.

Siempre habrá quienes traten de aprovechar ese espíritu para hacer todo lo contrario a lo que fundamentó el 15M, con el único fin de saciar su ego personal o llevar a cabo intereses ocultos. Es tarea de quienes pasamos noches a las intemperie, durmiendo en el suelo mientras soñábamos con un mundo mejor, poner de relieve que no nos representan, que el 15M no es una marca con la que hacer política y que quienes fueron sus integrantes, libres de participar en aquellos espacios que crean más oportunos, no lo tienen en propiedad, porque el 15M es, por defecto propio, patrimonio de la ciudadanía que una tarde de mayo decidió empoderarse, romper sus miedos y hacer política en las calles, y eso es lo que siempre será.



Juan D. Gómez Montoya es estudiante de trabajo social.