CÉSAR A. DE GALVAGNI
30·04·2015
Estamos en tiempos en que los drones comienzan a llevar la correspondencia a domicilio, se está superando la era de los smartphone, comienzan a utilizarse sin límites los móviles en los vuelos, la tecnología ya no tiene límites... y, sin embargo, la mayor comunicación y globalización del mundo, no ha logrado un mayor ni mejor entendimiento ni comprensión entre los seres humanos, ni entre las naciones, ni entre los políticos, ni entre las religiones, ni entre las culturas. ¿Es que no hemos aprendido nada de la historia? ¿Es que no somos capaces de vivir en armonía? ¿Es que vivimos en una 'epidemia' de intolerancia? ¿Es que los excesos mencionados como los 7 pecados capitales recopilados por San Gregorio Magno no han podido ir desapareciendo aunque hoy la Iglesia los haya aggiornado o redefinido? ¿Por qué los seres humanos somos tan intolerantes?
Vivimos en una continua escalada de acontecimientos nefastos, ataques, atentados, violaciones, corrupción, accidentes inexplicables, etc. que provocan a diario un impacto internacional y hasta convulsiones mundiales, por distintos hechos que sorprenden y duelen, irritan y desmerecen la intelectualidad y la capacidad de razonamiento del ser humano frente al resto de las especies, por su agresividad, por su falta de comprensión y por su falta de tolerancia.
A raíz de un trabajo que he escrito hace algo más de cuatro años sobre los valores más destacados de la personalidad de mi madre, he intentado incursionar un poco más en este concepto de tolerancia, que se considera la más humana de las virtudes y que pareciera que hubiese sido excluida de nuestro diccionario y, lo que es peor, de nuestra capacidad de convivir en sociedad.
¿Pero qué significa ser tolerante? Quizás algunos trabajos del Profesor Lester Embree, doctor en Filosofía y profesor de la Florida Atlantic University de los EE.UU., sirvan para analizar reflexivamente este fenómeno de la tolerancia.
Me interesó fundamental y particularmente porque su análisis no se trata de erudición basada en textos de grandes escritores o figuras, sino de la investigación pragmática, y no de métodos interpretativos de las obras de autores que han sentado doctrina; no filología pensada como amor por la literatura como la llaman los franceses, sino fenomenología.
Esta característica de los trabajos de Embree me ayudaron a comprender y a definir la tolerancia como «la capacidad para la práctica del reconocimiento y el respeto de las creencias o prácticas de otros». En otras palabras, la tolerancia es una actitud posible que está actualizada o que es inactual, no parece ser algo necesario, pero no solo es importante tener tolerancia, sino enseñarla deliberadamente a otros, y en este caso la tolerancia será una actitud adquirida o habitual; es parte de las tradiciones y por ello, puede decirse que es cultural. Las cosas encontradas en la tolerancia son las creencias, valores y prácticas de los otros. Dicho concisamente: «las actitudes de otros» son lo tolerado en la tolerancia.
Si simplificamos algunos conceptos como los mencionados, puedo volver a preguntarme por qué no existe más tolerancia en este mundo globalizado, donde debiera prevalecer el respeto como actitud volitiva y práctica; esto no implica ser neutral; esto implica no desvalorizar a los que tienen pensamientos o actitudes diferentes, pueden existir valoraciones contrastantes, de hecho las hay; pero se puede escuchar, opinar o disentir pero respetar.
«La valoración superadora en la tolerancia es, pues, una valoración dirigida hacia algo distinto que la actitud del otro desvalorada: algo se valora más alto que la promoción agresiva de la actitud propia y que el impedimento de la actitud opuesta, y este nivel superior es el más fuerte cuando llega a motivar la acción. Y el querer o la acción aquí es ciertamente un tipo de respeto, tal que es una acción que no se ocupa activamente ni en apoyar ni en oponerse a la actitud del otro que se respeta en el caso de la tolerancia», decía Lester Embree.
Sería utópico pretender que haya tolerancia plena viendo tantos conflictos que en muchísimos años el ser humano no ha sabido solucionar, líderes con capacidad e inteligencia, relacionados con las conquistas territoriales o la religión; la tolerancia no entiende de fanatismos ni de arrebatos... ¿Pero por qué es tan inalcanzable la tolerancia? Pareciera que ya hoy en el Siglo XXI, pretender esto, suene estéril o lo que es peor, dramáticamente improbable.
Quizás debamos pensarlo también desde el terreno de la neurociencia para lograr comprender algo más sobre los seres humanos, el funcionamiento de sus cerebros y la interacción social o los vínculos que uno establece con los otros.
¿No es posible que nuestro cerebro sufra mutaciones y llegue a comprender esto? El Dr. Facundo Manes, en su libro Usar el cerebro (2015), explica que para entender a los seres humanos es necesaria la comprensión de las capacidades relacionadas con la sociabilidad; es decir, el estudio sobre la cognición social, que tiene sus raíces en la psicología social que estudia al individuo dentro de un contexto social y cultural, lo que involucra un procesamiento emocional y motivacional.
Está demostrado que «la complejidad de nuestro cerebro es consecuencia, al menos en parte, de la complejidad social que ha alcanzado nuestra especie a lo largo de su evolución. El ser humano es básicamente una criatura social».
Según la 'teoría de la mente', dice Manes, existen pruebas científicas recientes que sugieren que las decisiones morales están más relacionadas con la emoción que con el razonamiento explícito. Cierto comportamiento social como el altruismo, la decisión económica o las ideas políticas tienen una base genética. Sin embargo, los genes no explican en su totalidad el comportamiento social ni las diferencias individuales. El estudio de los factores no genéticos importantes en la determinación de la conducta está prosperando.
Deberíamos aquí dedicar unos párrafos a la empatía, paso importante para entender un poco más a la tolerancia; este fenómeno que llega hasta la capacidad de expresar emociones que coincidan con las experimentadas por otras personas, qué es lo que piensa o siente; involucra procesos afectivos, emocionales e incluso reflexivos; el juzgamiento moral que tiene que ver con esa empatía tiene que ver con los aspectos más sociales de la toma de decisiones. Todo esto, obviamente, ayuda a convivir más pacíficamente, más armónicamente, la cualidad empática está en conseguir hacer de la diferencia una virtud.
Dejemos y retengamos estos conceptos que expone Manes para volver a referenciar a la tolerancia con la empatía y la armonía. Contar con estos valores hacen a una vida en paz y en plenitud; pero, juegan los intereses y diferencias étnicas, personales, políticas, sociales, religiosas, culturales, económicas y esto genera que en el ser humano la tolerancia no pase de ser un sueño; un sueño que difícilmente se haga realidad, y gran parte de esta imposible realidad tiene infinitamente que ver con lo que Erich From define como «el modo de tener», a este modo de conducta que el budismo denomina codicia y las religiones judías y cristiana lo llamaron ambición; esto transforma a todo el mundo y todas las cosas en algo muerto y sometido al poder de otro. Menciono uno solo de los aspectos, pero quizás es el que más nos aleja de la tolerancia.
Otro concepto más, basado en la sociología y que demuestra que esta sociedad colabora con el individualismo y consumismo, y por ende nos lleva a la descalificación del otro que no puede «tener» lo que otros pueden y que no toleran, lo expone con meridiana claridad el sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman al plantear a la tolerancia desde un aspecto no tan positivo cuando expresa, en un fragmento de una de sus innumerables obras que ha dedicado a la convivencia, que «la tolerancia no incluye la aceptación del valor del otro; por el contrario, es una vez más, tal vez de manera más sutil y subterránea, la forma de reafirmar la inferioridad del otro y sirve de antesala a la intención de acabar con su especificidad. La tan nombrada humanidad de los sistemas políticos tolerantes no va más allá de consentir la demora del conflicto final». Entonces, el que tolera está posicionado desde un lugar de superioridad con respecto al otro, y al tolerarlo «lo acepta», como si hubiese personas que deban ser aceptadas pero... ¿desde qué lugar? ¿Desde la superioridad?
Nos quedan infinitas dudas, algunas quedan planteadas, y quizás Bauman tenga razón al considerar que modificar la realidad es la única vía de cambio posible y la única necesaria para evitar conflictos sociales y mejorar las condiciones de vida; pero tengamos muy en claro, al no hacerlo, que las acciones (o inacciones) de hoy afectan a innumerables generaciones futuras.
Vivimos en una continua escalada de acontecimientos nefastos, ataques, atentados, violaciones, corrupción, accidentes inexplicables, etc. que provocan a diario un impacto internacional y hasta convulsiones mundiales, por distintos hechos que sorprenden y duelen, irritan y desmerecen la intelectualidad y la capacidad de razonamiento del ser humano frente al resto de las especies, por su agresividad, por su falta de comprensión y por su falta de tolerancia.
A raíz de un trabajo que he escrito hace algo más de cuatro años sobre los valores más destacados de la personalidad de mi madre, he intentado incursionar un poco más en este concepto de tolerancia, que se considera la más humana de las virtudes y que pareciera que hubiese sido excluida de nuestro diccionario y, lo que es peor, de nuestra capacidad de convivir en sociedad.
¿Pero qué significa ser tolerante? Quizás algunos trabajos del Profesor Lester Embree, doctor en Filosofía y profesor de la Florida Atlantic University de los EE.UU., sirvan para analizar reflexivamente este fenómeno de la tolerancia.
Me interesó fundamental y particularmente porque su análisis no se trata de erudición basada en textos de grandes escritores o figuras, sino de la investigación pragmática, y no de métodos interpretativos de las obras de autores que han sentado doctrina; no filología pensada como amor por la literatura como la llaman los franceses, sino fenomenología.
Esta característica de los trabajos de Embree me ayudaron a comprender y a definir la tolerancia como «la capacidad para la práctica del reconocimiento y el respeto de las creencias o prácticas de otros». En otras palabras, la tolerancia es una actitud posible que está actualizada o que es inactual, no parece ser algo necesario, pero no solo es importante tener tolerancia, sino enseñarla deliberadamente a otros, y en este caso la tolerancia será una actitud adquirida o habitual; es parte de las tradiciones y por ello, puede decirse que es cultural. Las cosas encontradas en la tolerancia son las creencias, valores y prácticas de los otros. Dicho concisamente: «las actitudes de otros» son lo tolerado en la tolerancia.
Si simplificamos algunos conceptos como los mencionados, puedo volver a preguntarme por qué no existe más tolerancia en este mundo globalizado, donde debiera prevalecer el respeto como actitud volitiva y práctica; esto no implica ser neutral; esto implica no desvalorizar a los que tienen pensamientos o actitudes diferentes, pueden existir valoraciones contrastantes, de hecho las hay; pero se puede escuchar, opinar o disentir pero respetar.
«La valoración superadora en la tolerancia es, pues, una valoración dirigida hacia algo distinto que la actitud del otro desvalorada: algo se valora más alto que la promoción agresiva de la actitud propia y que el impedimento de la actitud opuesta, y este nivel superior es el más fuerte cuando llega a motivar la acción. Y el querer o la acción aquí es ciertamente un tipo de respeto, tal que es una acción que no se ocupa activamente ni en apoyar ni en oponerse a la actitud del otro que se respeta en el caso de la tolerancia», decía Lester Embree.
Sería utópico pretender que haya tolerancia plena viendo tantos conflictos que en muchísimos años el ser humano no ha sabido solucionar, líderes con capacidad e inteligencia, relacionados con las conquistas territoriales o la religión; la tolerancia no entiende de fanatismos ni de arrebatos... ¿Pero por qué es tan inalcanzable la tolerancia? Pareciera que ya hoy en el Siglo XXI, pretender esto, suene estéril o lo que es peor, dramáticamente improbable.
Quizás debamos pensarlo también desde el terreno de la neurociencia para lograr comprender algo más sobre los seres humanos, el funcionamiento de sus cerebros y la interacción social o los vínculos que uno establece con los otros.
¿No es posible que nuestro cerebro sufra mutaciones y llegue a comprender esto? El Dr. Facundo Manes, en su libro Usar el cerebro (2015), explica que para entender a los seres humanos es necesaria la comprensión de las capacidades relacionadas con la sociabilidad; es decir, el estudio sobre la cognición social, que tiene sus raíces en la psicología social que estudia al individuo dentro de un contexto social y cultural, lo que involucra un procesamiento emocional y motivacional.
Está demostrado que «la complejidad de nuestro cerebro es consecuencia, al menos en parte, de la complejidad social que ha alcanzado nuestra especie a lo largo de su evolución. El ser humano es básicamente una criatura social».
Según la 'teoría de la mente', dice Manes, existen pruebas científicas recientes que sugieren que las decisiones morales están más relacionadas con la emoción que con el razonamiento explícito. Cierto comportamiento social como el altruismo, la decisión económica o las ideas políticas tienen una base genética. Sin embargo, los genes no explican en su totalidad el comportamiento social ni las diferencias individuales. El estudio de los factores no genéticos importantes en la determinación de la conducta está prosperando.
Deberíamos aquí dedicar unos párrafos a la empatía, paso importante para entender un poco más a la tolerancia; este fenómeno que llega hasta la capacidad de expresar emociones que coincidan con las experimentadas por otras personas, qué es lo que piensa o siente; involucra procesos afectivos, emocionales e incluso reflexivos; el juzgamiento moral que tiene que ver con esa empatía tiene que ver con los aspectos más sociales de la toma de decisiones. Todo esto, obviamente, ayuda a convivir más pacíficamente, más armónicamente, la cualidad empática está en conseguir hacer de la diferencia una virtud.
Dejemos y retengamos estos conceptos que expone Manes para volver a referenciar a la tolerancia con la empatía y la armonía. Contar con estos valores hacen a una vida en paz y en plenitud; pero, juegan los intereses y diferencias étnicas, personales, políticas, sociales, religiosas, culturales, económicas y esto genera que en el ser humano la tolerancia no pase de ser un sueño; un sueño que difícilmente se haga realidad, y gran parte de esta imposible realidad tiene infinitamente que ver con lo que Erich From define como «el modo de tener», a este modo de conducta que el budismo denomina codicia y las religiones judías y cristiana lo llamaron ambición; esto transforma a todo el mundo y todas las cosas en algo muerto y sometido al poder de otro. Menciono uno solo de los aspectos, pero quizás es el que más nos aleja de la tolerancia.
Otro concepto más, basado en la sociología y que demuestra que esta sociedad colabora con el individualismo y consumismo, y por ende nos lleva a la descalificación del otro que no puede «tener» lo que otros pueden y que no toleran, lo expone con meridiana claridad el sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman al plantear a la tolerancia desde un aspecto no tan positivo cuando expresa, en un fragmento de una de sus innumerables obras que ha dedicado a la convivencia, que «la tolerancia no incluye la aceptación del valor del otro; por el contrario, es una vez más, tal vez de manera más sutil y subterránea, la forma de reafirmar la inferioridad del otro y sirve de antesala a la intención de acabar con su especificidad. La tan nombrada humanidad de los sistemas políticos tolerantes no va más allá de consentir la demora del conflicto final». Entonces, el que tolera está posicionado desde un lugar de superioridad con respecto al otro, y al tolerarlo «lo acepta», como si hubiese personas que deban ser aceptadas pero... ¿desde qué lugar? ¿Desde la superioridad?
Nos quedan infinitas dudas, algunas quedan planteadas, y quizás Bauman tenga razón al considerar que modificar la realidad es la única vía de cambio posible y la única necesaria para evitar conflictos sociales y mejorar las condiciones de vida; pero tengamos muy en claro, al no hacerlo, que las acciones (o inacciones) de hoy afectan a innumerables generaciones futuras.
César Adolfo de Galvagni ha sido profesor de Auditoría y Control Interno, Teoría y Técnica Impositiva; y de Impuestos, Finanzas Públicas y Teoría y Técnica Impositiva en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires; así como de Legislación y Técnica Tributaria en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Además, es miembro de la Asociación Argentina de Estudios Fiscales y la Asociación Interamericana de la Tributación.