JOSÉ FERNÁNDEZ
10·03·2015
El deseo pueril de eliminar el pasado, borrarlo y reducirlo a la nada es un empeño vano que, como tal, sólo conduce a la melancolía. Nada que haya sido puede no haber sido. Pero más que un tema de tiempos verbales es una cuestión de simple sentido común. Si ridículo es intentar hacer inexistente el pasado entrando a los museos con un mazo, como estamos viendo hacer estos días a esa ralea de psicópatas enmascarados del llamado Estado Islámico, también lo es decretar la eliminación de los símbolos físicos de un pasado que incomoda y abochorna.
No pretendo volver ahora al asunto de la damnatio memoriae de las clases de latín y los psicodramas de los emperadores romanos para eliminar el trazo de algún predecesor considerado nefasto, pero me van a perdonar si me tomo un poco a chufla a todos estos modernos que parecen haber descubierto el milenario sistema de remodelar el pasado a base de machota, cincel y multa. Lo digo porque en la Plaza de la Catedral de Almería tenemos un magnífico ejemplo de dos modelos diferentes de afrontar y entender el futuro comprendiendo el pasado.
Como se ha publicado, las obras de restauración de la fachada del Obispado van a respetar y enlucir el escudo mural que la II República mandó esculpir allí cuando incautó el edificio a la Iglesia. Si pensamos que al último obispo que lo habitó antes de esa reforma le pegaron cuatro tiros unos tipos partidarios de esa República, se comprendería que los prelados no tuvieran especiales simpatías por dicho símbolo. Ahora bien, ¿cambiaría algo la historia por eliminarlo? ¿Qué se ganaría suprimiéndolo? Yo no lo sé. Pero supongo que los defensores de las leyes de la Memoria empeñados en que se elimine, en esa misma plaza y justo frente a ese escudo, una inscripción al líder de la Falange hecha en los muros de la Catedral, tienen todas las respuestas. Ellas y ellos sabrán.
No pretendo volver ahora al asunto de la damnatio memoriae de las clases de latín y los psicodramas de los emperadores romanos para eliminar el trazo de algún predecesor considerado nefasto, pero me van a perdonar si me tomo un poco a chufla a todos estos modernos que parecen haber descubierto el milenario sistema de remodelar el pasado a base de machota, cincel y multa. Lo digo porque en la Plaza de la Catedral de Almería tenemos un magnífico ejemplo de dos modelos diferentes de afrontar y entender el futuro comprendiendo el pasado.
Como se ha publicado, las obras de restauración de la fachada del Obispado van a respetar y enlucir el escudo mural que la II República mandó esculpir allí cuando incautó el edificio a la Iglesia. Si pensamos que al último obispo que lo habitó antes de esa reforma le pegaron cuatro tiros unos tipos partidarios de esa República, se comprendería que los prelados no tuvieran especiales simpatías por dicho símbolo. Ahora bien, ¿cambiaría algo la historia por eliminarlo? ¿Qué se ganaría suprimiéndolo? Yo no lo sé. Pero supongo que los defensores de las leyes de la Memoria empeñados en que se elimine, en esa misma plaza y justo frente a ese escudo, una inscripción al líder de la Falange hecha en los muros de la Catedral, tienen todas las respuestas. Ellas y ellos sabrán.
José Fernández es responsable de Prensa y Comunicación en el Ayuntamiento de Almería.