Patrimonio minero almeriense

MARIO LÓPEZ

09·12·2014

Hace unos cuantos años, un incansable investigador de la minería en una de las cuencas históricas de nuestra provincia me relataba con amargura una conversación que mantuvo con el alcalde de la localidad emblemática de esa comarca. Eran los años de la burbuja, en los que había dinero para cualquier proyecto, centro de interpretación o actividad que se propusiera. Sin embargo, y a pesar de las inmejorables perspectivas turísticas que brindaba el patrimonio minero del entorno, siempre chocaba con la negativa más cerrada. Para zanjar la cuestión, el alcalde afirmó, textualmente: «Mira, la minería a este pueblo lo único que le ha traído son desgracias, y cuanto antes nos olvidemos todos de ella, mejor».
Esta anécdota nos conduce a la alusión de Juan Goytisolo en Campos de Níjar sobre lo interiorizado que tenían los habitantes de la provincia el cataclismo que supuso el fin de la época dorada de la minería de Almería. Una época de gran riqueza y prosperidad que, a su fin, sólo dejó como solución para miles de almerienses la emigración.

Más recientemente, el auge del ecologismo, y su identificación del medio físico como el paraíso terrenal perdido por la maligna acción del ser humano, extiende un manto de sospecha retrospectivo sobre la actividad minera, culpabilizándola de forma casi exclusiva, no sin cierta razón, de la aridez de nuestro paisaje, y volcando todo el interés en la riqueza geológica. En detrimento, claro está, del reconocimiento de los titánicos esfuerzos de nuestros antepasados por arrancar de la roca más descarnada su propio sustento.

Si a todo ello añadimos que el Patrimonio Industrial ha sido siempre el pariente pobre a la hora de recibir la atención del gran público y de las Administraciones, nos encontramos con la paradoja de que Almería es una de las provincias más ricas de España en testimonios materiales e inmateriales del pasado minero, y al mismo tiempo todos esos recursos languidecen ante la indiferencia generalizada. A partir de aquí, la mera acción del tiempo acabará borrando las huellas físicas mientras que, sorprendentemente, las sociológicas parecen pervivir en forma de prejuicios.

Alguien objetará que el deterioro del Patrimonio Almeriense opera a todos los niveles, no sólo del Industrial, poniendo como ejemplo la calamitosa situación del Cortijo del Fraile, el Convento de San Pascual Bailón de Laujar, el Castillo de los Alumbres de Rodalquilar, o el de la cala de San Pedro. Cierto, pero cuando hablamos de restos asociados al poder militar —castillos—, civil —palacios— o religioso —iglesias—, es fácil movilizar a la población para reclamar acciones de reconstrucción o puesta en valor. Por desgracia, no sucede lo mismo cuando hablamos de «la memoria del trabajo», huérfana de la solemnidad con la que se distingue al patrimonio «pata negra». Y ojalá fuese solamente el abandono, pues en no pocas ocasiones se trata de su liquidación física, a veces perpetrada incluso por quienes deberían promover su conservación. Así, la Junta de Andalucía derribó la primera instalación de obtención de oro por cianuración, la Planta Dörr de Rodalquilar, para construir encima...¡un anfiteatro!

El Instituto de Estudios Almeriense, por su parte, ni siquiera contestó al ofrecimiento que se le brindó de disponer de forma desinteresada de los contenidos de un portal web sobre Patrimonio y Turismo Industrial.

Para que nos hagamos una idea de lo importante que fue la minería almeriense, basta conocer que en la primera mitad del siglo XIX, el 40% de todo el plomo que se consumía en Europa procedía de la Sierra de Gádor. De la Loma del Sueño de Berja a las tuberías de Londres o París, pasando por las fundiciones de Adra o Pescadería. En Sierra Almagrera, el descubrimiento de plata en el Barranco Jaroso en 1839 originó una «Fiebre de la Plata» no menos significativa que la del Oro en California, aunque hoy día escasamente conocida por la sociedad en general. Prácticamente todas las sierras de la provincia están salpicadas de tolvas, algunas de ellas colosales como la de Tices o La Palmera en Beires, o los cargaderos de Serón y Bédar. Por no hablar de fundiciones como la de Alcora o las de Villaricos.

Y sí, como era de esperar, en otros lugares no muy lejanos a nosotros han sabido aprovechar toda esa riqueza geológica y patrimonial para convertirla en recursos turísticos. En La Unión se ha rehabilitado una antigua mina de pirita, recibiendo cientos de visitantes todos los días y siendo utilizada, incluso, para recitales teatrales o musicales. Una mina, todo hay que decirlo, muy modesta en comparación con muchas de las almerienses. Experiencias similares encontramos en Almadén o Río Tinto, mientras que aquí parecemos empeñados en darle razón al inefable alcalde enemigo de esta memoria histórica.

Para terminar, por hacerlo con algún atisbo de esperanza, debemos señalar la enorme potencialidad turística de los antiguos trazados de ferrocarriles mineros para ser convertidos en «vías verdes». De forma incipiente se están recuperando tramos como el de Lucainena de las Torres —donde también han apostado por rehabilitar los hornos de calcinación— o el del Almanzora. En Cuevas del Almanzora se están haciendo esfuerzos por rescatar el trovo minero, y en Alcora o Serón se han construido centros de interpretación de la minería. Iniciativas modestas, pero que invitan a mirar con cierto optimismo un futuro en el que queda todo por hacer. Al menos, son indicios de que parecemos estar superando el gran trauma colectivo.



Mario López es licenciado en Empresariales y miembro de las asociaciones Acción por Almería y Asociación de Amigos del Ferrocaril de Almería.