EDITORIAL
03·11·2014
Nada hay más ecológico que la muerte y la miseria, nada reduce tanto el consumo de recursos, nada rebaja en grado semejante la presión del hombre sobre los ecosistemas.
El aborigen que lanza flechas contra un helicóptero en algún rincón remoto de la selva amazónica carece de zapatos, como carece de antibióticos, o de anestésicos, quirófanos o bibliotecas. Carece de todo, pero apenas contamina.
No otra suerte parecen desear para nosotros determinados grupos ecologistas que, desde hace ya demasiados años, vienen oponiéndose con vehemencia a cualquier iniciativa que suponga una mejora de las condiciones económicas y la calidad de vida de los almerienses.
Y es que aquellos que se manifestaron en contra del trasvase del Ebro claman ahora por la explotación de los acuíferos, demandando a la Junta que prohíba las plantaciones de olivar —de momento, en Sorbas y Tabernas—, y tratando de atemorizar a la población con insinuaciones sobre la presencia de radioactividad en el agua potable.
Las desaladoras, costosos monumentos a la estupidez política, producen un agua demasiado cara para ser empleada habitualmente en la agricultura, no obstante, hubieran sido de provecho a la hora de abastecer esos hoteles y campos de golf a los que con tanta saña se opusieron, y continúan oponiéndose en casos como el de El Algarrobico, los incombustibles apóstoles de la pobreza ajena.
«Algunos quieren venir a los pueblos como a una reserva zoológica», señalaba con buen tino José Fernández Amador, alcalde de Sorbas. «¿De qué quieren que viva la gente? ¿De qué quieren que coma?», preguntaba. «¿Si tanto les gusta la naturaleza, por qué no labran la Castellana?», pudo haber añadido en un aparte.
En un provincia con el 37 % de paro, resulta especialmente difícil comprender la frivolidad con la que estas organizaciones se permiten poner en juego el modo de vida de miles de personas. Enemigos de la industria, del turismo de alto poder adquisitivo de los campos de golf, de la agricultura intensiva, de la construcción, de la energía barata, de los trasvases de agua, etc., no parece sino que fueran enemigos del hombre mismo.
En una provincia con el 37% de paro, cabe muy justamente preguntarse, como el alcalde de Sorbas, ¿de qué quieren que viva la gente?, pero también, ya con curiosidad sincera, ya con fingida ingenuidad, ¿de qué viven los representantes de estos colectivos?
Porque es muy posible que en una provincia con el 37% de paro falten Algarrobicos y sobren filántropos con cargo al presupuesto.
El aborigen que lanza flechas contra un helicóptero en algún rincón remoto de la selva amazónica carece de zapatos, como carece de antibióticos, o de anestésicos, quirófanos o bibliotecas. Carece de todo, pero apenas contamina.
No otra suerte parecen desear para nosotros determinados grupos ecologistas que, desde hace ya demasiados años, vienen oponiéndose con vehemencia a cualquier iniciativa que suponga una mejora de las condiciones económicas y la calidad de vida de los almerienses.
Y es que aquellos que se manifestaron en contra del trasvase del Ebro claman ahora por la explotación de los acuíferos, demandando a la Junta que prohíba las plantaciones de olivar —de momento, en Sorbas y Tabernas—, y tratando de atemorizar a la población con insinuaciones sobre la presencia de radioactividad en el agua potable.
Las desaladoras, costosos monumentos a la estupidez política, producen un agua demasiado cara para ser empleada habitualmente en la agricultura, no obstante, hubieran sido de provecho a la hora de abastecer esos hoteles y campos de golf a los que con tanta saña se opusieron, y continúan oponiéndose en casos como el de El Algarrobico, los incombustibles apóstoles de la pobreza ajena.
«Algunos quieren venir a los pueblos como a una reserva zoológica», señalaba con buen tino José Fernández Amador, alcalde de Sorbas. «¿De qué quieren que viva la gente? ¿De qué quieren que coma?», preguntaba. «¿Si tanto les gusta la naturaleza, por qué no labran la Castellana?», pudo haber añadido en un aparte.
En un provincia con el 37 % de paro, resulta especialmente difícil comprender la frivolidad con la que estas organizaciones se permiten poner en juego el modo de vida de miles de personas. Enemigos de la industria, del turismo de alto poder adquisitivo de los campos de golf, de la agricultura intensiva, de la construcción, de la energía barata, de los trasvases de agua, etc., no parece sino que fueran enemigos del hombre mismo.
En una provincia con el 37% de paro, cabe muy justamente preguntarse, como el alcalde de Sorbas, ¿de qué quieren que viva la gente?, pero también, ya con curiosidad sincera, ya con fingida ingenuidad, ¿de qué viven los representantes de estos colectivos?
Porque es muy posible que en una provincia con el 37% de paro falten Algarrobicos y sobren filántropos con cargo al presupuesto.