La lucha constante de hombres imprescindibles


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SAVONAROLA

El poeta alemán Bertolt Brecht escribió hace casi cien años: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: Esos son los imprescindibles”.

Y dijo bien el teutón, amadísimos míos. Sus palabras podrían ser punto por punto suscritas por nuestra Santa Madre Iglesia y el mismísimo Hijo de Dios Padre.

De hecho, aquella nos exhortó a prodigar siete obras de misericordia espirituales y otras tantas corporales, que no son sino una forma de lucha contra la injusticia o el destino que se ceba contra los más débiles de nuestros semejantes:

Enseñar al que no sabe; corregir al que yerra; dar buen consejo a quien lo necesita; perdonar las injurias; consolar al triste; sufrir con paciencia los defectos del prójimo; orar por los vivos y los muertos; visitar y cuidar a los enfermos; hospedar al peregrino; vestir al desnudo; redimir al cautivo, enterrar a los muertos; dar de comer al hambriento y de beber al sediento.

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento significa salvar la vida del hombre, hermanos, ¿qué puede ser más importante que esto?

Cristo multiplicó el pan y los peces para alimentar a la multitud hambrienta que le siguió hasta la montaña en Galilea y, cuando llegó el momento solemne de la última Cena, compartió el pan, transformado en su Cuerpo, y el vino trocado en Sangre del Hijo de Dios. Así nos hizo partícipes de la vida eterna.

Hoy os hablaré, mis queridos discípulos de uno de esos hombres señalados por Brecht. Uno de esos que han luchado toda una vida para dar de beber al sediento y salvar, así, la vida de toda una comarca. Uno de los que llamó ‘imprescindibles’.

Se llama Fernando Rubio, y lleva más de treinta años desempeñando diferentes puestos en la gestión del agua en el Levante almeriense. Eso es tanto como decir en primera línea del frente, porque, en la España más seca, gestionar el agua es una guerra incruenta por defender los derechos de muchos miles de personas y, también, conseguir recursos para que vivir no sea un milagro en uno de los rincones de Europa más desamparados y, hasta no hace tanto, míseros.

¿Acaso habéis olvidado, caros míos, que la tierra que pisáis era no hace tanto puro desierto yermo? Mirabais al suelo y apenas veíais un tapiz arcilloso y estéril, cuarteado por la solana. El esparto dibujaba el horizonte de los campos y la vida se buscaba, mayormente, por otros pagos más o menos lejanos. Existir aquí era una quimera al alcance de alacranes, lagartos y culebras.

Empero algunos de los habitantes de este páramo, como aqueste de quien os hablo, en lugar de bostezar quejas desgastadas de tanto usarlas, decidieron erguirse. Reivindicaron el futuro de una tierra apenas regada por el sudor de sus antepasados y buscaron los recursos que faltaban para conseguirlos. Llamaron a más puertas de las que había y no sucumbieron ante ninguna contrariedad ni desaire, hasta conseguir abrir rendijas por las que extraer y traer agua en cantidad suficiente para cambiar el rumbo de la historia.

Nadie les regaló nada. Por el contrario, incluso pagan por recursos que no vienen ni esperan. Con dos años de trasvase del Negratín cerrado, no llega ni un litro desde el embalse granadino, pero el vencimiento del préstamo que lo hizo posible arriba inexorablemente a las cuentas bancarias de los regantes. Cada año mengua la aportación que recibían del Tajo desde hace cuatro décadas, pero el canon por utilizar el canal permanece exactamente igual. No encoge con el paso del tiempo ni con los recortes sufridos.

No añadiré, hermanos, la decepción ante las oportunidades perdidas debido a la flaqueza de los gobernantes. No os hablaré de los hectómetros que no han llegado desde el Júcar.

Sí os referiré que, ante las adversidades, levantinos como Fernando Rubio, Javier Serrano o Matías Gómez, discípulos de Lorenzo Belmonte, o también Gonzalo Rojas, José Caparrós, Fernando Haro, Francisco Fernández, Prudencia López, Blas Jiménez, Manuel Saura, Pedro García, Isabel Alvargonzález, José Navarro y el conjunto de los que estuvieron –Juan Camacho, Pepe Fuentes, Antonio Alonso- y están al frente de las comunidades de regantes, nunca han capitulado. Cuando no han logrado entrar a un pentágono por encontrar sus cinco lados cerrados, han buscado siempre un sexto costado y, a menudo, lo han hallado.

No han callado a las chanzas de los secretarios de estado de turno y sí han mantenido constante la voz, exigiendo los derechos de todos nosotros.

Por eso no fue extraño que, cuando una de las administraciones, en este caso la Junta, premió a Rubio sus tres décadas de lucha, el regante galardonado, con la bandera de Andalucía en sus manos, empleó el instante para insistir en unas reivindicaciones que ya parecen antiguas.

Alzó la voz contra la mutilación progresiva del trasvase del Tajo y una década de retraso en la reparación de la desaladora de la vergüenza, dos recados dirigidos hacia el Gobierno de la Nación.

Empero no detuvo ahí sus exigencias. A renglón seguido demandó también la firma urgente de un decreto de sequía, competencia de la Administración regional que le honraba en ese preciso instante. Es una decisión que permitirá acceder a recursos hídricos vedados y necesarios cuando el horizonte que se vislumbra para el inicio de la próxima campaña, en mayo, es el cero absoluto.

Por eso, mis carísimos hermanos, hombres como Fernando Rubio, más que buenos, mejores o muy buenos, son imprescindibles. Y lo sabéis. Vale.