Lexicomanías


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AMANDO DE MIGUEL

El lenguaje corriente no, solo, es cosa viva, cambiante con los ambientes, sino que está lleno de modas y manías, un poco como la vestimenta o el cuidado del cuerpo.

Una explicación de las alteraciones léxicas se encuentra en el poso histórico de una sociedad de castas, como la española, que es la que se gestó en la Edad Media. La consecuencia inmediata (y, a menudo, latente) es la relevancia que se atribuye a la opinión ajena respecto a la conducta del sujeto; en definitiva, al “qué dirán”.

La tendencia más perceptible de las modas léxicas es la sustitución de unas voces, que se consideran gastadas, por sus equivalentes, que suenan más técnicos o profesionales. Por ejemplo, la misma palabra “técnica” se ve superada por “tecnología”. Aunque, nada mejor que disfrazar una “fórmula” por el equivalente científico de “algoritmo”.

El verbo “suponer” se arrumba para suplirlo con el de “conllevar”. En un plano íntimo, el “sostén” de la ropa femenina se ve superado por el diseño más grácil del “sujetador”. El hecho de comenzar o empezar cualquier proceso parece bastante soso. En su lugar, se prefiere “arrancar”, que suena más mecánico. Se descarta “inicializar” de la jerga informática, casi, un trabalenguas. El apabullante predominio de la economía en nuestro tiempo obliga a emplear el “balance” para determinar cualquier conjunto o resultado, lejos de la idea de “saldo”. Tradicionalmente, la voz “protagonistas” se refería, solo, a los personajes centrales de una obra dramática o épica. Pero, ahora, la etiqueta se extiende a la lluvia y otros meteoros, a la aparición de cualquier suceso noticiable.

Circulan nuevos adjetivos prestigiosos, como “transversal”, que desplaza el interés por las posiciones horizontales o verticales de los clásicos cuadros de dos dimensiones.

Aun siendo una voz científica, el “análisis clínico”, tan común, se muestra decadente. En su lugar, se recurre a “la analítica”, que suena más profesional.

Hay veces en las que la sustitución de un término obedece a razones ideológicas. Es el caso de la inveterada “soberanía nacional”, que, en su día, supuso una verdadera revolución. Hoy, en España, la izquierda (que abjura de todo lo nacional) se decanta por “soberanía popular”, de extrañas resonancias comunistas. Bien es verdad que la voz “popular” resulta ambigua.

Es muy común el procedimiento para componer nuevas voces, simplemente, alargando las antiguas. Por ejemplo, queda más rotundo hablar de “intencionalidad” en lugar de “intención”; o de “legalidad” como sustituto de “ley”.

Hay veces en las que las variaciones de algunas palabras permiten un juego sutil de significados. Por ejemplo, “vergonzoso” es lo que da vergüenza al observador, una acción no deseada. “Vergonzante” se aplica al que siente vergüenza, sin merecer esa situación de inferioridad. Un individuo puede sentirse “avergonzado” ante los demás, con justicia o sin ella. La calificación de “sinvergüenza” o “sinvergonzón” es denigratoria. Al final, se mantiene una deliberada ambivalencia. No se sabe si la vergüenza es una cualidad positiva o negativa.

Todo lo anterior no debe conducir a la conclusión de la degeneración del lenguaje. Simplemente, se adapta a nuevas modas con la idea de estar al día. La verdad es que esa intención acucia mucho a los españoles actuales. A lo mejor es que rechazan, interiormente, el pasado lejano del sistema de castas. Frente a lo que ocurre con las sociedades angloparlantes, en las que se habla español o castellano, las variaciones del habla no se corresponden con la posición social.