Hablar es distinguir


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AMANDO DE MIGUEL

En buena teoría, no hay dos palabras que signifiquen, exactamente, la misma cosa. Lo que llamamos “sinónimos” son, realmente, voces emparentadas o afines, cada una con un matiz propio. Lo que sí sucede es que un objeto o realidad admita varias versiones léxicas, según el ambiente donde se pronuncian tales variaciones. Es una cierta diversidad que facilita el gusto en el habla.

Tampoco, existe una traducción perfecta de las voces de un idioma a otro. Hay raíces en uno que no reconocen los otros. Se dice que los esquimales pueden alardear de muchas palabras para referirse al hielo o a la nieve. Sin llegar a tal extrema variedad, en castellano, disponemos de dos palabras afines, cada una con una raíz propia: “salud” y “sanidad”. En inglés, ambas se traducen por health. Pero, la “salud” se predica de un individuo, al tratar de mantener el equilibrio (homeóstasis) entre las distintas funciones orgánicas. En cambio, la “sanidad” sería el conjunto de medios, públicos o privados, dispuestos para mejorar la salud de los eventuales pacientes. Lo malo es que, en los últimos tiempos, se ha degradado un tanto la distinción. Así, se habla de “centros de salud”, cuando tendrían que ser “centros de sanidad”. Por lo mismo, la OMS (Organización Mundial de la Salud) debería llamarse “Organización Mundial de la Sanidad”.

Se podría pensar que es lógico que las etiquetas varíen, de un espacio a otro, para designar los nombres de los vegetales o los animales. Por cierto, resulta interesante la distinción entre “pez” (vivo en el agua) y pescado (fuera del agua). Sin embargo, tales variaciones se dan, también, en los productos industriales; por ejemplo, cabe decir “automóvil, auto, coche o carro”, según los distintos territorios o ambientes. Por lo mismo, se aprecian parecidas diferencias en “teléfono móvil, celular o telefonillo”. Resulta graciosa la alternativa de “vídeo” o “video”.

A veces, las variaciones se derivan de modas o manías. Es el caso de “puntual”, que sustituye a “momentáneo” u “ocasional”. Se trata de un anglicismo más.

En ocasiones, las variaciones de voces conexas implican una sutil distinción. Se puede ilustrar con la diferencia entre “alimentario” (referido al capítulo o negocio de la alimentación) y “alimenticio” (cualidad nutritiva de alguna sustancia edible).

Lo más extraordinario es el deliberado intento de hacer pasar de matute una cosa por otra. La ilustración pertinente es la alegre etiqueta de “feminista”, que adopta para sí el actual Gobierno de España, sobre todo su exaltada “sección femenina”. Realmente, poco o nada tiene que ver con el ilustrado feminismo histórico. Más bien, lo que traduce es una especie de enfermiza obsesión sexual. Lo malo es que intentan proyectarla sobre la indefensa población, especialmente la infancia y la adolescencia.

Hay obsesiones por todas partes. Véase la nueva institución de las “citas” para tratar de resolver algún asunto con un funcionario o profesional cualquiera. Por si fuera poco, se dice “cita previa”, una adjetivación innecesaria. No digamos si se indica que se trata de una “cita previa con antelación”. A todo esto, la cita bien puede resolverse por teléfono; no necesita ser “presencial”.

Algunas voces alteran su significado a lo largo del tiempo, incluso, de forma caprichosa. Por ejemplo, hace un siglo, un “publicista” era un afamado escritor de periódicos. Hoy, es, simplemente, un empleado de una empresa de publicidad.

Hasta finales del siglo pasado, una “mascota” era cualquier figurilla o símbolo que traía buena suerte a su poseedor. En tiempos más recientes, equivale a un animal doméstico. Por cierto, la estadística nos dice que, en la España actual, el número de mascotas supera al de niños. En donde se demuestra que la lengua es cosa viva, que evoluciona, como les ocurre a otros organismos.

No entro en la averiguación de la polisemia intencionada de ciertas palabras de moda, como “resiliencia”, “multiverso” o “sostenible”, entre otras aberraciones. Entramos en el reino del capricho pueril.