En el cementerio de La Cañada están “apretaitos”


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PASEO ABAJO/Juan Torrijos

Lo de bailar bien “apretaitos” es algo que nos encantaba a los jóvenes de nuestra época. Poníamos canciones como las palmeras de Alberto Cortez, rebajábamos las cuarenta y cinco del tocadiscos, Juanico López era un especialista en ello, y apretábamos todo lo que nos dejaban ellas.

Pero es justo reconocer que lo hacíamos de dos en dos, chica-chico, nunca se nos hubiera ocurrido algo parecido a lo que denuncia el Partido Socialista, por boca y voz de doña Adriana Valverde, y que resulta cuando menos casi imposible de hacer: bailar las palmeras ocho jóvenes y bien apretaos.

Según la portavoz del Psoe en el ayuntamiento, y a la que la última encuesta del Cis andaluz no le da muy buenas noticias, en el cementerio del barrio de La Cañada, hay nichos con ocho fallecidos. Ocho personas dentro de un nicho tienen asegurado no pasar frío en estos días que estamos viviendo. El que ha comprado mi señora, y que me lo enseñaba el pasado mes de noviembre, no sé si con ganas de que lo ocupe cuanto antes, no lo veo yo de grande como para dar cabida a dos “cajicas” de pino con sus “muertecicos” dentro. Eso va a ser estar más “apretaicos” que cuando bailábamos las palmeras bajando Juanico las revoluciones del giradiscos.

Si para dos “el nicho” ya me parece pequeño, me imagino a ocho intentando moverse y no parece de recibo. Al final el precio del ladrillo va a tener la culpa de todo. Morirse cuesta un paperío. Y las familias deben saber aprovechar los nichos, si son de su propiedad, para ahorrar algo del dinero, que cada día que pasa está más escaso.

Se compra un nicho y se entierra al primero, cuando se muere el segundo, se le hace un “laillo”, llega el tercero y donde conviven dos, siempre hay un hueco para el de tres. Con el cuarto empiezan los problemas, pero como han adelgazado bastante los tres anteriores, otro más no importa. El quinto ya no puede ser. Si es que no hay sitio, no os empeñéis, pero siempre hay en la familia el que todo lo logra, y el quinto tiene cabida. Con el sexto no hay problema, este está tan “delgaillo” el pobre, se ha quedado que ni en los huesos, es como aquel papel de fumar con los que liaba el caldo de gallina el abuelo, y ahí está el hombre. El séptimo dice la leyenda que es milagroso, y como leyenda pulula por encima de los seis anteriores. Y por fin le llega el turno al octavo, el que hace el número ocho que denuncia doña Adriana Valverde. Creo que con este se ha descubierto el pastel. No cabe. Por mucho que se empeñe la familia, este no cabe. Que están muy “apretaitos”, pobres míos. Y ahí lo tienen, esperando en la puerta del nicho a que la familia le busque un huequito para descansar.

Y yo pensando en las palmeras de Alberto Cortez, en bajar las revoluciones al tocadiscos y bien “apretaito” los dos. Sin pensar en esas ocho almas de Dios que descansan en mismo nicho de La Cañada.

Supongo que la denuncia y el titular aparecido en los medios tienen su aquel, pero no me he parado a pensarlo y menos a buscarlo. Habría perdido la oportunidad de contarles la aventura apretada de los bailes de nuestra juventud los domingos por la tarde en una habitación que alquilábamos frente al entonces Hospital Provincial, hoy reconvertido en un edificio señero que había ocultado sus hermosas piedras y su prestigio tras manos de cal y otras pinturas.

Sigo pensando que ocho en un mismo nicho en el cementerio de La Cañada es estar demasiado “apretaitos”, que quieren que les diga.