Alí Bey, un 007 veratense al servicio de sus majestades

Tiene dedicada una calle en Vera, pero pocos saben quién fue Domingo Badía Leblich, tan ilustre como desconocido, pionero del vuelo aerostático y agente de Carlos IV, Napoleón y Luis XVIII


Imagen  de Alí Bey con La Meca al fondo.

ALMERÍA HOY / 25·12·2022

Aunque nació en Barcelona en 1767, con 12 años se trasladó a Vera, al ser nombrado su padre tesorero del partido militar de la ciudad. En 1786 inició los estudios de Bellas Artes, Física y Química, en Madrid, y en 1791 se casó con otra veratense de su edad, María Lucía de la Asunción Berruezo.

Comenzó a granjearse cierta fama como científico por sus experimentos sobre el peso de la atmósfera y el funcionamiento del barómetro, publicando los resultados de sus investigaciones en el ‘Correo Literario de Murcia’, y empezó a trabajar en su gran proyecto: la construcción de un globo aerostático para llevar a cabo observaciones atmosféricas.

Invirtió todo su caudal y pidió prestados 29.835 reales a 53 ‘suscriptores’, a los que esperaba recompensar con las ganancias de un libro en que divulgaría los resultados de sus experimentos. En junio de 1795 hizo varias tentativas de elevar el globo, todas frustradas por fuertes temporales de lluvia y viento. En otro intento, la cúpula se quemó. El 17 de julio intentó elevar el nuevo aerostato, pero el viento acercó el globo peligrosamente al fogón, y optó por deshincharlo. Ese mismo día, su padre, ante el temor de que el hijo pereciera, convenció al Consejo de Castilla de que suspendieran la licencia que le habían concedido para construir el artefacto.

Arruinado, Domingo envió a esposa e hijos a vivir con sus suegros en Vera y marchó a Madrid, donde halló empleo como secretario y bibliotecario del príncipe de Castelfranco.

Fascinado por las publicaciones de exploradores ingleses, franceses y alemanes sobre sus viajes por África, propuso en 1801 a Manuel Godoy –primer ministro de Carlos IV- emprender una expedición. Viajaría por Marruecos hasta el Sáhara y de ahí a Costa de Oro; luego atravesaría el continente hacia Zanzíbar y, pasando por Kenia, Etiopía y Trípoli, volvería a España.

Investigaría la posibilidad de establecer alianzas políticas y comerciales. El aspecto científico del viaje consistiría en planimetría, cartografía, observaciones geológicas y meteorológicas, botánica, etnografía y medicina popular. Lo más novedoso de su proyecto eran las ideas de viajar solo y de hacerse pasar por árabe durante sus viajes.

A Godoy le interesaba la idea de establecer una ruta comercial al interior de África; no obstante, le preocupaban aún más las relaciones entre España y Marruecos, pues el sultán Solimán había embargado el comercio con nuestro país. Además, amenazaba con apoderarse de Ceuta y Melilla.

Godoy sabía que muchos marroquíes se oponían a la política del sultán, sobre todo los rebeldes del sur. Se le ocurrió que Badía podía reunirse con ellos y ofrecerles el respaldo militar de España para destronar a Solimán; España recibiría a cambio importantes concesiones comerciales.

Finalmente, Domingo salió de Madrid el 12 de mayo de 1802. En París se reunió con el famoso astrónomo Joseph de Lalande, el naturalista Jean Baptiste Lamarck y otros sabios. En Londres fue presentado a sir Joseph Banks, presidente de la Royal Society, y al astrónomo Nevil Maskelyne. Allí adquirió los instrumentos científicos para el viaje, estudió más a fondo el Islam y se hizo circuncidar.

Con la identidad de Alí Bey Abd Allah, el 29 de junio llegó a Tánger, donde se presentó como hijo y heredero universal de un príncipe sirio fabulosamente rico —descendiente directo de los califas abasíes— exiliado por razones políticas. Contaba que, tras recibir educación en Inglaterra, Francia e Italia, había decidido peregrinar a la Meca.

El cuento fue aceptado, y muy pronto conoció a los más altos dignatarios civiles y religiosos de Tánger. En octubre, sus planes para provocar una revolución sufrieron un súbito revés. El sultán se prendó de él tras conocerle, invitándole a reunirse con su Corte en Fez, oferta que difícilmente podía rehusar.

Durante los meses siguientes fue ganando cada vez más el favor y confianza de Solimán, a la vez que seguía conspirando contra él.

Negoció con los jefes de las tribus rebeldes, manteniendo a Godoy al tanto de sus progresos. Pero cuando el primer ministro informó al rey, Carlos IV quedó horrorizado al saber que Badía se había aprovechado de la hospitalidad del sultán para enemistar a sus súbditos contra él, y, sintiendo profunda repugnancia moral por la idea de apoyar una revolución contra otro monarca, mandó abortar el plan.

Alí Bey se encontró en un gran aprieto. Sabía que Solimán no podía tardar mucho en enterarse de la verdad sobre sus actividades, y temía que los revolucionarios le mataran al saber que el prometido respaldo militar de España se había cancelado. Hizo lo posible para convencer a los conspiradores de que renunciaran a sus planes.

Cuando España declaró la guerra a Inglaterra, y Marruecos, a pesar de su fingida neutralidad, ayudaba en secreto a los ingleses, Carlos IV autorizó a Badía a reanudar la confabulación. Pero las cosas habían cambiado y el veratense ya no gozaba de la confianza de los rebeldes.

Buscando otra solución, emprendió una nueva conspiración con Muley al-Arabi al-Darkawi, jeque de la importante cofradía sufí darkawiyya.

Solimán sospechó que Badía estaba metido en actividades subversivas y ordenó su destierro. Fue interceptado en los montes de Uxda por las tropas marroquíes, que le escoltaron hasta Larache, desde donde fue deportado el 13 de octubre de 1805.

En la primavera siguiente, Badía se encontraba en Chipre, donde supo de un plan británico para quitar a Mehemet Alí e instalar a un títere como bajá de Egipto. Fue hasta allí y logró frustrar el plan. En Alejandría conoció al escritor francés Chateaubriand, quien le consideró “el turco más inteligente y cortés” que había conocido.

En diciembre de 1806 salió para la Meca, adonde llegó el 11 de enero. Fue el primer europeo en escribir una descripción detallada y exacta de los ritos del peregrinaje. Mientras estaba en Arabia, presenció la captura de los lugares santos musulmanes por los wahhabi —antepasados de la actual casa real saudí— siendo el único testigo europeo de esos eventos. Después de volver a El Cairo, pasó tres meses viajando por Palestina y Siria, donde descubrió y destruyó una línea secreta que tenían los ingleses para comunicarse con la India. En octubre de 1807 estaba en Constantinopla. Desde allí siguió su viaje, llegando a París el 17 de abril de 1808.

El 12 de mayo tuvo una audiencia con Napoleón, en la que se ofreció para dirigir la invasión francesa de Marruecos. El emperador prefirió mandar al capitán Antoine Burel. Creyó que Badía le sería más útil en su España natal.

En septiembre de 1809, José Bonaparte le nombró intendente de Segovia, y en abril del año siguiente fue nombrado prefecto de Córdoba. Desempeñó ambos cargos con gran distinción, introduciendo muchas reformas en la agricultura, la administración municipal y la educación.

Cuando los franceses fueron expulsados de España en 1813, Badía tuvo que huir con ellos. Acabó sus días en el desierto sirio, en un poblado a orillas de un pequeño afluente del Jordán, en agosto de 1818; se dice que envenenado por un agente británico mientras desempeñaba otra misión secreta en Oriente Medio, esta vez a instancia de Luis XVIII de Francia.

*Extracto de un artículo publicado por Celsa Carmen García Valdés en el ‘Diccionario biográfico’ de la Real Academia de la Historia.