Agua desalada para el bajo Andarax


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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos

A veces nuestros ojos ven como el agua del Río Andarax se funde con la del mar. No es mucha, dirán ustedes, y es cierto, pero la dejamos que se pierda camino de las aguas saladas. Esa misma agua la sacamos días después, la desalamos y la mandamos a los vecinos del Bajo Andarax.

No les parece cierta incongruencia la que nos traemos con el agua por estas secas tierras de Almería.

Desde pequeños se nos ha enseñado en Almería que por el río “Andarax, Andarax”, pero agua no encontraras. Y no es de todo cierto.

Desde ese hermoso paraje que es Laujar y su nacimiento, hasta la zona de Santa Fe, el río por excelencia de Almería nos ofrece durante varios meses del año una corriente de agua digna de mención. Este año no es mucha, pero no ha faltado la misma jugando por el río.

Cuentan los entendidos que a partir de Santa Fe el agua desaparece, se filtra en el subsuelo, para aparecer en los famosos pozos de la Calderona, que durante años han venido abasteciendo a los pueblos del llamado bajo Andarax.

Una vez al año, a veces dos, el río desborda sus expectativas y baja rompiendo moldes en una tierra donde la sequía nos golpea con fuerza; incluso a veces, no en demasiadas ocasiones es cierto, ha roto fronteras, puentes, caminos e ilusiones, llenando su desembocadura de una imagen difícil pero no imposible de ver, la de un río enfadado que corre hacía el mar a darle a su agua dulce el sabor salado de la mar.

Desde los lejanos tiempos de la dictablanda de Primo de Rivera en este país se viene hablando de la pantaneta de Canjáyar, ilusión que se ha ido perdiendo conforme los dineros públicos, los que salen de los bolsillos de los ciudadanos, se vienen dedicando a apagar sueldos a los políticos y al mantenimiento de sus chiringuitos, en vez de invertirse en soluciones para nuestros campos, nuestros ríos, nuestras gentes.

Con la llegada de la democracia se extendió el rumor por esta tierra de que había llegado el momento de la pantaneta del Andarax, de que el político se había tomado en serio controlar, en una tierra sedienta como la nuestra, las aguas que se pierden en el mar. La de Canjáyar parecía cerca, así como la de Nacimiento, aunque de esta segunda no se hablaba tanto, ni con tanto interés.

Los años han ido pasando, y con ellos se han ido apagando las ilusiones de los regantes de contar algún año, algún mes, algún día con la pantaneta de Canjáyar. Ya saben a lo que se dedica el dinero público, ese que según la señora Calvo no tiene dueño. Mientras, el agua del Andarax, un par de veces al año, se pierde camino del salado Mediterráneo, sin poder servir a los vecinos de esta seca tierra que es Almería.

Los políticos, siempre dispuestos a preocuparse de nuestra bien, han decidido que hay que dar agua a los vecinos de ese Bajo Andarax almeriense, y han decidido dársela de la desaladora de la capital. Doña Carmen Crespo se pone la medalla y la foto en los medios, y anuncia a bombo y platillo que los vecinos beberán agua desalada. ¿Les ha dicho a los ciudadanos a qué precio va a llegar esa agua desalada a sus grifos? Sería importante y necesario que lo hiciera. Por mi parte no lo he leído en todos los artículos laudatorios que ha recibido en la prensa.

Para qué vamos a pensar en otras soluciones, para qué vamos a recordar la pantaneta, para qué vamos a pensar en el agua que perdemos todos los años en el mar. Es más fácil, y siempre hay comisiones que repartir a la hora de poner en funcionamiento desaladoras, con diez años de vida, y volver a cobrar comisiones pasada la primera década.