¡Comportamientos!


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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos

El pasado día trece tenía cita en la Bola Azul con Mercedes, la mujer por la que late mi corazón. Ir al médico, por muy valiente que nos creamos no deja de ser una incógnita y un susto ante lo que nos pueda decir y lo que nos pueda quitar de la buena vida que llevamos. No estaba. La doctora andaba de vacaciones. Pero no es de este caso de lo que uno quería escribir hoy, sino de los comportamientos que recibimos los pacientes cuando llegamos a un centro médico. A un nosocomio cualquiera.

Son las diez de la mañana, Antonia, una mujer que los cincuenta años no los va a cumplir de nuevo, se está preparando en casa. Se ha puesto algo de maquillaje en la cara para quitar ese color pálido que la viene acompañando últimamente, sobre los ojos ha marcado una raya de color negro que le da profundidad a su mirada. Tiene cita con el médico en el Ambulatorio Ejido Norte. Lleva esperando el momento de ir al doctor desde hace unos días. Y por fin le ha llegado la ocasión.

Llega con tiempo al centro sanitario, como creo que ocurre con la gran mayoría del personal que tiene día y hora. ¡Como para llegar tarde, nos decimos los pacientes, y tener que esperar una nueva cita, llevan unos años, desde la pandemia que las dan con cuentagotas! Antonia le ha dicho a su marido que no le hace falta que la acompañe, que es una visita rutinaria. Si fuera al revés, Antonia iría acompañando al miedica de su marido y con los papeles en la mano ya que el hombre tiembla cada vez que se sienta ante una bata blanca. Dice que le sube la tensión.

Llega con más de veinte minutos de adelanto al centro. Entra con resolución en el mismo y lo primero que se encuentra es con una mujer que con uniforme le dice, con un tono de superioridad en la voz, que no puede entrar al centro sin mascarilla, que vaya a su casa a buscarla. Pobre Antonia, se había olvidado de la puñetera mascarilla sobre el aparador del comedor, y aquella funcionaria que paga con sus impuestos, le ha puesto mala cara, le ha gritado con malos modos y le ha mandado de vuelta a casa a que se busque la mascarilla.

En la misma situación llegaba yo el pasado día trece a la Bola Azul con mi señora, por aquello del miedo no crean, en esta ocasión no era una enfermera o auxiliar, era un celador el que amablemente, noten ustedes la diferencia, nos indica que hay que llevar la mascarilla. Marcha mi doña camino del coche por si había alguna en el mismo, cuando al funcionario que pagamos con nuestros impuestos, se acerca al mostrador, abre un cajón, saca dos mascarillas y me dice que le avise a mi mujer.

¡Niña, que ya tenemos la mascarilla! Le dije con las mismas en la mano.

Antonia no sabe qué hacer. Tiene las lágrimas de rabia a punto de romper en sus ojos ante lo que entiende un atropello. Es entonces, ante los malos modos conque una funcionaria está tratando a una paciente, cuando el guarda de seguridad, el guarda de seguridad que está en la puerta del ambulatorio se dirige a la funcionaria y le pide que no trate así a aquella paciente y que le dé una mascarilla de las muchas, de las cientos que tiene guardadas en el cajón.

Antonia no tuvo que volver a casa en busca de una mascarilla, recibió una de las que estaban guardadas en el dichoso cajón de la enfermera. Antonia caminó, con un gracias en sus ojos dedicado a aquel guarda de seguridad que le ofreció el amparo ante los malos gestos de una funcionaria del Sas, buscando la consulta donde la estaba esperando el médico.

No nos han llegado noticias de lo que le dijo el galeno a Antonia. Si nos enteramos prometo que se lo contaremos a ustedes un día de estos.