Pulpo a feira


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JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

¿GALLEGUIZAR EL PP? ¿A eso vino Feijóo? Es sabido que el PP está súper galleguizado hace muchos años. Fraga, Rajoy, Feijoo, demasiadas raciones de pulpo a feira.

Algunos lo escribimos. La dosis de voluntarismo se enfrenta a la crudeza de la realidad. En apenas cuatro meses Feijoo ha logrado variar la tendencia y la intención de voto hacia la derecha, un notable avance para el PP que se relame acariciando el regreso al poder. Las encuestas anuncian que podría formar gobierno con mayoría suficiente. Pero habremos de recordar que eso ya lo hizo Rajoy con mayoría absoluta. El PP desplazó al PSOE ¿Y después qué? Los resultados de aquella mayoría absoluta no respondieron a las expectativas de los votantes más arraigados y otros muchos accidentales que tuvo Rajoy. Tras balbuceos, puros y sonrisas, humo y gaseosa , Rajoy acabó en la cuneta de la política apartado en plena legislatura por un aventurero inédito y el PP inició otra vez su peregrinaje por el desierto con rumbo incierto. Eso ocurrió anteayer.

Millones de votos esperaban que la acción política y capacidad legislativa se hicieran visibles en la alternativa de un nuevo ciclo político. Gestores, más o menos eficaces dedicados a cuadrar las cuentas públicas, ese fue el santo y seña de aquel PP. En tiempos convulsos y una crisis económica, social y política, la sociedad se enfrenta a retos inaplazables, la democracia española necesita con urgencia el arte de la mejor política. En lo personal las cualidades que se arrogaban aquellos políticos que disfrutaron de mayoría absoluta son similares a las que ahora ofrece la imagen de Feijoo: prudencia, mesura, moderación, buenos modales, etc. Nada nuevo bajo el sol. ¿Basta con lo anterior para gestionar un gobierno y un parlamento en un país con tan mala leche como éste? Pues parece que no. Ahí tenemos a Sánchez y la reciente historia de su escalada al poder. Puede que no sea oportuno mencionar a Franco, otro gallego que aconsejaba a sus Ministros que no se metieran en política.

En pocos meses hemos tenido ocasión de analizar decisiones de Feijoo como líder de la oposición. Buena educación en los debates y en las apariciones públicas, voz mesurada y cautela en cada paso. Pero llegar al poder requiere además una serie de compromisos acordes con la base natural de sus votantes y singularmente con el conjunto de los españoles. De las primeras decisiones importantes de Feijoo, una de ellas reciente serviría de anuncio de la voluntad de cambio del nuevo PP. En las negociaciones de PSOE y PP para desbloquear la situación precaria del CGPJ, el negociador del PP, Sr. González Pons, ha comunicado a Félix Bolaños, PSOE, que el PP ya no condiciona la reforma legislativa a que la ley reguladora del nombramiento de los vocales del CGPJ vuelva a la letra de la Constitución, es decir, que los propios jueces elijan a 12 de los 20 miembros del Consejo. Así lo piden instituciones y organismos europeos que encuentran una anomalía la actual ley y normas que en 1985 introdujo el PSOE usando y abusando de la mayoría absoluta en el Congreso. Desde entonces comenzó el manoseo grosero del “cambio de cromos” entre PSOE y PP que más tarde se ha trasladado a otros organismos e instituciones del Estado; el Tribunal de Cuentas y el Tribunal Constitucional como ejemplos vergonzantes del mercadeo de los partidos mayoritarios. La preocupación por estos manejos que afectan a la independencia de los jueces se ha evidenciado en el propio CGPJ y el Tribunal Supremo.

Uno de los primeros anuncios de Feijoo cuando fue aclamado como presidente del PP, fue la firmeza del compromiso para mantener una posición acorde con la demanda de la UE sobre la elección de los vocales del CGPJ. La democracia se fundamenta en una alternancia de políticas capaces de promover cambios sociales, políticos y económicos que ahonden en la modernidad y el progreso. Esto quedó manifiestamente claro en aquellos gobiernos primeros de la transición que trajeron a España la democracia y ejercieron, con luces y sombras, sus responsabilidades políticas cumpliendo con aquellos compromisos.

Tras siglos de absolutismos, despotismos y totalitarismos, dictadores y autócratas, la democracia se abrió paso como forma de gobierno ligada a los ciudadanos con un elemental contrato social que no es otra cosa que el vínculo del poder que emana del pueblo con el pueblo y para el pueblo. Al comienzo de la transición los partidos mayoritarios tal vez no fueran muy conscientes de su propia razón de ser. Estos partidos -UCD, PSOE y PP- de algún modo cumplieron con el contrato social cuyos objetivos fueron la democracia, la reconciliación y la pacifica convivencia, la proclamación de libertades y derechos individuales y colectivos plasmadas en la Constitución de 1978 y el Estado de Derecho.

En España, está claro, no hay tradición democrática. Han trascurrido cuarenta años y progresivamente PSOE y PP se han ido alejando del contrato social. Sus objetivos prioritarios en el poder y en la oposición han sido la consolidación de estamentos de poder, el reparto de cargos y prebendas permanente, la influencia social mediante la invasión y ocupación de todas las organizaciones representativas, deportivas, religiosas, sindicales, culturales, vecinales, etc., configurando una extensión de las propias siglas partidistas en el seno de la ciudadanía. Estos objetivos mediatizan de algún modo la independencia y el libre ejercicio de las protestas y de los equilibrios y barreras propios de una democracia. ¿Cuándo comenzó la desnaturalización del contrato social en el PSOE? Cientos de miles de simpatizantes y militantes que se han trasladado con sus votos hacia otras siglas políticas lo podrían responder con precisión. ¿De aquellos 8.115.000 votos socialistas de Felipe González cuántos permanecen ahora en el PSOE? Pedro Sánchez es el máximo exponente de la degradación política de un partido que no responde a ningún compromiso con sus siglas. De otra parte, el PP tiene un sentido muy peculiar de la política que consiste en no ejercer la política. Considera suficiente la recuperación de las sucesivas crisis económicas heredadas del PSOE que ahondan nuestro empobrecimiento. Una gestoría sin otro compromiso que cuadrar las cuentas. Esto no es, no puede ser un contrato social, más bien se asemeja a una empresa de reparaciones. Habría que ver si estarían dispuestos los partidos mayoritarios y sus posibles socios de gobierno a iniciar una nueva etapa de la democracia basada en el contrato social que devolviera a los españoles ilusión y la recuperación de un poder que siempre debió estar presente como sociedad libre y soberana.

Ya se sabe que el narcisista empedernido que lidera el PSOE no será capaz de variar el rumbo de su destino. Feijóo, la esperanza blanca, previsible en el ejercicio de una tediosa continuidad, aún está a tiempo de dejar de lado su provincianismo y entender la dimensión del reto que le aguarda.