Vidas paralelas: Villarejo, Fouché, Junqueras, Danton


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Estaba yo leyendo la magistral biografía de Stefan Zweig, “Fouché”, para inspirarme en este artículo sobre Villarejo, que tiene un poco de Fouché y un mucho de Torrente, pero la magistral historia me ha sacado del tema y me lleva a otro paralelismo, más inquietante y menos casposo, y que está sucediendo en nuestros días.

Ya volverá, presumiblemente, Villarejo de nuestro balcón sus grabadoras a colgar.

Sostiene Zweig que el Comité de Salud Pública, que instauró el Terror en los días de Robespierre y Saint-Just, de Marat y de Desmoulins, lo hizo a su pesar, que muchos de los miembros de la Convención temblaron y palidecieron cuando fueron obligados a votar públicamente -instados a este pronunciamiento por los jacobinos- la ejecución de Luis XVI, rebajado a la condición de Luis Capeto, y que ellos mismos habían instigado con sus escritos y sus discursos, cuando sólo eran teorías.

Que el radicalismo extremo se retroalimentaba, en definitiva, por el miedo al Terror, por el miedo al Miedo, que sus propios impulsores, muchos de ellos pacifistas contrarios a la pena de muerte en sus escritos, empezaron a experimentar. Era peligroso no ser o no mostrarse suficientemente radical ante los incorruptibles.

Fouché, como muy pocos en aquellos turbulentos años, manifestó una habilidad exquisita, como el propio Villarejo, para ser condecorado por unos y por otros, nadando y guardando la ropa, y fue pieza clave en la reacción termidoriana, que acabó con los puros y los fanáticos, que tan insufribles son siempre. Y ese fue solo el principio de su prodigiosa historia. Fouché, como Villarejo, solo fue fanático de sí mismo. El vértigo de los que encendieron la mecha, abrieron la caja de Pandora y fueron arrastrados por las furias desatadas e incontrolables y obligados a cumplir promesas a las que nadie les había empujado, fue muy similar al panorama catalán contemporáneo.

Los Sans-culottes de la CUP y los Comités de Defensa de la República catalanes, verdaderos energúmenos antisistema, han tomado la calle. Y sus mentores, aprendices de brujos, se ven sobrepasados por esa revolución prometida y fallida de la sonrisa con la que expulsarían a los españoles hablando catalán y empuñando ramos de lirios, al tiempo que eran acogidos con los brazos abiertos por los belgas y otros europeos. El gobierno catalán, cuya verdadera vocación es la de oposición perpetua, se encuentra atrapado por su ideología, por sus proclamas y por sus excesos verbales. Los fanáticos que creyeron en ellos les fuerzan a una cosa imposible políticamente: la coherencia.

Yo veo al pobre Oriol Junqueras y a los botarates Torra y Aragonés en la misma posición de un Danton, y me parece que están a un paso de ser declarados por este grupo nebuloso de “hebertistas” furibundos, enemigos de la fugaz República a cuya ensoñación con tanto entusiasmo colaboraron. No hay salida para encapsular al genio de la botella que liberaron Artur Mas, Puigdemont, Torra y otros girondinos cobardes.

Como estos energúmenos callejeros, que pasan de vitorear a los “mossos” a llamarles asesinos traidores, no tienen más armas que su fanatismo y su irracionalidad, y como estas cosas ya han sucedido como tragedia en la revolución francesa, y por cierto también en la rusa, es de esperar, y de desear, que sean simplemente una farsa, en la que se le rompe la nariz a un policía y se tira la bandera de España desde un edificio público ante la pasividad de un estado paralizado por los mismos paños calientes que sofocaron a Rajoy. ¿Hay algún termidoriano entre el público?