¡El milagro de San Agustín!


..

PASEO ABAJO/ Juan Torrijos

Son las dos de la tarde de un caluroso 28 de agosto. Se celebra la festividad de San Agustín, ya que este sacerdote y filosofo murió en este día, de hace demasiados años. La imagen del Santo varón, antes de cura el hombre se dedicó a otros menesteres más mundanos, es paseada en procesión por las calles del pueblo de Mojácar, que lo venera y lo respeta.

Desde antes de las doce del mediodía, minuto arriba-abajo, paseamos los veraneantes y paisanos por la hermosa plaza que hasta las claras del día ha sido testigo de cientos de canciones, bailes, alegrías y birras, muchas birras. La resaca está haciendo estragos en nuestros estómagos, y miramos a la barra montada por “los feriantes” para apagar la sed de tanto sediento como nos agolpamos a lo largo de las fiestas de San Agustín.

Pero a nuestra demanda de algo fresco que llevar a nuestros cuerpos no hay contestación. Mientras San Agustín esté en la calle, hasta que su figura no pase por los entoldados de la plaza, hasta que el Santo no de su permiso, no hay birra para el personal.

¡Duro el santo!

Se pueden imaginar ustedes nuestras cara de sed y de necesidad pegaditas ellas a la barra del chiringuito, nuestros ojos con el mono de poco dormir, poco comer y necesidad de estabilizar algunos gases en nuestros estómagos, pero no hay tu tía, tenemos que esperar a que pase el Santo y este de su permiso.

La banda nos deja oír su música cada vez más cerca, las caras brillan, la procesión se asoma a la plaza, ya llega San Agustín. ¡Alabado sea!

Junto al cura, la alcaldesa Ros Mari asegura que esta será la última procesión en la que vaya con el sacerdote detrás del patrón.

La vemos seria.

No querrá usted que vaya sonriendo la mujer. Es una procesión.

Lo sé, y no se trata de que vaya partía de risa, pero algo de amabilidad en la cara sería de agradecer, que estamos de fiestas.

San Agustín, al pasar por debajo del entoldado, debe recordar aquellos años de su juventud en los que se dedicó a ser espíritu libre y escribir todos los renglones torcidos que se le vinieron a la mente, hasta que decidió que el camino recto era el de Dios, nos debió ver cómo en sus años mozos y se apiadó de nosotros, pobres mortales necesitados de una birra que apagara la sed de nuestras gargantas.

Puestos en pie, como mandan los protocolos de cortesía y educación, vimos pasar al Santo. Y les juro, por lo más sagrado, no me había tomado aún ni una birra, que mis ojos vieron cómo San Agustín le hizo un guiño al jefe del grupo de “los feriantes”, y este, atendiendo la señal del Patrón, compartió con sus compañeros la orden del Santo, que, volviendo su cara hacia nosotros, vimos en ella la sonrisa ante la alegría del personal al tener la barra abierta.

Dice el que viste de blanco en el Vaticano que Dios no es mago, que no existen los milagros. Que piense lo que quiera, lo de San Agustín cada 28 de agosto en la plaza nueva de Mojácar, al filo de las dos de la tarde, es todo un señor milagro. Nos tuvo más de dos horas sin tomar una birra y no nos quejamos, con lo protestones que nos hemos vuelto, dicen los políticos, y cuando nos dio autorización para ello nos sentimos como aquellos niños de los años sesenta con zapatos nuevos.

¿Habrá también milagro el 28 de agosto en la Isleta del Moro?